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Marina Silva: lo que puede ocurrir mañana

Llegó la hora de la verdad para la candidata sorpresa de las elecciones brasileñas. A un día de la primera vuelta, el politólogo analiza los vaivenes que tuvo en las encuestas, los errores del último tramo de su campaña y sus reales posibilidades.

Favela. Una de sus últimas actividades electorales, en Río de Janeiro. Una pobreza que conoce.
| Cedoc Perfil

Hoy sábado, doscientos millones de brasileños conversan. Normalmente hablan poco de política, pero hoy aprovechan la veda para evitar el tema. Las encuestas dicen que están cansados de la campaña y aprovechan para hablar sobre temas que son más importantes en su mundo. Lo gracioso es que el círculo rojo creó la veda para que los electores reflexionen ascéticamente acerca de los programas de los candidatos, sin interferencias de la propaganda o de las campañas. Logró lo contrario: que nadie piense en eso. El resultado de las elecciones dependerá de ese 40% de electores que no ha decidido su voto y además no quiere saber nada de política.

Los seres humanos hemos conversado siempre con quienes estaban cerca, hasta que apareció la opinión pública. La prensa hizo posible que bastantes personas se comunicaran periódicamente, la radio hizo crecer esta red, la televisión la masificó e internet la potenció hasta el infinito. La opinión pública no es más que esa red de gente que se comunica. Manuel Mora y Araujo ha elaborado una teoría al respecto, que expuso en un seminario que compartimos hace poco en la George Washington University y que desarrolla en su libro El poder de la conversación, herramienta indispensable para comprender la política contemporánea.

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Hace pocos años, antes de que las cartas con estampillas cedieran su lugar a los correos electrónicos y las charlas con los amigos fueran reemplazadas por el chat, los que se comunicaban eran pocos, lo hacían esporádicamente, trataban pocos temas, no salían de sus fronteras, y cuando tocaban temas serios respetaban la autoridad de quienes parecían más preparados.

Actualmente los occidentales se comunican permanentemente, hablan sin tapujos de todo tema, cambiaron a los informados por el Google, intercambian millones de datos que transforman permanentemente sus valores, creencias y preferencias.

Aunque muchos no se percatan de eso, cambió la realidad política. En la encuesta de Data Folha del 28 y 29 de septiembre, el 46% de encuestados dijo que no tenía “ningún interés” en conocer los programas de gobierno de los candidatos, el 33% tiene poco interés y el 20% sí está muy interesado. En relación con la propaganda de televisión, que en Brasil es gratuita como lo es ahora en Argentina, el 60% de los indecisos no tiene ningún interés en verla; y entre quienes votan en blanco o nulo el porcentaje sube al 84%.

En estudios realizados en ocho países de América Latina que incluyen Brasil, México y Argentina, cerca del 80% de la población no tiene ningún interés en discutir acerca de que el nuevo presidente sea de izquierda o de derecha. Quienes tienen interés en el tema han decidido por quién votar antes de que empiece la campaña. Cuando pedimos a los encuestados que mencionaran los nombres de cinco futbolistas importantes, supo hacerlo entre 70% y 80% de los encuestados. Menos del 15% pudo mencionar los nombres de cinco ministros.

En una sociedad ideal para los antiguos políticos, en este día de veda, los ciudadanos deberían dedicar el tiempo a reflexionar sobre la patria, leer los programas de gobierno, escoger racionalmente un presidente ideal. Todos los correos electrónicos deberían contener análisis políticos y los jóvenes deberían usar sus iPods para escuchar los discursos de los candidatos. Nadie actúa así. El 30% de los votantes brasileños decidieron por quién votar hace rato, no cambiarán de criterio, conversan sobre las lecciones, para alabar a su favorito y atacar a sus adversarios. Vieron el debate del jueves, miran la banda publicitaria pagada por el Estado para aplaudir a los suyos y criticar a los adversarios.

Es por ello que los debates, que tanto preocupan a los políticos y a la prensa, no suelen tener ningún efecto sobre el resultado de las elecciones. Toda la semana Folha de São Paulo, O Globo y el resto de los periódicos se llenaron de artículos con sesudos análisis previos y posteriores al debate del jueves. Los debates los ven los decididos, nadie recuerda qué dijo tal o cual candidato, cómo respondió cada pregunta o cómo se defendió del ataque incisivo. La mejor prueba de esto fue el debate de la última elección presidencial mexicana. Al día siguiente todos, incluida la prensa que reclamaba la discusión de tesis, hablaban del debate, pero no de las propuestas de López Obrador o de Peña Nieto, sino de una joven que repartió materiales a los participantes, que se presentó enfundada en un apretado y muy llamativo vestido. El tema que discutió la prensa fue si debe reglamentarse la ropa de lo que llaman en México una “edecana” y si debe exigirse que sea mexicana. La protagonista del incidente era argentina. Nadie se acuerda ahora de ninguna propuesta de los candidatos, y la aparición de la edecana fue una de las notas más importantes de esa campaña.

En el otro extremo de los espectadores de debates está ese 40% que odia la política, sus formas y su fondo. Pueden votar con relativa facilidad por alguien nuevo, quisieran que esto cambiara, aunque no tienen claro hacia dónde. Cuando Marina llegó a esos electores dio la sorpresa en 2010, y con esa misma base subió vertiginosamente al aparecer como candidata presidencial hace pocas semanas.Gran parte de la prensa brasileña está copada por la izquierda conservadora, que empujó a Marina a discutir los temas que interesan a los votantes decididos y que levantan la suspicacia de los que eran su público objetivo. La resistencia a la vieja política tiene su bastión en los jóvenes que viven en la era digital, creen que los políticos tradicionales son anticuados, corruptos, que discuten temas arcaicos porque no saben qué hacer con el futuro. Esos electores quieren votar por alguien distinto de los viejos políticos. No está claro en qué, pero deben ser distintos.  

Cuando el PT logró impedir que Marina inscribiera su partido, ella hizo una alianza con el Partido Socialista y corrió como binomio de Eduardo Campos, un cuadro joven y promisorio de la izquierda brasileña. El desafortunado accidente que cobró la vida de Campos puso a Marina a la cabeza de la fórmula socialista y resucitó en la mente de los electores la candidata de 2010, la mujer distinta que interpelaba al sistema con su biografía. Pero a diferencia de 2010, esta vez la prensa y la política tradicional lograron empujar a Marina a discutir temas de la vieja política y eso le restó fuerza.

Los resultados de las encuestas que dieron a Marina un virtual empate con Dilma en la primera vuelta y un triunfo seguro en la segunda forjaron una ilusión peligrosa. En nuestra práctica profesional, nunca publicamos encuestas favorables a los candidatos a los que hemos asesorado. La superstición difundida entre políticos y periodistas de que la idea de que la gente se sube al carro ganador y vota por quien encabeza los sondeos es falsa. Suponer que los números de Marina iban a ser tan altos llevó a que después se dijera que su eventual paso a la segunda vuelta era casi una derrota. La verdad es que, objetivamente, si Marina llega a la segunda vuelta sería la primera vez en el período democrático actual que alguien que no pertenece a los grandes partidos del Brasil llega a esa posición. El resultado sería totalmente imprevisible, sobre todo si Marina recupera su campaña original, en la que era ella misma, deja de lado la estrategia de confrontación que asumió las últimas semanas y se sale de la polémica de la política tradicional.

Los ataques de la política tradicional y de la prensa conservadora pueden ser un elemento que ayude a la campaña de Marina, si ella sabe usarlos adecuadamente. Los ataques de sus adversarios tienen algunos frentes claros. Por un lado, Dilma ha insistido en que Marina no está preparada para dirigir el país porque no tiene una formación académica adecuada. Lula da Silva sigue siendo el mandatario mejor evaluado de la época contemporánea y siempre se jactó de no haber estudiado. Ese ataque de Dilma no tiene sustento. La presión para que se defina en términos de izquierda o derecha es propia de la minoría de votantes decididos y no importa para nada a los indecisos. En la medida en que Marina acepte discutir el tema, sólo la hará bajar en las encuestas. La discusión sobre la autonomía del Banco Central y otra serie de políticas concretas solamente produce problemas. No son cosas que estén en la cabeza de los votantes, y cuando un candidato habla de ellas sólo hace dos cosas: alejarse de la gente común y hacerse más parecido al resto de los políticos.

Los votantes de su target se parecen más a los indignados, rechazan todo lo que consideran parte del viejo establishment y la prensa es vista por ellos como parte del pasado. Sus seguidores quieren votar en contra de los viejos conceptos y la apoyan justamente porque no hace lo que quieren los miembros del sistema.

Cuando una candidata crece tan vertiginosamente como Marina, su futuro es muy incierto. No tiene un techo definido, sólo el 20% le ve mal, pero tampoco tiene una base sólida. Si llega a la segunda vuelta, cosa muy probable, puede poner en peligro el triunfo de Dilma, sea cual fuera la diferencia que tengan en la primera vuelta. Si Aécio Neves pasa a la segunda vuelta, el triunfo de Dilma está asegurado. No es un candidato que tenga votos propios, sino que recoge el tradicional rechazo a Dilma, que no es demasiado grande.

La campaña de Marina tomará un nuevo impulso si vuelve a su estrategia original, poniendo énfasis en la autenticidad de su biografía, insertándose en lo que importa a los electores indecisos, que son la mayoría. Su fuerza estuvo en los discursos calificados por los analistas de “atípicos”, en los que en lugar de atacar a sus oponentes hace un gran uso de metáforas y parábolas con un mensaje dirigido a un público insatisfecho con el sistema. Si tiene la fuerza para persistir en esta estrategia, sus posibilidades de ganar se incrementarán. Si cae en la tentación de discutir los temas de la política tradicional no tiene posibilidades de ganar una segunda vuelta.
¿Qué va a ocurrir mañana? La respuesta la tiene este 40% de indecisos, y no es fácil para los analistas entenderlos. Dependerá de lo que cada uno de ellos reconstruya en su cabeza combinando sus valores, que no son los de la política, con imágenes fragmentarias de la campaña y los candidatos que haya ido recolectando durante la campaña casi sin prestar atención. ¿Cuáles serán las teclas que tocaron Marina, Dilma o Aécio en el corazón de estos indecisos? Serán muchas y muy distintas, quizás sea la empatía con una foto que vieron, con un gesto que les quedó en la mente ese día que sí prestaron atención a las noticias.

 

* Profesor de la George Washington University.

 

Para más información:

Ibope 30 de septiembre: Dilma 39%, Marina 25%, Aecio 19% 

Datafolha 30 de septiembre: Dilma 40%, Marina 25%, Aecio20% 

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