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Odio el otoño

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Me salió todo con O, o con preponderancia de la O, que es justo la vocal adecuada y necesaria para destilar aborrecimiento y abominación (esta vez salió con ab ab). Es que odio el otoño y eso está muy mal: una no debe odiar una estación del año sino ocupar su odio en cosas y gentes que se lo merecen. Bueno, el otoño se lo merece: ¿por qué tiene que ser prólogo del invierno, eh? ¿Por qué no del verano para que yo lo amara? No: mi amor y mi odio lo tienen sin cuidado. Cierto que Noel Coward decía esta maravilla, asómbrese, querida señora: “Yo estoy por la profesionalidad; odio a esos escritores que sólo pueden escribir cuando llueve”. Estoy de acuerdo con él… y en otoño llueve y llueve y llueve. Saque usted las conclusiones, estimado señor. Mi amiga Hebe dice que le encantan los días otoñales soleados y tibios. Estamos de acuerdo, sólo que de esos días hay en otoño uno cada tres semanas más o menos. Pero en esos días los escritores de lluvia no trabajan y eso es una ventaja enorme, vea. Nuevamente: yo amaría el otoño si él tuviera en su reinado un día de cada tres con sol y aire tibio. Y no: el otoño está lleno, repleto de días fríos, oscuros, cortos. Y lluviosos en los cuales los escritores de la lluvia se dan la gran panzada. ¿Cómo no odiar el otoño? Me gustaría ser como la baronesa Von Thyssen. Le preguntaron: “¿Dónde tiene su residencia?”. Contestó un poco desorientada: “¿En qué época del año?”. No me es posible: mis antecesores inmigrantes no pensaron en mí. Igualito que el otoño, mire.