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Otra grieta más

Se ha abierto, mucho me temo, una nueva grieta entre los argentinos.

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Se ha abierto, mucho me temo, una nueva grieta entre los argentinos. Sigue operando, y a pleno, la grieta fundacional, la grieta madre: la que opone a los kirchneristas recalcitrantes, por un lado, y a los antikirchneristas recalcitrantes, por el otro (los opone y a la vez los une, ya que allí se encuentran todos los que no admiten que pueda pensarse nada sin remitirlo de inmediato al mundo K). De esa grieta se desprenden otras, como metástasis; desde cuestiones de trascendencia teologal (sobre la falibilidad o la infalibilidad de los Papas) hasta discusiones de café (por qué Messi en la Selección no funciona). Se hable de lo que se hable, surgen prontamente Cristina, Milani, Florencia, Aníbal, Boudou. A mí el tema me interesa, pero siento a veces la necesidad de hablar también de otras cosas. Y aunque me entusiasma, por lo general, la lógica del antagonismo, la fijación en la cosa binaria termina por fatigarme (y me viene a la mente aquel gran cuento de Guimaraes Rosa: “La tercera orilla del río”. Que no es lo mismo, como se advertirá, que estar o ponerse en el medio).

Como sea, en cualquier caso, una nueva grieta parece haberse suscitado en el país. Hasta ahora teníamos una división tajante que ponía nítidamente de un lado a una espesa caterva de corruptos (infladores de precios de obras públicas, torcedores de licitaciones, pedidores compulsivos de coimas, etc.) y ponía del otro, no menos nítidamente, a una brigada irreprochable de enemigos del mal proceder, impolutos e inflexibles, rectísimos en su prístina moral cívica.

Estas últimas cualidades le fueron asignadas, por no pocos compatriotas, a la fuerza que actualmente nos gobierna (y que nos gobierna, en buena medida, por los muchos que los consideraron así). Aunque había unas cuantas señales que podían mover a duda (platas fugadas, escuchas ilegales, licitaciones siempre ganadas por amigos de la infancia, ingreso extraño de autopartes, comentaristas deportivos traspapelados de un momento para otro, etc.), prevaleció a todas luces la confianza suscitada por las sonrisas bondadosas, las cabezas suavemente ladeadas, las voces que nunca se alzan, la presunción de que el que nos caga no va a venir a tocarnos el timbre.

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El escándalo de los falsos aportantes a la campaña de María Eugenia Vidal detonó la corrupción justo en ese bello prado donde Heidi retozaba. Y aunque Heidi era muy buena, y por lo tanto nunca les habría ofrecido un 16% de aumento salarial a los docentes frente a un 30% de inflación, toda una fe en su bondad esencial tropieza ahora con un muy severo escollo. Vidal echa a su contadora y apela a la Justicia: ni lerda ni perezosa, pretende dar a ver que todo esto es algo que ha pasado, o más aún: que le ha pasado, y no algo que ella misma ha hecho, enterada y responsable.

La vieja grieta se activó automáticamente, como era de esperar, para dirimir cuál clase de corrupción es peor: si aquélla (la de los K) o si ésta. No me prendo en esa competencia falaz, no me parece que haya que armar estos ránkings de corrupción. Entiendo que, más allá de un cotejo semejante, se abre, y para bien, otra grieta. Una nueva y acaso mejor (al menos a mí me encantan las grietas, las prefiero a las falsas uniones). Esta nueva grieta serviría para discernir y ubicar, por una parte, a quienes en efecto deploran la corrupción (la truchada, la plata turbia, la falsedad, etc.) y repudian por ende las maniobras perpetradas por Vidal; y por otra parte, a quienes descubren que todo eso en verdad no les parece tan grave, o no les parece grave para nada, aquellos a los que les resulta tolerable o hasta insípido y se disponen a pasarlo por alto. Con lo cual están evidenciando que no era la corrupción lo que los indignaba en el kirchnerismo; que lo que se les volvía inaguantable era el propio kirchnerismo, y solo por eso pataleaban en contra de la corrupción: pataleaban en contra de su corrupción, en contra de esa corrupción, y nada más.

Esta grieta me resulta por demás interesante. ¿De qué lado se ubicará, me pregunto, Elisa Carrió, la reserva moral de la República, según ella? La intriga me carcome.