COLUMNISTAS

Pasión de multitudes

La noticia que más impacto mundial ha tenido en las últimas semanas es el despido de José Mourinho, director técnico del Chelsea.

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La noticia que más impacto mundial ha tenido en las últimas semanas es el despido de José Mourinho, director técnico del Chelsea. En ese pequeño asunto se reflejan algunas constantes de la civilización actual. Entre otras, la consolidación del mundo del entretenimiento y del deporte como uno de sus pilares; la globalización del capital y del trabajo que hace que un club de fútbol inglés sea propiedad de un multimillonario ruso, que lo entrene un portugués y que el equipo titular aliste a un solo futbolista británico; o la versión moderna de la lucha de clases en la que jugadores, técnico y propietario encarnan una versión glamourosa del juego del poder como si representaran a los proletarios, los gerentes y los patrones en la farsa que transcurre dentro de una inmensa factoría virtual. La interrelación entre esos estamentos sociales se pone de manifiesto por la evolución de las transmisiones televisivas, que llegan a millones de espectadores en un centenar de países. Hace muchos años sólo se veía el trabajo, es decir a los futbolistas, exclusivos depositarios de la admiración del público. Luego, los técnicos empezaron a robar cámara hasta volver obligatorio el primer plano de su cara después de cada jugada decisiva. Finalmente, el capital apareció también en pantalla y la televisión muestra a cada rato el palco donde los magnates se hacen acompañar por una modelo. La idolatría de los hinchas se ha diversificado también con el tiempo: los entrenadores (el caso Mourinho lo confirma) han pasado a ser héroes, a veces más que los jugadores. En el futuro es previsible que los millonarios, que ya se han apropiado de las instituciones y gozan de un poder dictatorial para manejarlas, terminen también robando el afecto popular.
Pero a pesar de su omnipresencia, el fútbol sigue más o menos encasillado en las páginas deportivas y su relación con la cultura y la reflexión es escasa. Es cierto, no faltan intelectuales que incursionan en la ficción o la no ficción futbolera. Cada semana, los medios y los funcionarios nos recuerdan el valor de los relatos de Soriano y de Fontanarrosa, y son habituales las incursiones de los escritores por las distintas variantes de la crónica deportiva, desde el libro que Martín Caparrós le dedica a Boca hasta la transmisión radiofónica del penúltimo Mundial por un grupo de intelectuales (su líder, Elvio Vitali, pasó luego a dirigir la Biblioteca Nacional). No faltan tampoco las antologías cuyo tema es el fútbol (aprovecho para mencionar mi cuento de fútbol favorito: Buba, de Roberto Bolaño). Pero el tránsito se da más frecuentemente en la otra dirección, ya que hay muchos escritores que comenzaron como periodistas deportivos. Sin ir más lejos, el responsable de la otra mitad de esta página supo ser editor de El Gráfico.
En estos cruces, queda por explorar desde la cultura un territorio que reclama una intervención más profunda. Es la batalla ideológica (no hay otro modo de llamarla) que se libra entre dos bandos antagónicos desde hace varias décadas. En los años sesenta se publicaron en Buenos Aires dos libros. Uno fue Fútbol, dinámica de lo impensado, de Dante Panzeri, el otro Táctica y estrategia del fútbol, de Osvaldo Zubeldía y Argentino Geronazzo. Esas dos manifestaciones intelectuales inauguraron cuarenta años de polémicas que aún no cesan, porque en el fútbol pelean dos bandos irreconciliables: los amantes de la libertad y la estética contra los defensores de la disciplina y el resultado. La segunda tendencia va camino de imponerse y ya es mayoritaria entre los profesionales y la prensa. Sin embargo, el gusto por un fútbol más placentero, menos corporativo y militarizado es uno de los últimos reductos del pensamiento libertario frente a un enemigo poderoso y encarnizado. Como la extinción de las ballenas, el fútbol es también el escenario de una lucha ecologista.