COLUMNISTAS
dos alternativas

Todos los hombres del kirchnerismo

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Anoche volví a ver Todos los hombres del presidente, la primera película para adultos que vi en mi vida, a los 8 años, en un autocine cerca de la Panamericana. Me sorprendieron tres cosas: la primera es que la recordaba escena por escena, lo cual parece confirmar mi impresión general de que –en el cine y en la vida– no hace falta entenderlo todo para darse cuenta de lo que pasa. Decidí verla de nuevo porque la sospechaba actual, pero mi segunda sorpresa fue comprobar lo moderna que sigue siendo después de casi cuatro décadas. Su director, Alan J. Pakula, se había ido convirtiendo paulatinamente en mi enemigo con cada uno de los bodrios que hizo después, pero nos reconciliamos ayer, tarde. Algo bueno habrá hecho para conseguir una película perfecta como esa.

También es cierto que las películas perfectas son casualidades. Un docudrama sobre el caso Watergate es el último lugar en el que uno buscaría excelencia formal e imágenes sublimes, y sin embargo ahí está el trabajo de Gordon Willis, que en 35 mm produce hoy el mismo efecto que escuchar a Los Beatles: sugiere que todo lo que se hizo después es superfluo. No es posible, sin embargo, suponer que Willis es el único responsable de esta obra maestra, porque la película anterior que hizo con Pakula (The Parallax View) es una catástrofe infumable. Tampoco es que se hayan puesto todos de acuerdo. Es conocida la historia de cómo Robert Redford, inseguro y banal, intentó destruir el guión original de William Goldman. Ese proceso agregó, sin embargo, dosis de humanidad y heroísmo que Goldman, por cínico, no podría haber aportado. El resultado es esa paradoja del Arte con mayúsculas: la realidad (horrible) convertida en algo bello sin mentir.

Carl Bernstein, uno de los dos periodistas que investigaron el caso para el Washington Post –interpretado en la película por Dustin Hoffman–, dijo alguna vez que la gran similitud entre el mundo del cine y el del periodismo es que ambos están compuestos por voyeurs. No es así, y tal vez este error haya perjudicado el guión alternativo –hoy perdido– que Bernstein escribió con su novia, Nora Ephron, para refutar el de Goldman. El voyeur se guarda lo que ve. Lo que el cine (y el drama) y el periodismo comparten es la necesidad de describirlo.

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La tercera sorpresa que me deparó Todos los hombres del presidente es cuánto se parece a Zodiac; se parecen tanto como para suponer que la decisión de Fincher es consciente. No sólo por la música de David Shire y la insistencia en mostrar a los protagonistas solos y chiquitos moviéndose por la ciudad, desde arriba. Hay una coincidencia filosófica más importante, que en nuestra cultura argentina de hoy no es intuitiva: ambas películas se preguntan cuál debe ser la actitud individual ante la mentira y el crimen. El problema en las dos películas no es qué debe hacer “el periodismo”; eso se contesta solo. La pregunta es qué harán esas personas con lo que saben.

Once, Moreno, Kirchner, Lázaro Báez, el fin de la Justicia, el ministro invisible Lorenzino que si le preguntan el índice de inflación se quiere ir. Sabemos demasiado para haber hecho tan poco. Dicho más amablemente: sabemos lo suficiente como para hacer más. Sabemos lo suficiente como para condenar a los culpables. Colectivamente, no parece que vaya a suceder. Tampoco parecía en Todos los hombres del presidente (y sucedió). Tampoco parecía en Zodiac (y no sucedió). ¿Vale la pena el esfuerzo? No sé.

Pero se me ocurre un buen método para decidir. Es mucho más rápido que ver el debate en el Congreso. Sólo hace falta disponer de seis horas para un doble programa: Zodiac y Todos los hombres del presidente. Lápiz y papel. Anotar cómo se siente uno después de ver cada una de las dos. Dejar pasar un tiempo, y después elegir cuál de esas dos sensaciones querés que te acompañe el resto de tu vida.

*Escritor y cineasta.