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TRAGEDIAS

Ultimo eslabón

Los ‘accidentes’ militares tienen mala historia reciente. Investigación prudente.

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. | Pablo Temes

En la mañana del jueves comenzó a revelarse la noticia más triste, luego de una noche que había dejado preocupados a todos tras conocerse la declaración del vocero de la Armada donde describía la detección de una “anomalía hidroacústica”. La comunicación inicial fue muy dura. El padre de uno de los tripulantes describió el momento de manera escalofriante: “En el último contacto se informó que hubo un avería en las baterías de proa. El llamado final agregó que se detectó una explosión que fue a 30 millas del punto donde fue esa última comunicación. ‘¿Qué significa eso?’, pregunté. ‘Que están todos muertos’, me respondieron”. Entonces, la comunicación se cortó de manera intempestiva.

El duelo llegó de repente y sin información suficiente. Han pasado ya algunos días del momento descripto y aún nadie sabe qué fue lo que sucedió. Cada familia reaccionó como pudo. Hubo bronca, reclamos y desilusión. El principal reproche se centró en el lapso que transcurrió entre la detección de la anomalía hidroacústica y la efectiva comunicación –casi una semana después– tanto a la familia de los 44 tripulantes como a la opinión pública.

Hubo dos momentos bien diferenciados. En una primera instancia el Presidente sintió bronca y enojo por la forma en que la Armada manejó la situación puertas adentro. Luego llegarían las explicaciones sobre pasos y protocolos que, sin embargo, no fueron suficientes.

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Mauricio Macri en persona se encargó de producir al menos dos gestos inequívocos. El martes fue al Edificio Libertad y se reunió con el comandante en jefe de la Armada, almirante Marcelo Srur, y otros camaradas, en el encuentro de coordinación de tareas; en todo momento al lado del primer mandatario estuvo el ministro de Defensa, Oscar Aguad. El mensaje y la tensión eran evidentes luego de la mala comunicación que la Armada había tenido con el ministro de Defensa en más de una oportunidad, incluyendo la noticia de la desaparición de la nave. Los rumores sobre el inmediato relevo de Srur comenzaron a circular hasta que el baldazo de agua fría que significó la noticia de la explosión obligó a todos a recalcular. El viernes llegó el segundo gesto de parte del Presidente, nuevamente poniéndose al frente en su rol de comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. Al mediodía volvió al Edificio Libertad a interiorizarse de los avances en las tareas de rescate. Puertas adentro estuvo con Srur y, en una suerte de ratificación en el mando, el diálogo fue cordial, de intercambio informativo y colaborativo.

Inmediatamente Macri brindó un mensaje acompañado por el jefe de la Armada de un lado y por Aguad del otro. Ratificó el valor y el compromiso de los 44 tripulantes y de todas las fuerzas. Además subrayó que “hasta que no tengamos la información completa no tenemos que aventurarnos a buscar culpables”. Fuentes que conocen el pensamiento del Presidente sostienen que “no se pueden hacer cambios en medio de un operativo de trascendencia y participación mundial. Los trapitos se lavan en casa. Hay un convencimiento de que no es el momento”.

Ya desde el jueves por la noche el tono general era más reflexivo y de cautela: “Esperemos que ahora no empiece el deporte nacional de echar culpas y armar teorías de café sin saber nada”, dijeron en el entorno del senador y presidente provisional del Senado, Federico Pinedo. La necesidad de pisar firme y sin cometer errores fue una sana decisión tomada desde lo más alto del poder. “Si empezamos una caza de brujas contra reloj, sólo se logrará que los argumentos o razones caigan de uno u otro lado de la grieta”, reflexionó otra voz del Gobierno.

Dudas. Sin embargo, hay un manto de dudas sobre el mantenimiento, la capacitación y las últimas tareas realizadas sobre el ARA San Juan. Un ingeniero que estuvo presente en la entrega del submarino en Alemania hace más de 32 años recuerda cada detalle: “Era excelente, estaba entre los mejores de la época. A pesar del paso del tiempo siempre mantuvo su vigencia sin mayores problemas. Se han dicho muchas cosas, pero era una nave que fue orgullo de la Armada. Hasta la marina de los EE.UU. evaluó adquirir uno similar luego de ver el desempeño de su primo hermano, el San Luis, en la guerra de Malvinas, una nave de corte similar pero bastante más chica”.

La anécdota en tiempos de Malvinas sirve para ejemplificar lo difícil que es hallar un submarino y comprender las tareas de búsqueda: la Armada inglesa se destacaba en el mar por ser eminentemente antisubmarinista, patrullaba las profundidades como ninguna otra. Sin embargo el San Luis logró llegar a tropas enemigas, atacar y escabullirse sin ser detectado. El caso del San Luis es también una muestra de que la falta de mantenimiento existía durante la última dictadura militar. La historia habla de que, siendo su misión hundir navíos ingleses a los que tuvo a distancia de tiro, no pudo hacerlo porque la computadora de tiro no funcionaba, y los torpedos, luego de ser disparados, nunca detonaron.  

La reparación de media vida del San Juan se realizó en el astillero de Tandanor y demandó más de siete años, comenzando a fines de 2008. En la tarde del viernes la jueza federal de Caleta Olivia, Marta Yáñez, libró una orden al astillero para que se conserve toda la información relacionada con los trabajos efectuados al submarino. Tandanor realizó la reparación del rompehielos Almirante Irízar fuera de tiempo y con escándalo presupuestario (siete años y unos $ 150 millones). Una fuente del sector náutico aseguró que “no es ninguna garantía de calidad de que la reparación de media vida se haya realizado allí”. Habrá que esperar para no sacar conclusiones apresuradas y rogar para que la Justicia no someta a los familiares de los tripulantes al largo peregrinar de otras tragedias argentinas.

La desaparición del ARA San Juan pone una vez más en la superficie del debate político el espinoso tema de las Fuerzas Armadas, su rol, el mantenimiento de su equipamiento, el entrenamiento de su personal, sus objetivos y sus dimensiones. La revisión de los “accidentes” ocurridos en el ámbito militar durante los últimos treinta años es lapidaria. Barcos que no navegan, aviones que no vuelan, tareas de entrenamiento reducidas o postergadas terminan por configurar un estado de situación letal del cual el drama del submarino argentino que conmueve al mundo es su último eslabón.


Producción periodística: Santiago Serra.