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Un guión olímpico

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 La ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos fue encomendada a los directores de cine Andrucha Waddington y Fernando Meirelles, responsables de una puesta en escena no tanto high-tech, sino high-concept (dijo Meirelles), coordinados por el director estadounidense de eventos en vivo, Steve Boyd. La coreógrafa Deborah Colker trabajó con 6 mil voluntarios y cien bailarines profesionales. El director de escena, Leonardo Caetano, prefirió “trabajar con más gente y menos objetos en escena, porque cuando la fiesta termina, esas cosas generan basura”. No aclaró qué les pasa a esos cuerpos-mercancía cuando termina “la fiesta”, pero en internet hay algunos indicios de ecología post olímpica.
Comparado con el de ceremonias previas (Londres, Danny Boyle), el guión high-concept de la ceremonia fue muy conservador, adecuado a los tiempos que corren. Se previó un homenaje a la bossa nova, con un final subrayando (y sólo eso) la división social y la exclusión: la Garota de Ipanema, víctima de un arrastão –robo colectivo por parte de faveleiros. Construção, de Chico Buarque, sirvió como pista para recordar el levantamiento anarquista del 17-18 en San Pablo y Río de Janeiro, pero entre una y otra escena no se estableció relación.
En otro cuadro, la infame importación de mano de obra esclava (cinco millones de africanos). El asunto ocupó lo mismo que el segmento de la inmigración japonesa.
El punto más alto probablemente haya sido el sambão más grande del mundo. Mañana empiezan los clavados.