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escenario inquietante

Bolsonaro argentino ¿estás ahí?

La sociedad y la política argentina son muy diferentes a las brasileñas. Pero, temas como la seguridad, la corrupción política y la representatividad electoral están en crisis y pueden generar sorpresas en 2019.

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Cerca y lejos. Olmedo busca una vuelta al tradicionalismo. Macri nació con el "que se vayan todos". Carrió, una legisladora antisistema, como Bolsonaro. | cedoc

El ascenso de Jair Bolsonaro en las presidenciales brasileñas ha provocado un tembladeral en esta orilla del Río de la Plata, bajo el interrogante sobre si es posible que se reproduzca en Argentina el ascenso de un personaje que es presentado por la prensa de Brasil como autoritario, religioso, antifeminista, nacionalista, aunque liberal en lo económico. Con ese perfil, no pocos medios de comunicación se lanzaron en la última semana a la búsqueda del "Bolsonaro argentino" por estas playas.

Si de búsqueda se trata, se puede recordar el cuento de Edgar Alan Poe La carta robada donde la policía, para dar cuenta de un documento que podría tener información comprometedora, allana revisando de punta a punta la mansión de un ministro, mientras la carta estaba a la vista de todos.

Bolsonaro no llegó a la política en los últimos meses o días, por el contrario, está cumpliendo su séptimo mandato como diputado nacional –casi tres décadas–. En este sentido se lo puede comparar con Elisa Carrió, quien está transitando su sexto mandato consecutivo, mientras que también cada vez que se presentó fue en un partido diferente.

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Tres ejes de demandas. Más allá de buscar y definir el personaje que "personifique" el momento histórico, es crucial comprender cuáles son las demandas de sus bases sociales, viendo que efectivamente existen grupos que exigen cuestiones similares en ambos países. Las demandas principales pueden resumirse en tres ejes centrales.

Seguridad urbana. Se organiza en torno a dos aspectos diferentes, la seguridad como lucha contra la delincuencia, y seguridad como orden social y político. Sobre la primera cuestión los reclamos son la “mano dura”, militarización de la represión y endurecimiento de penas. La seguridad como orden social y político se vincula con cierta percepción del desmoronamiento de las jerarquías sociales.

Surge la posibilidad del avance de la antipolítica. A lo largo del Siglo XX estos climas facilitaron y legitimaron los goles militares en América Latina. Bolsonaro recupera eso.

La posición central en ambos lados de las Cataratas del Iguazú es que “hay que ponerle orden a los reclamos” tanto para los piquetes, y movilizaciones como para huelgas. para limitar los reclamos sociales el pedido generalmente apunta a una mayor represión y carga penal para los responsables y por el lado de las huelgas modificación de la legislación vigente apuntando a su restricción. La idea del “regreso al orden” también tiene adherentes en Argentina, el mejor ejemplo de esto es el diputado Alfredo Olmedo –hoy deseoso de una bendición de Bolsonaro– proponiendo la creación de un banco de ADN poblacional en forma compulsiva.

Corrupción estatal. Tanto en el Lava Jato brasileño como en el caso del Cuadernogate surgen complicidades entre empresarios y funcionarios estatales para el reparto de la obra pública, con el pago de abultados sobornos. No obstante, en Brasil el proceso avanzó hasta la condena de muchos funcionarios del PT pero también la de Marcelo Odebrecht, dueño de la megaconstructora. En Argentina la Justicia parece solo apuntar a los ex funcionarios kirchneristas. Sin embargo, la legitimidad social de esta causa contra la corrupción también sirvió para la destitución de Dilma Rousseff por causas ajenas a la colusión políticos y empresarios.

Vuelta a la tradición. Quizás el palpitar del corazón de la nueva derecha se ancla en un deseo conservador de que las cosas vuelvan-a-ser-como-antes. ¿Cómo eran antes? “Había respeto, distancia, todo el mundo sabía lo que podría lograr en la vida”. El horizonte de posibilidades era fijado por la cuna de nacimiento. Se trata de una nostalgia de un mundo jerárquico perdido, donde la mano invisible del mérito organizaba las recompensas. En cambio, hoy perciben que el Estado prioriza darles bienes materiales a los más pobres. Pero esta jerarquía de antaño no solo “sufre” porque los de abajo compiten por los recursos estatales, sino que sectores que tradicionalmente estaban en los márgenes hoy aparecen “empoderados” con la adquisición de bienes simbólicos como los nuevos derechos. La lista de las minorías de los márgenes es extensa y heterogénea: migrantes, el colectivo de Lgtbq (orientaciones sexuales diversas), los villeros, pero también las mujeres en la dimensión en el colectivo feminista y sus reivindicaciones, en especial del derecho al aborto. Es decir, la novedad del surgimiento de un movimiento antifeminista.

Antipolítica. En los aspectos comentados existe una homología en las demandas de una parte de la sociedad tanto en Brasil como Argentina. No obstante, son condición necesaria, pero no suficiente para el surgimiento de un líder como Jair Bolsonaro. Para que se produzca esta suerte de revolución restauradora debe existir un repudio a los partidos políticos, y la convicción de que la democracia ya no puede dar cuenta de las necesidades a esta parte de la población que se siente “marginada” de las políticas públicas. De este cóctel surge las posibilidades del avance de la antipolítica que a lo largo del siglo XX estos climas facilitaron y legitimaron los golpes militares en América Latina, Bolsonaro también recupera esto.

La antipolítica copó el espacio social en la Argentina de 2001 bajo el grito “que se vayan todos”. Sin embargo, el sistema político se reconstituyó bajo las plataformas kirchneristas y macristas, cuyos líderes hoy capturan casi el 80% de la intención de voto. Se debe observar que buena parte de los espacios sociales que sustentan la triple agenda (seguridad-jerarquías-corrupción) forman parte del electorado macrista (no es casual que la ministra de Seguridad Patricia Bullrich tenga la mejor imagen del gabinete de Mauricio Macri). Claro que el centrismo de Mauricio Macri los enoja, pero más los aterra un posible regreso del “populismo recargado”, por lo cual no sacarán los pies del plato (electoral) con vistas a 2019. Por su parte, Cristina, con un 30% de intención de voto, cuenta con una carta arriesgada al ser ella la candidata antisistema, pero no contra los políticos y la burocracia estatal, sino contra el FMI, el sistema financiero y el propio Macri, al que considera parte del establishment.

Finalmente, se debe señalar que la política argentina tiene la dinámica de lo imprevisto, un agravamiento de la situación económica, u otro acontecimiento, pero llevará a que las cartas sociales se repartan otra vez con consecuencias impensadas.

 

Causas políticas del enojo y desencanto

¿Son tan parecidas las situaciones políticas en Argentina y Brasil? Si se trata de observar dos encuestas realizadas en el año 2017 por la Corporación Latinobarómetro en ambos países, la democracia brasileña viene atravesando un agudo deterioro, que no es tan pronunciado en Argentina.  En efecto, casi seis de cada diez habitantes del vecino país estaba para mediados del año pasado “nada satisfecho” con el funcionamiento del sistema democrático, superando en casi cuarenta puntos a la percepción de los argentinos.

A la insatisfacción con el funcionamiento con la democracia se les suma un elemento central: la falta de una imagen de que el país está progresando. Se puede observar que la percepción de estancamiento y/o retroceso es común en ambas sociedades, pero un sector de los argentinos cree que el país progresa, optimismo casi existente entre los brasileños. La ausencia de esta perspectiva –hay que recordar el emblema de la bandera del Brasil “Orden y Progreso”, es por una parte la crisis del sueño de convertirse en una potencia mundial, pero también genera a nivel micro, una carencia de perspectivas para el desarrollo individual y familiar, insatisfacción que hace que muchos brasileños estén pensando en armar las valijas para probar suerte en el exterior, situación que experimentó Argentina en su crisis a la entrada al siglo XXI.

El análisis de la información revisada aquí permite detectar una insatisfacción con la marcha de las cosas entre los habitantes de ambos países, sin embargo, sí es habitual entre los argentinos quejarse casi todo el tiempo sobre los políticos, los vecinos cariocas casi han roto relaciones con sus dirigentes, en efecto quienes confían en los partidos políticos, gobierno o el Congreso se han transformado en un grupo casi inexistente, lo que otorga causalidad al ascenso de Jair Bolsonario. Por el contrario, en Argentina todavía existen quienes se inscriben en la categoría de poseer "algo" de confianza en las instituciones. Se observa también en ambos países un sector que tiene mucha confianza en las Fuerzas Armadas.

Una conclusión preliminar es que, si bien se puede homologar parcialmente la situación en ambos países vecinos, todavía la valoración de la democracia en Argentina es suficientemente alta como para alejar cualquier aventura autoritaria.

*Sociólogo (@cfdeangelis)