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entrevista inedita

La justicia, según Enrique Petracchi

Habitualmente esquivo a los medios, el juez de la Corte, que falleció el domingo 12, revisó con el equipo de la Revista Argentina de Teoría Jurídica, dirigida por Roberto Gargarella, sus treinta años en el máximo tribunal y su particular visión del Poder Judicial

Dandy. Cuidaba su imagen, a pesar de su perfil bajo. Decía ser “un liberal al estilo inglés”.
| Cedoc Perfil

Con el privilegio de haber ocupado un sillón en la Corte Suprema de Justicia desde la vuelta de la democracia, en 1983, el juez Enrique Petracchi se sentó, este año, a repasar su vida y su carrera con un grupo de colegas de la RATJ (ver recuadro). A una semana de su muerte, PERFIL reproduce aquí algunos extractos de esa interesante –e inusual– entrevista.
 —Doctor (…), a la luz de estos treinta años de su trayectoria en la Corte, nos interesaba dar un espacio especial para la reflexión sobre la línea jurisprudencial que usted ha contribuido a trazar. Una primera cuestión que le queríamos preguntar tiene que ver con su propia evaluación de esa línea de jurisprudencia. Nosotros detectamos un compromiso con un cierto liberalismo social, que usted ha mostrado a lo largo del tiempo.
—Eso es lo que soy. Un liberal al estilo inglés.
—Queríamos explorar un poco esa línea, que nos parece que se ha mantenido consistente en estos treinta años y que representa parte de lo más interesante que ha mostrado la Corte en los últimos años.
—Alguna vez, alguien me ha hecho una crítica sobre esto. Porque me ha señalado algunos fallos en los cuales yo tengo una opinión que no es exactamente liberal. Frente a esto, yo he contestado que depende de los hechos del caso. A mí me parece que los hechos son absolutamente relevantes. Es algo que le dijeron al juez Douglas también, cuando hizo su fallo a favor de la bandera americana. Pero yo acepto absolutamente todas las críticas. No me molesta ninguna. Puedo compartirlas o no, pero no me molestan.
—¿Y usted nota que ha habido una evolución interesante en ese sentido –hacia un liberalismo social– en la Corte, en estos años?
—Yo creo que sí. A ver... la primera Corte, la Corte de Alfonsín, en la que yo entré, tenía esa tendencia con toda claridad. Salvo, quizás, en el caso de Severo Caballero, que era más conservador.(...)

De modelos e influencias.
—Usted hablaba de su liberalismo. Doctrinariamente, ¿en qué autores ha encontrado inspiración? Lo hemos visto citar a menudo a Ronald Dworkin, por ejemplo.
—Dworkin estuvo acá dos veces, sentado ahí [señala un sofá]. En realidad, él es el autor intelectual de la acordada que yo saqué con la firma en ese momento de Bacqué y Belluscio (no firmaron Fayt y Caballero), en el sentido de que no se podía atender a los abogados de las partes que vienen a hacer lobby. Firmé esa acordada, en aquella época, y se mantuvo. Por supuesto, hasta que llegó la Corte menemista, tiempo en que todo eso desapareció. Con la llegada de esta nueva Corte, la acordada se volvió a implantar, aunque muchos no la cumplan. Y claro, porque una cosa es estar en una reunión, como hacen los jueces americanos, y conversar, y otra cosa es escuchar a una sola de las partes.
—Cuando usted mira el récord de sus decisiones, de sus disidencias, ¿con qué opinión se siente más identificado, de cuál se siente más orgulloso?
—Quizá con la del divorcio, en el caso Sejean. Menciono esa opinión porque yo sufrí un embate furioso. Muy habitualmente, a mí se me consideró siempre peronista, no porque fuera del partido peronista, sino porque hay una única cosa del partido peronista que yo acepto, que es la justicia social. Por supuesto, ahí sí estoy totalmente convencido de que la justicia social es necesaria, y esa convicción ha marcado mucho la dirección en mis fallos. Con otras cosas no estoy de acuerdo, claramente. No podría… Una vez, un juez norteamericano me dijo: “Doctor, usted acá tiene fama de peronista y liberal, y eso es una contradicción”. Entonces yo le dije: “Doctor, yo veo que usted es liberal y sin embargo tiene un crucifijo colgando, y eso también es una contradicción”.
—Nosotros prestamos mucha atención a su opinión en Bazterrica, o al caso de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) también…
—En efecto, ésa fue otra decisión muy difícil –cuando se trató la cuestión de la personería jurídica de la Comunidad Homosexual–. Esa fue una disidencia importante y ahí también tuve mucha presión en contra. (...)
—En todo caso, uno ve en sus opiniones una postura consistentemente protectora del ámbito personal, de la moral privada
—Sí, es así. (...)

Un camino de tres décadas.
—¿Cómo compara la Corte de la época de Alfonsín con ésta? Tal vez, uno podría decir que la Corte de aquella época ponía un mayor énfasis en las libertades civiles, mientras que en ésta habría un énfasis mayor en la cuestión social. ¿Podría ser?
—En ésta hay un énfasis mayor en la cuestión social… pero eso no significa necesariamente que la jurisprudencia de esta Corte sea mejor que la de aquélla. Lo que no se puede es asumir, como hacen algunos, que todo ha comenzado ahora. Esta situación es especialmente común en la política. Es lo que ocurre cuando un político dice: “Nunca en doscientos años”. Yo hace mucho que estoy en la función pública, más de treinta años que soy ministro, fui secretario, presidente de la Corte, estuve en la Procuración General. Y sé que es un error querer instaurar una fundamentación nueva, empezar siempre todo de nuevo. Muchos políticos actúan como si con ellos empezara todo, y a veces los jueces también actúan de ese modo. (...)
—¿Cómo hizo para sobrevivir en esa época del menemismo?
—Y... haciendo disidencias… Sufriendo los embates.
—¿Encontraba algún respaldo en esa época?
—No. Solamente el de Belluscio, que a veces firmaba conmigo, a veces.
—¿Qué piensa de las posibilidades de abrir la participación pública en los procesos judiciales, a través de herramientas como la audiencia pública o la presentación de amicus?
—Las audiencias las propuse en la época de la Corte menemista. Como ellos llegaron en mi última presidencia, aceptaron las primeras audiencias que yo había propuesto. Después ya no más, y ahora tuve el acuerdo de mis nuevos colegas, aunque a veces se hacen audiencias que yo no haría, audiencias que se prestan al discurso político, que no sirven necesariamente para la solución del caso. De hecho, yo en muchas de ellas no participé. Sí en esta última, claro, acá sí porque además yo la propuse, porque me parece muy importante, incluso como política judicial, que la gente se entere. (...)

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Medios y poder.
—¿Usted cree que en estos treinta años la visión de la sociedad sobre el Poder Judicial sufrió cambios?
—Sí, creo que mucho se lo deben a los medios. Por eso, yo siempre les he advertido a mis colegas: “Así como ahora los elogian, después los pueden defenestrar”. Ahora se vive en una especie de romance.
—Lo hablábamos antes de venir acá. Distintos jueces han tomado distintas actitudes frente a los medios. Usted siempre optó por un perfil más bajo.
—No me gustan las fotografías.
—¿Tiene que ver con una concepción del juez?
—Hay periodistas que me han criticado eso. Me dicen que soy un juez anticuado; y sí, lo soy.
—Tiene que ver con un entendimiento distinto de la función.
—No me gusta estar apareciendo en revistas y dando conferencias. (...)
—En todos estos años de trabajo en la Corte, ¿cuál fue la época en que más disfrutó de su labor?
—La de Alfonsín. Era una época más movida, también más estresante. Recibíamos amenazas todos los días de los militares. Nos decían: “Te vamos a matar a vos, a tus hijos, a tu familia”. Era difícil trabajar así, pero…
—¿Ustedes vivían en esa época el riesgo de golpe militar? ¿Quedó ese temor reflejado en las decisiones del tribunal?
—Conocíamos ese riesgo, absolutamente.
—Y usted, ¿cómo llega a la Corte?
—Alfonsín a mí no me conocía. Mi nombramiento viene porque ya había sido veedor de las elecciones del Partido Justicialista, aprendí mucho de esa experiencia política. Alfonsín primero le ofrece la presidencia del tribunal a Italo Luder. Luder le dice que no. Entonces, él pide en el partido peronista que le manden una terna. Yo estaba en esa terna, junto con el doctor Levene, por ejemplo. Pero Carrió le aconseja a Alfonsín que me elija a mí. Entonces, ahí viene el nombramiento. Una de las cosas que más me impresionaron de Alfonsín fue en el día en que me tomó juramento. Yo le dije: “Señor presidente, qué bueno que haya venido a tomarnos juramento”. Entonces, él me responde: “Sí, vengo, pero con cierto temor reverencial, porque sé que ustedes me pueden juzgar”. ¿Qué presidente posterior ha dicho eso? Alfonsín siempre decía: “El único hombre que no es de mi partido, ni cercano a mi partido, con quien yo puedo hablar es usted”. (…)
—Varias veces hizo referencias a las amenazas que recibió. ¿En algún momento pensó en dejar su cargo, a partir de ellas, o cómo las manejó?
—No, de ninguna manera. El que viene a estos lugares y se asusta con una amenaza, que se vaya a hacer otra cosa. (…)

La Corte en la era K.
—¿Qué deuda ve usted de la Corte en este tiempo?
—Muchas. Creo que hay un papel mucho más relevante que la Corte tendría que jugar en la reestructuración del Poder Judicial. En particular, en lo relativo a los nombramientos de los jueces. Hay jueces que no deberían estar…
—¿Y qué diría sobre los temas más sustantivos, cuestiones como salud reproductiva?
—En eso yo le diría que andamos bastante bien.
—Se han hecho cosas, ha habido tres decisiones recientes.
—Se han hecho muchas cosas. La Corte se ha abierto al tema, que en definitiva es lo que yo pienso: se trata de un avance en materia de justicia social.
—Una última pregunta, en estas decisiones ha habido varias que la autoridad política se niega a cumplir, como con el procurador de Santa Cruz.
—Yo voté en contra de eso. Voté que era una cuestión de derecho público local y no voté nunca más. Porque además se lo dije a los menemistas de la época. “Díganme una cosa, cuando la provincia se niegue a cumplir, ¿qué van a hacer?”. Una cosa básica de un juez es saber si su sentencia se va a cumplir.

*Doctor en Derecho y sociólogo.
Dirige la RATJ.