OPINIóN
Historia política

Triunfan los "asaltantes nocturnos"

Sobre la caída del doctor Arturo Humberto Illia, el 28 de junio de 1966.

Arturo Illia
Arturo Illia abandonando la Casa de Gobierno, 1966. | CEDOC

En la madrugada del 28 de junio de 1966, las tropas del Regimiento 3 de Infantería cercan la Casa Rosada y la Plaza de Mayo. En el interior de la Casa de Gobierno entre funcionarios, miembros del partido gobernante y periodistas, hay un centenar de personas. El doctor Arturo Humberto Illia, Presidente de la Nación, autografía fotos que entrega como recuerdo a sus acompañantes; y luego mantiene un áspero diálogo con el general Julio Alsogaray representante de las Fuerzas Armadas. Ante el pedido del general que le solicita se retire de su despacho, el doctor Illia le responde: “Usted y quienes lo acompañan actúan como asaltantes nocturnos que, como los bandidos, aparecen de madrugada. Sus descendientes sufrirán siempre vergüenza por lo que han hecho.”

Afuera, apenas simples amagos de rebeldía de un grupo minúsculo de radicales, dispersados rápidamente por uniformados de buenos modales.

El doctor Illia abandona el lugar y, en vez de tomar el coche que le ofrecen, decide tomar un taxi. Minutos después, vuelven a escucharse las marchas militares en las radios.

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Un gobierno radical, jaqueado por la salvaje interna peronista

El doctor Illia no había entrado a la Casa Rosada por la ventana el 12 de octubre de 1963, día en que recibe el bastón y la banda presidencial en traje de calle, hecho inédito en la historia nacional. Médico de los obreros ferroviarios en Cruz del Eje, con una larga historia dentro del radicalismo, diputado nacional en tiempos de Juan Domingo Perón, senador provincial, vicegobernador entre 1940 y 1943, gobernador en 1962 de Córdoba.

En los comicios presidenciales del 7 de julio de 1963, el doctor Arturo Humberto Illia, de la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP), obtiene el 25,14% de los sufragios; Oscar Alende, de la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), el 16,41%; el ex presidente de la Nación, Pedro Eugenio Aramburu, de la Unión del Pueblo Argentino (UDELPA) el 13,80%; Emilio Olmos, de la Federación del Partidos del Centro (FPC), 5,14%; Horacio Sueldo, del Partido Demócrata Cristiano (PDC), el 3,34%; Alfredo Palacios, del Partido Socialista Argentino (PSA), el 2,96%; Alfredo Orgaz, del Partido Socialista Democrático (PSD), el 2,66%; en blanco, siguiendo las directivas de un Perón proscripto, el 19%.

El elenco ministerial es totalmente radical, bajo la lupa de Ricardo Balbín, jefe del Radicalismo del Pueblo. Balbín no se había postulado para presidente de la Nación porque pensaba que el radicalismo no iba a ganar. En el Congreso solamente tiene un tercio de las bancas. Continúan en sus cargos los integrantes de la Suprema Corte de Justicia, y los tres comandantes en jefe: el general Juan Carlos Onganía en Ejército, el almirante Benigno Varela en Marina, y el brigadier Conrado Armanini en Aeronáutica. Los obispos y arzobispos ya no tienen que jurar obediencia a la Constitución Nacional al hacerse cargo de las diócesis y arquidiócesis, como ocurría desde 1879.

La gestión económica se basa en el nacionalismo y el estatismo. Se logra poner en marcha el crecimiento a través de un Plan Nacional de Desarrollo. Hay rubros de la economía que muestran avances, como el automotriz; el siderúrgico, que por primera vez supera la producción de un millón de toneladas anuales de acero; y unos cuantos más. Se moderniza el agro en un período de buenas cosechas y precios internacionales. La política cambiaria, con depreciaciones moderadas y periódicas, garantiza cierta estabilidad. Aumentan las exportaciones y disminuye la deuda externa sin necesidad de tocar las reservas de oro y divisas guardadas en el Banco Central, ni de pedir préstamos al Fondo Monetario. Una ley de abastecimiento para la regulación de los precios de la canasta familiar, y otra de salario mínimo vital y móvil, no logran los objetivos propuestos; la desocupación no llega al 5%.

El día que Illia dijo que Alfonsín “no estaba listo” para gobernar

En política fiscal hay gran incidencia de los impuestos directos, se grava con mayor porcentaje a los grupos de mayores ingresos; pero los empresarios no cumplen con sus obligaciones tributarias y provisionales. Continúan las  obras públicas ya iniciadas. El sistema de salud se extiende a todo el país, aunque Illia se enfrenta con los laboratorios multinacionales al impulsar la ley de medicamentos para poder controlar y regular el precio de los mismos por considerarlos “bienes sociales”. La educación llega a aumentarse en un 100%, de este modo alcanza  un porcentaje muy alto, el 25%.

El doctor Illia cumple con uno de sus caballitos de batalla durante la contienda preelectoral: declara “nulos de nulidad absoluta, por viciosa de legitimidad y ser dañosos a los derechos e intereses de la Nación, los contratos relativos a la explotación y exploración de petróleo suscriptos por YPF en el periodo 1º de mayo de 1958 al 12 de octubre de 1963…”, según el decreto Nº 744 del 15 de noviembre de 1963.

Si bien no es poco lo que se paga en concepto de regalías, concesiones y dividendos que salen del país, habrá que pagar más de 200 millones de dólares en concepto de indemnizaciones. Además, y esto es grave, se interrumpe  de golpe el crecimiento del sector, y el país vuelve a importar petróleo.

En política exterior es respetada la línea histórica del radicalismo. Ante la intervención militar norteamericana en la República Dominicana con la aprobación de la OEA, Illía, a quien no se le atribuye una política antinorteamericana, se niega a enviar tropas a Santo Domingo. Inicia las exportaciones de trigo a China comunista, cuando no existían relaciones diplomáticas ni consulares con ese país. El país enfrenta un problema limítrofe con Chile en la zona Laguna del Desierto, que el gobierno soluciona sin llegar a la guerra.

La TV Pública presenta el documental "Illia, Ciudadano Presidente"

En política interior el país está tranquilo, relativamente: vive sin estado de sitio, sin intervenciones federales, sin plan Conintes, pero las acciones guerrilleras en el interior del país, sobre todo en Salta y Tucumán, causan enorme preocupación en el ejército. Los duros enfrentamientos entre grupos rivales dentro del peronismo se mezclan con el descontento de los trabajadores por los aumentos salariales y con el congelamiento de precios, que parece no tener fin: huelga de los encargados de la recolección de residuos domiciliarios, del personal docente, de los transportistas privados; mientras unos empresarios colaboran para evitar actos de sabotaje y vivir en armonía con los gremios, otros son retenidos como rehenes por los obreros; los empleados de Correos arrojan centenares de telegramas por las ventanas del edificio; estudiantes universitarios radicalizados producen desmanes en el centro de Buenos Aires, destrozan los frentes de los comercios y queman autos.

Es entonces cuando arrecia una campaña ideológica antigubernamental que tiene como principales protagonistas a sectores de las Fuerzas Armadas, fundamentalmente del Ejército; al poder económico de la mano de la Unión Industrial y de la Sociedad Rural; a algunas fuerzas políticas, entre ellas el peronismo y el frondizismo; el propio Radicalismo del Pueblo le retira su apoyo. Los programas televisivos y las revistas de análisis político presentan al Presidente de la Nación como un viejito bonachón dando de comer a las palomas en Plaza de Mayo. Los sindicatos afiliados a la Confederación General del Trabajo (CGT), opuestos al proyecto de reforma de sus organizaciones, a la fiscalización de sus elecciones y al manejo de los fondos sindicales por parte del Ministerio de Trabajo, arrojan un centenar de  tortugas en Plaza de Mayo para mofarse de la parsimonia a la hora de solucionar los problemas que caracteriza al gobierno del doctor Illia: “un poquito caminando y otro poquitito a pie…”

El gobierno honesto y austero del doctor Illia, respetuoso de las libertades ciudadanas y los derechos del hombre, no resulta suficiente para preservar la democracia argentina. Probablemente, el Presidente sea consciente de la débil legitimidad de su poder; del error de no haber recurrido a otras fuerzas políticas para gobernar, cuando esas mismas fuerzas le habían permitido  tener mayoría en el Colegio Electoral; de confiar en la justicia al demandar criminalmente a los dirigentes de la CGT y no utilizar el Ejército para impedir que se paralice la producción; de lo pésimo que era para su imagen personal y para la democracia ver demoradas sus iniciativas por un Congreso donde su partido era minoría.

Para colmo de males, Illia, a los fines de evitar derrochar el dinero de los contribuyentes, no publicita los actos positivos, una herramienta necesaria para desmontar la idea de que el gobierno es lento e ineficaz. El Presidente, aunque él creyera que los hechos hablan por sí solos, debió haber hecho público un país en crecimiento y empleo abundante, donde la libertad de prensa funcionaba en forma irrestricta así como una gestión a la que no se le conocía un solo caso de corrupción administrativa. Pero en el año 1966, las estrategias publicitarias tampoco hubieran alcanzado, muy probablemente, para llenar el presente e introducir el futuro.

Los personajes que se reúnen en el Salón Blanco de la Casa Rosada el día en que jura el general Juan Carlos Onganía como Presidente de la Nación, representando al mundo empresarial, la Iglesia Católica y el sindicalismo peronista son un fiel reflejo de una pulseada que se venía dando en el país desde 1955, en la que los llamados “factores de poder” se imponían a los dictados de la Constitución y la llamada “partidocracia”.