Mientras el número de afectados por coronavirus supera los 85 mil y los fallecimientos llegan a 3 mil en 54 países, hay otros números menos conocidos pero más esperanzadores: al día de hoy, miles de científicos en instituciones de todo el mundo están haciendo estudios y ensayos para frenar esta patología. Según un recuento de la revista Nature, solo en China ya hay más de 80 ensayos clínicos en marcha para dar con un tratamiento efectivo contra el Covid-19.
El primer camino posible es el uso de drogas antivirales. Se analizan los efectos de una combinación de lopinavir y ritonavir, usados para tratar el VIH/sida y que mostraron algunos resultados positivos cuando fueron probados contra el SARS y el MERS. De hecho, el Hospital Virgen del Rocío de Sevilla (España) anunció ayer que trató exitosamente el primer caso de contagio registrado en España del Covid-19 con esta combinación de drogas junto al interferón beta, una proteína que ayuda a las células a evitar ser infectadas. Se trata de un “uso compasivo experimental” aprobado por el Ministerio de Sanidad español, aclararon fuentes sanitarias.
“Tiene lógica probar antivirales, aunque hasta ahora no apareció ningún estudio con resultados concluyentes”, explicó a PERFIL la infectóloga Cristina Freuler, jefa del Departamento de Medicina Interna del Hospital Alemán y profesora de Infectología en la Universidad Austral y la UCA. “Lo usual es probar antivirales conocidos para ver si tienen efecto. Justamente esta familia de moléculas abunda en los tratamientos de VIH y por eso es candidata a ser ensayada”, agregó.
Esta semana, los Institutos Nacionales de la Salud de EE.UU. (NIH, por sus siglas en inglés) anunciaron el primer ensayo clínico para evaluar la seguridad y eficacia de otro antiviral –llamado remdesivir– contra el Covid-19. Tras la noticia, las acciones de la empresa biotecnológica Gilead Sciences, que desarrolló el remdesivir contra el ébola, subieron un 5%. En China también empezarán en breve ensayos clínicos con 500 pacientes.
Pruebas. El segundo camino es el desarrollo de una vacuna. El viernes, el Instituto de Investigaciones Migal Galilee, de Israel, dio cuenta de que podría tener listo el prototipo de una vacuna en diez semanas. También la compañía Moderna Therapeutics, con sede en Cambridge, anunció que los primeros viales se enviaron al NIH para pruebas en humanos a partir de abril.
“Conociendo el genoma del virus, llegar a una vacuna no es tan complejo”, dijo a PERFIL el investigador del Conicet Hugo Luján, director del Centro de Investigación y Desarrollo en Inmunología y Enfermedades Infecciosas. “La clave es identificar las glicoproteínas externas del virus que logran que el sistema inmune cree anticuerpos ‘neutralizantes’ efectivos. Claro que, a veces, los virus generan anticuerpos pero estos no logran neutralizarlos. Entonces hay que inducir mutaciones en el laboratorio hasta lograr que despierten anticuerpos eficientes”.
Según Luján, aunque estas investigaciones llevan tiempo, en casos urgentes como el actual y con recursos adecuados todo el proceso puede hacerse en semanas. “Estoy seguro de que ya hay laboratorios induciendo estas modificaciones. Pero el problema viene después, porque tras la teoría hay que hacer ensayos reales, con animales y personas. Todo esto puede costar US$ 1.500 millones y tomar años”.
De la misma manera piensa el médico Hugo Dibarboure, gerente de Asuntos Públicos del laboratorio Sanofi Pasteur. “Cuando es un agente infeccioso nuevo, como pasa con este, el proceso de desarrollar una vacuna es largo: los investigadores deben encontrar un prototipo prometedor, lo que implica identificar proteínas virales capaces de desatar una respuesta adecuada, algo que puede llevar meses. Ya con esos antígenos se puede empezar a trabajar y planificar ensayos de seguridad y de eficacia en animales y personas. Todo eso antes de que los organismos regulatorios aprueben un producto. Suele llevar años y requerir grandes inversiones”.
De todos modos, los expertos resaltan que, sean vacunas o antivirales, la industria farmacéutica no va a comenzar a producir tratamientos en gran escala hasta que se determine en detalle el costo-beneficio, basado en el impacto real sobre la salud pública que tenga el coronavirus. “Hasta hoy, los datos epidemiológicos indican que es una afección menos peligrosa que la influenza o gripe común. Aunque, claro, eso puede cambiar”, destacó Dibarboure.
Tal vez por eso Freuler recomendó que, mientras se sigue investigando, “lo mejor que podemos hacer es recurrir a medidas de prevención efectivas: lavado permanente de manos y, en caso de síntomas, hacer una consulta médica inmediata”.