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ensayo

El matón amigo de Gardel

El 21 de octubre se cumplen ochenta años del asesinato del pistolero Juan Nicolás Ruggiero, popularmente conocido en Avellaneda como “Ruggierito”. Implacable enemigo de sus adversarios y leal benefactor de quienes acudían a él en busca de ayuda, entre ellos el legendario Carlos Gardel, fue un hombre que concentró un gran poder, que giraba en torno al juego clandestino, la prostitución y la práctica del fraude electoral, organizado desde el “comité”.

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Había nacido el 24 de junio de 1895, en el seno de una familia humilde y numerosa. Sólo estudió hasta cuarto grado, cuando decidió ayudar a su padre, carpintero. Autor de robos menores, la fama tocaría a su puerta una noche. En la calle Saavedra, el barrio de los prostíbulos, dos sujetos –uno en cada vereda– se tiroteaban sin puntería. Uno de ellos era Ruggiero, quien se ganaba unos pesos custodiando un antro. Fue entonces que, con apenas 18, su nombre estuvo en boca de muchos. El intendente de Avellaneda, el conservador Alberto Barceló, hombre fuerte que gobernó los destinos de la ciudad por más de dos décadas, decidió nombrarlo al frente de un subcomité, ubicado en Pavón 252, a escasos metros del Riachuelo. El joven maleante y su banda mantendrían en orden los negocios derivados de la prostitución, el juego clandestino y el fraude electoral. (...)
Al comité, por aquel entonces, se acercaba gente por afinidad o negocios, se reunían a conversar, comer, beber y jugar por dinero, prácticas que se volvieron comunes en los locales bonaerenses. Y si en los comités se timbeaba, el de Pavón 252, el que sería el cuartel general de Ruggiero, se convirtió en un reputado garito de la zona sur. El cartel que colgaban en la puerta “Hoy - Escolaso - Hoy” daba fe de ello. Se transmitían por teléfono, desde una terraza, las carreras del Hipódromo de Palermo. En el local, los apostadores, altavoces mediante, escuchaban en directo lo que el relator observaba a través de un sofisticado telescopio alemán, adquirido para tal fin.
Otra de las fuentes de financiamiento de la política la constituía la prostitución. Convivían varias organizaciones de traficantes. Una de las más importantes fue la Sociedad Varsovia, fundada en 1906 por polacos, rumanos y rusos. Luego, cambiaría su nombre por el de Zwi-Migdal. Ruggiero tenía varios intereses en el ramo. Uno de ellos era el que lo unía con Marcos Posnansky, en relación con el Farol Colorado, el burdel más conocido de la isla Maciel, a cargo de la princesa Matilde y sus bailarinas, o pupilas, como gustaba llamarlas. Para entonces, la División de Investigaciones de la policía de la Capital Federal lo tenía bien fichado. Dos entradas por robo, tres por infracción a la ley de juegos, una por lesiones y abuso de armas y otra, más grave, por un homicidio, de las que salió airoso. (...)
¿Cómo llegó a relacionarse el Zorzal con Barceló y con Ruggiero? El cantante había trabado amistad con los hermanos Traverso, quienes respondían a Pedro Cernadas, un político muy cercano al intendente. Fue el caudillo de Avellaneda quien le consiguió la cédula de identidad, para facilitar sus giras artísticas, que da cuenta de Avellaneda como el lugar de nacimiento del cantante. Fue esa cédula la que usó hasta el día trágico de Medellín. Y la precisó para evitar el servicio militar en Francia, versión sostenida por los que están convencidos de que el cantante nació en Toulouse. Como contrapartida, Gardel amenizó con increíble éxito los actos políticos que los conservadores organizaban en Avellaneda. Asimismo, Ruggiero supo utilizar sus influencias cuando el cantor –en la madrugada del sábado 11 de diciembre de 1915– fue baleado, en un confuso episodio, a la entrada del Palais de Glace. Gardel tenía relaciones con Giovanna Retana, propietaria de un salón de baile. Su concubino, Juan Garesio –dueño del Chantecler y hombre del hampa porteña– no toleró este romance y ordenó a un tal Roberto Guevara que le pegara un tiro al Zorzal. Los médicos del Ramos Mejía recomendaron no operarlo, por lo que el proyectil quedaría alojado en su pulmón el resto de su vida. Gardel, temeroso que de que el hampón mandara a otro sicario a terminar el trabajo, se contactó con Ruggierito para que tratara de calmar los ánimos. Y éste habló con el Gallego Julio, y luego se encontró con Garesio en el Chantecler.
—¿Vos y yo somos amigos, no? –le preguntó Ruggiero.
—Claro que sí –respondió Garesio.
—Entonces, ¿estarías dispuesto a hacer lo que te pida, en homenaje a esa amistad?
—Seguro.
—Por favor, dejalo tranquilo a Gardel. Lo que pasó fue, no se puede volver atrás. Te lo pido yo.
Gardel nunca olvidaría el gesto, y se mantendría ligado a Avellaneda, a su gente y a Alberto Barceló. Julio Valea, “el Gallego Julio”, había sido su rival más enconado. Así como Juan trabajó para los conservadores, Valea hacía el mismo trabajo, pero para los radicales. La historia terminaría cuando Valea recibió un disparo de Winchester por la espalda cuando miraba correr a su caballo Invernal, subido al techo de su auto, frente al Hipódromo de Palermo, ya que tenía la entrada prohibida. (…)
A comienzos del 30, había descubierto un negocio de reciente explotación en el país: el colectivo. Fueron los hermanos Bruni que, junto con otros cuatro vecinos, compraron siete colectivos. Y como eran siete los socios, bautizaron la línea con ese número. Realizaba el recorrido desde Isla Maciel hasta el centro de Avellaneda. Ruggiero no tardó en olfatear la rentabilidad del negocio y se lo apropiaron. Los dueños de la línea nada pudieron hacer, ya que oponerse hubiese significado una muerte segura. Sin embargo, su suerte cambiaría el 20 de febrero de 1932, cuando un tal Esteban Habiague fue nombrado, por su amigo Barceló, comisario de Avellaneda. Enseguida, comprendió que las cosas no le resultarían nada sencillas. Porque para el flamante comisario, para su modo de comprender las cosas, Ruggiero era sólo un mal necesario. Era muy popular, a tal punto que el 11 de agosto de 1933 le organizaron una cena de desagravio en el Teatro Roma por haber salido sin culpa y cargo de una causa por homicidio. Asistieron 630 comensales entre funcionarios nacionales, provinciales y municipales, diputados, senadores, concejales, jueces, representantes del comercio y la industria, literatos y periodistas. (...)
Caía la tarde del sábado 21 de octubre de 1933 cuando Ruggiero, con su gente, se retiró del Hipódromo de La Plata, para regresar a Avellaneda.
Luego de casi diez años de convivencia, le había propuesto casamiento a Elisa Vecino, y estaba organizando un viaje con ella a Europa. No quería saber nada con la candidatura de intendente que Barceló le había ofrecido si lograba ser gobernador de la provincia de Buenos Aires.
—Si yo subo a gobernador, te dejo la intendencia, le ofreció Barceló.
—No, don Alberto, disculpe. Yo voy a Europa, con mis viejos. Quiero conocer Italia, España.
Antes de encontrarse con Elisa, pasó por la casa de Ana María Gómez, ¿una amante o una simple amiga? La mujer vivía en una casa de la calle Dorrego 2049, en Crucecita, un barrio de casas bajas. Su auto era manejado por su chofer, José María Caballero, y lo acompañaba su guardaespaldas, Moretti. Nadie tomó en cuenta a los tres ocupantes de un Chevrolet azul, estacionado en la mano contraria. Al rato, Ruggiero fue despedido por la mujer en el umbral. Caballero se aprestó a poner el vehículo en marcha y Moretti se encontraba a unos metros. Un hombre fornido, alto, de traje oscuro y con una curiosa gorra de jockey, que llevaba en su diestra una pistola calibre 45, disparó en la espalda a Ruggiero cuando se agachaba para ascender al vehículo. “La bala entró a la altura del tercer espacio intercostal derecho”, dirían mucho después en el hospital. Ruggiero no alcanzó a caer, ya que fue sostenido por Moretti. Los agresores tomaron por avenida Mitre, en dirección a Quilmes, y desaparecieron. Para siempre.
Lo internaron en el Hospital Fiorito. Cerca de la medianoche, recuperó la conciencia. Con sus ojos buscó a Elisa, luego recorrió con una fugaz mirada a su familia y, dibujando una tenue sonrisa, murió.
El velorio –multitudinario– se realizó en el subcomité de Pavón. El lunes a las tres de la tarde se puso en marcha el cortejo a cabeza descubierta y, en medio de un imponente silencio, el féretro fue llevado a pulso por su gente. Los comercios cerraron en señal de duelo. Antes de retirarlo del comité, un diputado provincial había cubierto el cajón con la bandera argentina, ceñida por un crespón negro. Cuando se encontraba a mitad de camino al cementerio, el cortejo fue obligado a detener su marcha por una comisión policial al mando del mismo Habiague, quien, sin demasiadas explicaciones, abrió la puerta de la carroza fúnebre y de un manotón retiró la bandera argentina.
En cuanto al asesinato, quedaría impune. Aunque los métodos de Ruggierito se mantendrían en el tiempo.

*Periodista.

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