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Acusación epistolar

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En el transcurso de esta semana y a raíz de la muerte del fiscal Alberto Nisman, nuestra presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, publicó dos cartas. La primera (que invito a leer en su página de Facebook www.facebook.com/CFKArgentina), el día en que se difundió la noticia de la muerte del fiscal; la segunda (que se encuentra completa en su blog www.cfkargentina.com/amia-y-la-denuncia-del-fiscal-nisman/), luego de que se dieran a conocer las 350 fojas de la denuncia del fiscal que, como se sabe, incrimina a la propia presidenta y a gente de su gobierno.   

Obviamente, ambas cartas pueden ser analizadas desde muchos puntos de vista. Pero uno de esos puntos de vista que creo relevantes (sobre todo si se trata de un texto que ha escrito Cristina Fernández) es el punto de vista discursivo. Y es que ambas cartas funcionan como una continuidad, en el sentido de que lo que apunta la primera se magnífica y cristaliza en la segunda.

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Con el título “AMIA. Otra vez: tragedia, confusión, mentira e interrogantes”, la primera carta gravita sobre dos ejes destacados por la tipografía, dos palabras que aparecen enmarcadas por sendos signos de pregunta: “¿suicidio?” hacia el comienzo de la carta y “¿su?” hacia el final. Textualmente: “En el caso del ¿suicidio? del fiscal a cargo de la causa AMIA, Alberto Nisman, no sólo hay estupor e interrogantes, sino que además una historia demasiado larga…” y “¿Es casualidad que el miércoles 14 el fiscal presenta ¿su? escrito de 350 páginas sin avisarle a Canicoba Corral, juez de la causa principal, y directamente las remita al juez Lijo?”.

Según revelan estas “preguntas”, la primera carta de Cristina Fernández tiene por objetivo principal cuestionar dos situaciones: el accionar de la Justicia y la autoría de la denuncia que el fiscal Nisman presentó ante el juez Ariel Lijo. Es por ello que pone en duda –esto es, entre signos– la hipótesis del suicidio de Nisman y que haya sido él quien efectivamente redactó la denuncia.

“AMIA y la denuncia del fiscal Nisman”, la segunda carta, descansa por su parte sobre la certeza. Pero no se trata aquí de una certeza anodina, se trata de una certeza basada en la negación. De hecho, las fuertes aseveraciones que colman esta carta son, en su gran mayoría, negaciones o antinomias: “Los espías que no eran espías.  Los interrogantes que se convierten en certezas”.

Es más, un simple cálculo numérico muestra que la palabra “no” aparece más de veinte veces en el texto, sin computar otras palabras de la familia, como “nadie, nada” o “nunca”. Lejos de tecnicismos o de pretender un examen basado en psicología de café, parece claro que la segunda carta responde “no” a las dos preguntas que se hacía en la primera: ¿Fue un suicidio el de Nisman? “No”. ¿Fue Nisman quien redactó la denuncia? “No”.
Las preguntas y las negaciones no constituyen, sin embargo, el meollo de la carta con que la propia Cristina contesta los interrogantes abiertos en la primera. Por medio de acusaciones más o menos indirectas, esta segunda carta es una franca respuesta a cada una de esas dos preguntas.

¿Fue Nisman quien redactó la denuncia? “Si Stiuso era el que le daba toda la información que Nisman pedía y tenía, es más que evidente que fue el propio Stiuso el que le dijo (¿o le escribió?) que Bogado e Yrimia eran agentes de inteligencia”.

¿Fue un suicidio el de Nisman? “Al fiscal Nisman no lo hacen volver sólo para denunciar algo que sabían no tenía sustento y que no podía perdurar. Cuando la periodista Sandra Russo analiza el caso en Página/12 bajo el título “El truco de la confusión” y afirma: “Quisieron usar vivo a Nisman y ahora lo usarán muerto”, se equivoca. Lo usaron vivo y después lo necesitaban muerto”.

Si, como la propia presidenta confiesa en esta carta, la lectura de la denuncia del fiscal Nisman no hace más que confirmar sus “peores sospechas”, seguramente, dispondrá de pruebas para presentar en la causa. Por algo, además de presidenta, es abogada.

*Directora de la Maestría en Periodismo de la Universidad de San Andrés.