Alberto Fernández se ha ido transformando con el correr de su presidencia en una suerte de comentarista oficial de los acontecimientos, mientras las decisiones se postergan, en una suerte de procrastinación gubernamental, o se comienzan a tomar en otro lado.
Nostalgias. Uno de los comentarios más habituales del Presidente en reuniones internacionales se refiere a que el “capitalismo no ha dado buenos resultados”, sin reparar en que ese sistema económico goza de buena salud en gran parte del mundo. Se puede observar que el mundo pospandemia comienza a crecer rápidamente. Por ejemplo, China recupera las tasas de expansión de su producto y comienza a demandar alimentos al mercado mundial, de allí el incremento del precio internacional de la soja que ilusiona a algunos por la posibilidad de un regreso al “nestorismo” añorado. Una novedad es que la mesa de los chinos se ha vuelto más sofisticada, por lo que requieren otros productos como carne, con la suba de su precio internacional. Sin embargo, Argentina no parece acompañar la recuperación mundial precisamente por las características de su formación capitalista sui géneris.
Sintetizando, la regla básica del capital es construir una relación social entre quien aporta el dinero con los asalariados para desarrollar una actividad productiva. La acumulación del capital es la clave de la ampliación permanente del sistema. La función de la acumulación debería ser ampliar la producción, desarrollando e invirtiendo en nuevas tecnologías para mejorar su productividad, y de paso reducir el peso de los salarios, lo que lleva a sus recurrentes crisis por sobreproducción.
Hoy el capitalismo global tiene tasas insólitas de acumulación de dinero que no vuelve al circuito productivo, lo que explica el auge de consumo de lujo a precios estrambóticos, como obras de arte, embarcaciones y productos exóticos. El famoso viaje que programó Elon Musk al espacio exterior para los próximos días es un síntoma de esto.
Fantasmas. La otra cara de la acumulación es la financiarización de la economía mundial. Los capitales financieros fluyen buscando oportunidades de valorización. Los fondos de inversión se han transformado en unos actores protagónicos de la economía mundial con escasa regulación. No solo son dueños de compañías en todo el mundo, sino que existe un entramado de fondos dueños de otros fondos. La imagen del capitalista como un señor explotador se ha desvanecido hacia unas figuras fantasmagóricas.
La otra cara del capitalismo tardío son los países que se han especializado en la producción de materias primas, gran parte de América Latina, África y los países árabes. En términos generales, son sociedades políticamente inestables y, sobre todas las cosas, desiguales. El caso emblemático son los países petroleros que con sistemas políticos autocráticos invierten por ejemplo en comprar clubes de fútbol en Europa.
Argentina está en la lista de los países productores de materias primas. El sueño de un país industrial que se cobijó a partir de los años 40 y que el peronismo aceleró a partir de un capitalismo estatal, con cientos de empresas creadas en el primer gobierno peronista, entró en una agonía infinita. El país sigue asentado en la producción de materias primas de origen agropecuario. Es cierto que “el campo argentino” es uno de los más modernos del mundo, con maquinarias de última generación, semillas cada vez más sofisticadas y métodos productivos que maximizan la eficiencia aun en condiciones de sequía o plagas. Sin embargo, la renta restante no se diversifica hacia inversiones en otros espacios de la economía con la excepción de la construcción, lo que explica por qué hoy ese sector crece en forma explosiva. La respuesta gubernamental es tomar parte de esa renta mediante las retenciones, lo que produce obviamente los conflictos conocidos.
Furia. El Gobierno no tiene un proyecto de desarrollo que pueda lidiar con este modelo capitalista fallido, cuyo resultado más evidente es un país rico con habitantes pobres. Por el contrario, en el año en curso se vio sumergido en la inacción, quizás con la excepción del suministro de vacunas para intentar finalmente dar vuelta la página de la pandemia (¿alcanzará para ganar las elecciones?). La admonición de Cristina Kirchner de seis meses atrás sobre “funcionarios que no funcionan” se transformó en una profecía autocumplida. El mejor ejemplo de esto fue la situación de la actualización de los montos de los monotributistas. Una decisión burocrática que se tendría que haber tomado en una semana demoró seis meses y con el peor final, tratar de cobrar en forma retroactiva. Los monotributistas son una especie de campesinado, personas que facturan por su servicio o producto, en un marco de precariedad sin ningún tipo de representación. Pero el Gobierno logró lo impensado: que más de 3 millones de personas de la clase media más vulnerable se enfurecieran al mismo tiempo.
Distancias. Por estos motivos, la mesa de decisiones se fue trasladando a cincuenta kilómetros de la Casa Rosada, con la famosa Mesa de Lunes en La Plata, que reúne a Axel Kicillof, Máximo Kirchner, Wado De Pedro y Sergio Massa, y a la que se sumó finalmente Santiago Cafiero. Allí se toman decisiones operativas. Esta mesa terminó tanto cohesionando al Frente de Todos como estabilizando al Gobierno, en un órgano informal colegiado inédito en la tradición presidencialista argentina. En esta mesa el actor más dinámico parece ser Sergio Massa, quien fue al auxilio para resolver el entuerto monotributista, armando un proyecto de ley compensador en tiempo récord.
Para finalizar, esta semana se renovaron las autoridades de la Unión Industrial Argentina asumiendo un viejo conocido de la casa: Daniel Funes de Rioja. La promesa de la UIA para esta nueva etapa parece ser la misma de siempre, negociaciones con el Gobierno para lograr ventajas para las grandes empresas. Tampoco parece existir en la dirigencia empresarial un proyecto de desarrollo integrado para romper con décadas de estancamiento y decepción.
*Sociólogo (@cfdeangelis).