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Alegría dos punto cero

Juguetes 20231021
Juegos | Unsplash | Sandy Millar

Hace días di una charla sobre el tiempo y quise explicar la perspectiva de la dramaturgia: el arte de recombinar causas y efectos, de historizar conflictos y de asumir una forma de responsabilidad ante la narración de los hechos en el tiempo.

Sabíamos que estas guerras vendrían acompañadas de una enorme producción de posverdades. Si bien el fundamento marcial es siempre el mismo –el odio que propone la destrucción completa del adversario– las atrocidades del campo de batalla dan permiso a replicar ese mismo odio en escalas menores, cotidianas, como cuando los candidatos dicen que vienen a destruir al oponente. Esta mañana –asimismo– algún hijo de puta dijo que había una bomba en nuestra escuela pública, a miles de kilómetros de distancia de todo, y hemos tenido que explicar las masacres del lado israelí y del palestino a nuestros hijos, algo que me hubiera gustado poder ahorrarles.

La alegría simple es bella porque es la revelación de algo que nuestra percepción no puede concebir

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Un video viral mostró a los niños del hospital en Gaza cantando y jugando en los patios veinte horas antes de que todo quedara reducido a escombros. Lo que vemos, con esa inversión del tiempo que proponen las dramaturgias, es a unos futuros niños muertos. No sabremos bien de cuándo son los videos, ni tampoco quién bombardeó el hospital (hasta el miércoles nadie lo había peritado), pero el daño ya está hecho: el horror se estira para no conocer bordes.

¿Cómo es entonces la alegría de aquellos niños que ya no están? ¿Qué es lo que se ve en ese video? ¿Qué es lo que se ve –quizás– en toda alegría cuando el horror ya se ha extendido?

Un sincretismo libertario

Me desconcierta que esa alegría sea tanto más conmovedora que la foto siguiente, la de los cadáveres, ante la cual nuestra percepción se cierra y se bloquea.

El otro día ante Perú, Messi había quedado tirado en el pasto y trataba de atrapar, así, con las patitas en pinza, la pelota. Y se reía. Como loco. Cuando él juega es como un niño. Como debería ser siempre que jugamos. Aun así, en esa sonrisa yo ya no podía dejar de ver lo que esa alegría de niño venía a taponar: el gol es siempre la representación de una victoria, una que vence la muerte. Esa alegría simple (como todas) no es bella porque sí; es bella porque es la anteúltima revelación de algo que nuestra percepción no puede ni quiere concebir.

Toda belleza anuncia el horror que desplaza.