De Australia conozco a Peter Carey, sobre todo algunas de sus novelas viejas, como Robo: una historia de amor, de 2006. Linda novela, que va de Nueva York a Tokio, en la que ironiza sobre el mundo del arte, la propiedad de las obras y las imposturas intelectuales. Precisamente más intelectual es ¿Cuánto vale el arte?, de la ensayista alemana Isabelle Graw, en la que se pregunta estrictamente eso: la razón del precio de las cosas que no están atadas a los costos. Por ejemplo, el precio de un libro, por dar un ejemplo, surge de los costos de los insumos (papel, imprenta, etc.), el monto de los salarios, etc.; más la ganancia de la editorial. Ahora: ¿cuánto vale un cuadro? ¿Y por qué vale lo que vale? Su precio no se relaciona con los costos de producción. Otro tanto podría decirse de los jugadores de fútbol. ¿Por qué valen lo que valen los pases, mucho más en época de Mundial? No lo sé (o mejor dicho sí lo sé: pero si digo lo que pienso, sin pruebas, corro el riego de comerme un juicio). Como sea, ¿cuánto valen los jugadores australianos? Pues en la tómbola del mercado global, parece que mucho menos que los argentinos. El fixture, de golpe, se puso favorable a la selección argentina, y es candidata a pasar los octavos de final si juega como contra Polonia, y no como contra Arabia Saudita y el primer tiempo contra México (y los eventuales cuartos, contra Países Bajos o Estados Unidos, que también parecen ganables si Argentina juega como contra Polonia y no como, etc., etc.).
No obstante, la pregunta central de estos días fue otra: ¿estuvo Macri en el estadio del partido contra Polonia? Quién sabe. Pero todo lo sucedido me inquieta mucho y me da que pensar mucho más aún. Desde que Macri ocupa un lugar público destacado –digamos, desde que fue presidente de Boca en adelante–, he leído en medios gráficos y escuchado en medios audiovisuales toda clase de críticas contra él, incluso graves acusaciones, que serían insoportables para cualquier otro: que es mafioso, lavador de dinero, capo de una tropa de espías, propietario de toda clase de cuentas offshore, poseedor de una ignorancia cultural incomparable, ajustador serial, jefe político de lo más retrógrado de la Argentina, y muchísimas otras cosas aún más tremendas (da escozor lo que se puede leer en los medios). Pero Macri nunca respondió. Jamás. Como un maestro zen, como un lector de libros de new age, nunca reaccionó: dejó que los demás hablaran, sin molestarse en desmentir nada, con una templanza ejemplar. Sin embargo, alcanzó que, después de su presencia en el catastrófico partido frente a Arabia Saudita, alguien en Twitter pusiera que era mufa, para que no lo soportara y mandara a su ejército de periodistas pagos, políticos a cargo, agentes de inteligencia solapados y toda clase de trolls a desmentir tal curiosa acusación (menos mal que al menos no tuvo que llamar a sus jueces en Comodoro Py). El asunto, como era previsible, creció a niveles máximos, se convirtió en trending topic, y el país entero habló, durante unos días, solo de eso. De allí surge una duda: ¿su silencio frente a esas otras terribles acusaciones remite a la figura de que “el que calla otorga”? Y a la inversa: ¿su enojo frente a la acusación de mufa implica que hay algo de verdad allí? No lo sé. Sé, sí, que recién acaba de pasar mi hijo de 14 años, leyó de ojito lo que estoy escribiendo, me dijo que deje de hablar de política y, para criticarme, citó de memoria una vieja respuesta de Riquelme a un periodista de campo de juego: “¿No te gusta hablar de fútbol a vos, no?”.
Pues hablemos de fútbol, entonces: con un Messi claramente disminuido (sea por lesión, edad o ambas cosas), pero con un equipo que tocaba, rotaba, cambiaba de frente, tiraba diagonales, contra Polonia la Selección jugó bien. Sostenida sobre todo –déjenme expresar mi veta bostera-bilardista– en un gran trabajo de los centrales, que le ganaron siempre a Lewandowski y demás delanteros. Si marcan así al 9 de Australia, le va a ir bien a la Selección. Entretanto, ¿alguno de los lectores sabe quién es el 9 de Australia?