Dijo el profesor de Oxford y Harvard y director de la Central European University, Michael Ignatieff: “Estuve leyendo Doktor Faustus, de Thomas Mann, que describe la pérdida de autoridad de la cultura, los ataques al conocimiento, el amor a los extremos, el entusiasmo por las respuestas fáciles, el esteticismo de lo fuerte y de lo firme, la radicalización de opiniones de la izquierda y de la derecha. Debemos releer los grandes libros de 1920 y 1930 y pensar en lo que nos cuentan”.
Elegir la tumba de un jefe de policía asesinado hace más de cien años para un atentado es otra señal de impotencia
Freud escribió El malestar en la cultura en 1930, cuando el mundo estaba incubando totalitarismos y violencia. Probablemente tenga razón Michael Ignatieff y sea oportuno leer textos producidos en aquellos años en que el malestar se convirtió en agresiva acción política.
Puede ser muy útil extraer enseñanzas del pasado aplicables a este presente, en el que se vuelve a producir una tendencia a elegir líderes autoritarios y las sociedades, a aceptar restringir las seguridades jurídicas a cambio de obtener seguridades económicas como respuesta a alguna forma de paralelismo entre la crisis económica mundial de 1930 y la actual, menos dramática pero igualmente significativa por lo sostenida y la caída del nivel de vida de las clases medias de los países más desarrollados de Occidente.
Las tres grandes potencias militares mundiales, Estados Unidos, Rusia y China, participarán en el encuentro del G20, esta vez en Buenos Aires, con líderes que representan un corrimiento hacia democracias de menor intensidad, cada uno desde su punto de partida: Trump desde Obama, Putin desde Yeltsin, Xi Jinping desde Hu Jintao.
En América Latina, el Banco Interamericano de Desarrollo presentó el informe anual número 23 de su Latinbarómetro informándonos que 2018 es el peor año en valoración de la democracia desde 2001 porque más de la mitad de las personas dicen preferir otra forma de gobierno a la democracia, en paralelo con la peor satisfacción respecto del funcionamiento de la economía de cada país desde el año 2003. No podría no atribuirse correlación entre la insatisfacción con la economía y al mismo tiempo con la democracia.
Las primeras luchas contra el capitalismo las dieron los anarquistas, quienes, entre fines del siglo XIX y comienzos de siglo XX, tuvieron su época de mayor protagonismo con miles de atentados en Occidente, mayoritariamente con bombas, como el que quisieron reivindicar Anahí Salcedo y Hugo Rodríguez en su fallido intento de hacer explotar una bomba en la tumba de Ramón Falcón, el jefe de policía asesinado por anarquistas el 14 de noviembre de 1909. Solo en el año 1892 se produjeron mil atentados anarquistas en Europa y 500 en Estados Unidos.
Atentados anarquistas acabaron con la vida del rey de Italia Humberto I en 1900, del presidente de los Estados Unidos William McKinley en 1901, del rey de Portugal Carlos I en 1908, y a fines del siglo XIX, con la del zar ruso Alejandro II y la emperatriz Isabel de Austria. También sufrieron atentados anarquistas los reyes de España Alfonso XII y XIII, el káiser alemán Guillermo I y los presidentes argentinos Quintana, Figueroa Alcorta e Yrigoyen.
Pero la escalada encuentra su freno con el nacimiento de la ex Unión Soviética, porque Lenin era contrario al uso del terror como medio de acción revolucionaria: “Si para alcanzar el fin basta con armarse de una pistola, ¿para qué valen entonces los esfuerzos de la lucha de clases? El terror destruye a los capitalistas pero no al capitalismo”.
Habría que ver qué pensaría Lenin hoy, cuando nada pareciera poder destruir al capitalismo. Si el malestar en la civilización (algunas traducciones de su obra sustituyeron cultura por civilización) no encontraría canalizaciones más nihilistas que la lucha de clases, desde el anarquismo violento o el pacífico, como el Occupy Wall Street, hasta el hedonismo individualista totalmente desconectado de lo público, con el que parte de las nuevas generaciones contradice a Freud, quien consideraba inmanente al ser humano el carácter oceánico que lo hacía ir en búsqueda de una religión o ideología universalista.
Aunque con muy distintas perspectivas, el anarquismo comparte con su opuesto (gobiernos fuertes sin división de poderes) el rechazo a la democracia representativa liberal. Y más allá del primitivismo (bombas caseras que no cumplen sus fines) y del anacronismo (la tumba de Ramón Falcón) más –o además– que conectar los atentados en el cementerio de la Recoleta y la casa del juez Bonadio entre sí, la conexión tendría que ser con el G20 como escenario amplificador de cualquier protesta antisistema.
Literalmente, anarquía quiere decir “sin jefe”; en sentido filosófico, Dios es anárquico y en sentido psicológico, el extremo individualismo del anarquista refleja narcisismo.
Si bien no hay sociedad sin autoridad, algo comparten el liberalismo y el anarquismo aunque en muy diferentes proporciones: el liberalismo es enemigo acérrimo del abuso de autoridad, del autoritarismo, lo que llevó a defensores del Estado mínimo como el filósofo de Harvard Robert Nozick a escribir Anarquía, Estado y utopía. Hay tantos anarquismos que el calificativo anarquista no alcanza a definir a quienes intentaron hacer explotar bombas en el cementerio de la Recoleta y la casa el juez Bonadio. El propio “padre” del anarquismo, autor de la célebre frase “toda propiedad es un robo”, Joseph Proudhon, tuvo que desdecirse de ella aclarando que no era robo la propiedad derivada del propio trabajo.
Ante un capitalismo invencible, afloran al mismo tiempo el nihilismo individual y gobiernos más autoritarios
Seguramente las dos semanas que nos separan del G20 estarán cargadas de distintas formas de expresar el malestar con la cultura, la civilización, la economía y la democracia. Nunca la Argentina fue el centro de atención del mundo como lo será el 30 de noviembre y el 1º de diciembre, por lo que no sería extraño que se produjeran más hechos fuera de lo normal.
Ojalá Patricia Bullrich no aproveche la situación global para hacer politiquería pueblerina.