El 30 de octubre de 1983 los argentinos regresaron a las urnas a elegir un presidente luego de diez años de no haber ejercido ese derecho. En la década transcurrida se había vivido el más sangriento período de la historia argentina que tuvo como corolario la delirante guerra de Malvinas. Concurrieron por primera vez a votar todos los ciudadanos que habían cumplido dieciocho años desde 1973 en adelante y una población que en su conjunto había atravesado los gobiernos de facto de más larga extensión temporal (1966-1973; 1976-1983).
La figura de Raúl Ricardo Alfonsín se había consolidado por su valiente militancia en defensa de los derechos humanos y su lúcida oposición a la guerra. Esta última conducta lo diferenció de la dirigencia política del momento que mayoritariamente había sido subyugada por la arbitraria forma con que el gobierno militar simuló defender un derecho legítimo. Pero estos no fueron los únicos hallazgos del líder radical sino también su capacidad para interpretar un reclamo social por la recuperación de las instituciones, el fin de la violencia, el rechazo a los pactos espúreos entre sindicatos y fuerzas armadas.
Volver a la Constitución fue el leit motiv de su campaña. Los que vivimos ese momento recordamos como el Preámbulo de la Constitución que habíamos memorizado en nuestros estudios escolares se volvió una oración laica en la voz del candidato acompañado por la multitud que lo rodeó en sus últimos actos de campaña. Mujeres y jóvenes fueron los grandes protagonistas de ese proceso que culminó con el sorpresivo triunfo del candidato por una abrumadora mayoría de votos.
Beatriz Guido, destacada escritora y pionera guionista declaró a la revista La Semana luego de la elección : “En esta oportunidad, las mujeres no votaron por sus maridos, sino por sus hijos. Fueron ellos los que llevaron a la mujer a tomar una decisión política. Ese hijo que le dijo a su madre: “Mamá, no quiero más guerra, no quiero desaparecidos, no quiero persecusión”. La voz de la libertad fue la juventud, y arrastró a la mujer detrás de ella. El error que han cometido los otros partidos políticos es que no se dieron cuenta que la mujer argentina perdió hijos. Ya sea por el tema de los desaparecidos o por la guerra de Malvinas, las mujeres vieron que sus hijos eran vulnerables y corrían peligro. Esto hay que analizarlo desde el punto de vista genérico, no en la particularidad de cada caso. Aunque una mujer no pierda un hijo en una guerra, si le sucede a su vecina ya sabe que el peligro la está acechando…Este ha sido un voto de rechazo a la violencia”.
Otro eje fundamental de su campaña fue el rechazo a la ley de Autoamnistía de los militares y su promesa de juicio a los responsables de la sedición y de las brutales violaciones a los derechos humanos. Este fue uno de los elementos diferenciadores con el Partido Justicialista que asumió el compromiso de ratificarla, compromiso que al perder la elección no pudo cumplir pero que ratificó con el indulto a los condenados otorgado por el Presidente Menem al inicio de su primer mandato.
La jornada electoral del 30 de octubre de 1983 es histórica no sólo porque es el recupero de las instituciones de una república democrática sino porque el triunfo de Alfonsín significó la derrota en las urnas de la dictadura y de un modo de hacer política basado en la intolerancia. En la atmósfera cultural de la época aún estaban frescos los recuerdos de la Triple A, germen del terrorismo de estado, los enfrentamientos armados entre diversos grupos del peronismo que tuvieron en la masacre de Ezeiza su representación más simbólica, las persecuciones y asesinatos de opositores durante las trágicas presidencias de Juan Domingo Perón y María Estela Martínez de Perón entre 1973 y 1976.
A treinta y ocho años de esa gesta electoral lamento que la mayoría de las esperanzas que la forjaron no fueron cumplidas. Si bien en los primeros años de la transición democrática hubo muchos logros en materia de derechos humanos, juicios a los responsables de la represión, la consolidación del “Nunca Más” como una convicción colectiva, no se logró la consolidación democrática deseada para cumplir con el fin del Estado proclamado en el Preámbulo de la Constitución de promover el bienestar general. Si bien desde ese fecha no hubo interrupciones militares a los gobiernos electos, no podemos soslayar que cuatro presidentes no terminaron normalmente sus mandatos (Alfonsín, De la Rúa, Rodríguez Sáa, Duhalde) y que en siglo XXI se ha instalado ese fenómeno llamado “grieta” que empobrece la convivencia social.
Ante este aniversario sólo resta desear que la sociedad argentina advierta que para afianzar la libertad y alcanzar una prosperidad igualitaria tiene que edificar instituciones sólidas y eficaces.
*Profesor de Derecho Constitucional.
Producción periodística: Silvina L. Márquez.