Luego del anuncio del aumento a los jubilados, vi en las portadas de internet la foto de la presidenta argentina y sus principales miembros del gabinete muy sonrientes, expresando su satisfacción y contento.
La imagen trajo a mi memoria un poema de Mario Benedetti, que a comienzos de la década del 70 la excelente dupla compuesta por Nacha Guevara y Alberto Favero habían popularizado convirtiéndola en canción de protesta. Y que comenzaba con estas estrofas:
En una exacta foto del diario
señor ministro del Imposible
Vi en plena risa y en pleno goce
y en plena euforia su rostro simple.
Seré curioso, señor ministro,
de qué se ríe, de qué se ríe.
Si por la magia del cine hubiera podido entrar en esa foto como el personaje del hoy vituperado Woody Allen (Zelig) habría formulado con cívico respeto la misma pregunta a la mandataria y sus funcionarios. El nuevo capítulo de la inestabilidad argentina causa innumerables víctimas dentro y fuera del país. Y el buen uso del lenguaje me impide llamar a esta situación con la vapuleada palabra “crisis” porque ésta supone la alteración de un orden dado y Argentina perdió un orden hace mucho tiempo. Pero ése es otro debate y otro análisis que excede los límites de esta nota.
Desde diciembre, Argentina es una fuente cotidiana de malas noticias que trascienden sus fronteras y provocan la atención del mundo, aun del que no tiene posibilidad de afectarse por sus calamidades.
Para sólo circunscribirnos a los hechos de enero: la devaluación inconfesa, la inflación desbordada que impacta especialmente en los más desprotegidos y el cepo a las importaciones causan daños y víctimas sin nombre. También producen secuelas en países que integran el mismo bloque regional o, al menos, el deseo y el compromiso internacional de integración, que ven alterado por decisiones unilaterales e inconsultas su comercio exterior. Y estos hechos que en palabras escritas parecen afectar la macroeconomía y las ganancias de los empresarios provocan también fuera de las fronteras daños a individuos que ven disminuidas sus condiciones de vida por estas decisiones contra las cuales ni siquiera tienen un derecho de protesta.
Pero lo que me causa mayor perplejidad, a pesar de que estas conductas han sido la marca distintiva del grupo gobernante, es que se convierta el anuncio de calamidades (por ejemplo, ningún jubilado puede satisfacer sus necesidades mínimas con la suma anunciada, que no cubre el tercio de la canasta básica) en una buena noticia que provoque la sonrisa de los funcionarios.
Cuando se vive en un país donde políticos y funcionarios caminan por la calle, se encuentran entre la gente a la que representan y son sensibles al dolor humano, la aparente negación de los males que afectan a los representados causa asombro a pesar de la habitualidad de esa conducta.
A treinta años de la recuperación democrática en Argentina, deberemos reflexionar por qué se replican conductas en los gobernantes que expresan un alejamiento de la sensibilidad popular y del sufrimiento que el fracaso de las políticas provocan, por qué no se logró un orden institucional que se aproxime al concepto de representación en que se basa la Constitución escrita.
*Profesor de Derecho Constitucional y Derechos Culturales. Reside en Montevideo.