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Asuntos de familia

Irigoyen se disculpa por no saber mucho más de mi abuelo, pero sabe más que yo, que casi no sé nada de él.

16-4-2023-Logo Perfil
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Pasan cosas raras. Hace unos días, recibí un mail de alguien llamado Alberto Irigoyen preguntando si Pedro Antín y Olave era mi abuelo. Le contesté que, efectivamente, tenía un abuelo, ya fallecido, con ese nombre. Me respondió con otro mail que empezaba así: “Estoy investigando los robles de Gernika que existen en Argentina y encontré referencias a la plantación de uno en la localidad de Villa del Parque. La noticia, aparecida en el periódico bonaerense Euzko Deya del 20 de septiembre de 1946, dice que el siguiente 12 de octubre, como presidente de la “República de Villa del Parque” y en ocasión de cumplirse su primer aniversario, Pedro Antín Olave plantaría un roble simbólico en la plaza Rawson, donde hacía exactamente un año habían plantado un ceibo en recuerdo de su creación”. Me pregunta si sé algo al respecto y luego incluye una especie de biografía de mi abuelo y una foto. 

Todavía sigo perplejo por varias razones. Irigoyen se disculpa por no saber mucho más de mi abuelo, pero sabe más que yo, que casi no sé nada de él. Sí sabía que, cuando llegó de España, en 1906, a los 25 años, fue a parar a Entre Ríos, más concretamente a la localidad de La Paz, donde consiguió empleo en un almacén donde dormía en el mostrador. Y como era socialista, organizó una huelga. Pero no sabía que allí llegó a dirigir el periódico La Verdad. Después de eso se radicó en Buenos Aires y se dedicó al comercio tras un paréntesis en el que volvió a España para pelear en la Guerra Civil, aunque mi abuela lo acusaba de haberse escapado a Francia y vivir de juerga. Lo cierto es que, a la vuelta, era parte del grupo de exiliados republicanos que se reunían en el Tortoni. Lo sé por las quejas de mi abuela, y porque solían ir a buscarlo ahí. También sabía que se carteaba con algunas personalidades de la Península, e Irigoyen menciona una carta a Unamuno. La gente escribía mucho entonces. Pero nunca supe de las actividades de mi abuelo en las sociedades vascas en la Argentina, entre ellas la de fundar y presidir la Caja de Previsión Baskongada y ser miembro de la comisión directiva del Laurak Bat. La gente hacía muchas cosas entonces. Lo notable es que hoy otra gente se ocupe de lo que hacía mi abuelo. 

El árbol de Gernika representa la libertad de los vascos, pero no sabía que mi abuelo había plantado uno, ni que fuera el presidente de Villa del Parque, ni qué puede querer decir eso. Por otro lado, no sé cuál es la plaza Rawson, aunque sé que el barrio Rawson queda en Agronomía y allí vivió Cortázar. Pero lo que más me perturba de esta historia es que mi abuelo es hoy un extraño para mí. No hay una continuidad entre su vida y la mía, entre su ser vasco y mi no serlo, entre su intensa vida social y mi reclusión casi absoluta. Tenemos algo en común, sin embargo: mi abuelo no hablaba euskera ni yo tampoco. Pero cuando me hice ciudadano español, elegí como residencia virtual la ciudad de Deba, en Guipúzcoa, que antes se llamaba Deva. De modo que ahora podría jugar en el Athletic de Bilbao con los hermanos Williams. Una vez pasé por Deba, fue allá por el 2000. Fue antes de ser español. Estaba lleno de pancartas de Herri Batasuna que reclamaban la libertad de los presos de ETA. Decía mi padre que mi abuelo no quería la independencia del País Vasco. Ni yo tampoco.

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