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16-4-2023-Logo Perfil
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Tal vez nos pasamos de rosca, en el ámbito educativo, en el afán por responder al interés de los estudiantes. Y descuidamos, en consecuencia, el desafío de despertar en ellos intereses nuevos. O de enseñarles a sobreponerse a la modorra del desinterés inicial, para abrirse a la posibilidad de saberes con los que no contaban. De los cursos de didáctica que tomé, recuerdo especialmente la noción de inclusores de Ausubel: la idea de que, para enseñar a un estudiante lo que no sabe, hay que valerse de lo que ya sabe; lo que bien puede ampliarse así: valerse lo que le interesa, para acercarlo a lo que no le interesa, valerse lo que ya le gusta, para acercarlo a lo que aún no le gusta y así pueda conocerlo.

Pero está claro que tomar en cuenta sus intereses o gustos previos no es lo mismo que atenerse enteramente a ellos. Si sólo nos atenemos a ellos, descuidamos aspectos fundamentales de la tarea educativa: despertar intereses, y no sólo satisfacerlos; educar y formar el gusto estético, y no sólo conformarlo. Y estaremos alimentando así, aunque impensadamente, la postura envanecida del que hace de su apatía un criterio soberano de valoración artística incuestionable.

Estoy tratando de entender cómo es que, por ejemplo, no haber visto ciertas películas que cuentan con un significativo reconocimiento llega a  sentirse como un fracaso de esas películas, o de quienes las hicieron, y no como una posible limitación de los propios conocimientos y las propias inquietudes. Estoy tratando de entender cómo puede haber tantas personas aparentemente convencidas de que el rendimiento económico es el único criterio pertinente para la valoración artística, por lo que no hace falta dar cabida (ni mucho menos promover con políticas culturales, aunque la Constitución Nacional lo establezca) a otra música que a la música comercial, otra literatura que la literatura comercial, otro cine que el cine comercial, etc. Por supuesto que quien disponga de alguna mínima noción de historia del arte sabe bien que no es así; pero hay otros a los que evidentemente no acertamos a interesarlos en el conocimiento de esa historia. Y ahí andan, desatinados, desencaminados en absurdas contraposiciones entre política social y política cultural.

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