Otra vez en Barcelona, en la desairada, en la cautiva. Vuelvo a sumergirme con placer indecible en su incongruencia. El taxista del aeropuerto actúa el viejo papel que les es asignado a los taxistas y me aclara que los paquistaníes han tomado El Raval, que no camine por allí de noche porque me matarán con espadas sarracenas y que esto con el Viejo no pasaba. Verifico que el Viejo es Franco y que si bien fue algo atroz con este pueblo catalán, supo mantener España para los españoles. ¿Pero quiénes son los españoles? ¿Y qué es un pueblo? Esas son las dos preguntas que Barcelona, disfrazada de art déco y de turistas, te escupe a la cara. No solo ha sido tomada por Pakistán. Le pertenece al mundo entero. Escapo de mis obligaciones (que son muchas) para insolarme en la playa. Verifico que ya nadie habla catalán en La Barceloneta. Tampoco castellano. Es sabido que los barceloneses hacen como si la playa no existiera y la han abandonado al flujo de rusos o alemanes. La lengua obligatoria de Barcelona es la sonrisa, las señas y el paseo.
Un alumno de mi curso hace una cosa prodigiosa y, con gran habilidad para el fraseo y la poesía, construye sonetos en 35 segundos sobre cualquier tema que le tiremos. Pero algo está muy raro: en catalán las sílabas se cuentan mal. En vez de sumar una sílaba cuando el verso termina en aguda y restar una con la esdrújula, los catalanes cuentan solo hasta la última sílaba tónica, con lo cual los endecasílabos tienen doce, pero como a la última la llaman “neutra”, no la cuentan. No les suena. La confusión es espantosa, pero nos devuelve a la realidad: el ritmo (y la identidad) de una lengua es una construcción convencional. Me cuesta mucho explicar por qué en castellano sumamos y restamos para hallar la armonía. Se encogen de hombros: se debe tratar de otra diferencia insalvable entre ellos y el mundo.
Me alojo en Sants, un barrio de trabajadores, militantes y banderas en los balcones. Pregunto qué pasará con los presos políticos que dejó el referéndum y que Europa abandonó a la suerte de una paradoja: ninguna revolución es legal, pero cuando se la intentó por referéndum democrático fueron apaleados por la propia policía que estaba pagada para protegerlos. Me dicen que no han logrado salir todavía de su asombro. Hay manifestaciones pidiendo su liberación, pero la gente está cansada: el sistema se les antoja impenetrable y Europa, una señora verborrágica de hipocresía que mientras prohíbe a Cataluña su condición de Estado europeo propicia la independencia de Escocia de Inglaterra, ahora que esta intenta salírseles del mapa. ¿Por qué en Glasgow financian el independentismo que castigan en Barcelona?
La ciudad se resigna poco a poco y le pone algún piso más a la eterna construcción de la Sagrada Familia, prometiendo un desarrollo con miras al tercer milenio. Porque este ya está perdido.