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Brecha para todos

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| Cedoc

La mayor habilidad de un monopolista no es llegar a serlo sino convertir su gran quinta en “sostenible”, dotándola de un relato imbatible: su producto es único y en nada se parece a los que ofrecen otros que ni siquiera son competencia.  ¿Para qué? Para poder convertir ese segmento del mercado como uno en que, mediante la diferenciación de su producto, puede hacer y deshacer a su antojo por una sencilla razón: la referencia se perdió en un mar de comparaciones brumosas.

Los gobiernos también aprendieron a utilizar este kit discriminando un espacio de oferta y demanda para generar muchos precios y requisitos en cada uno. En la Argentina actual cuesta encontrar una variable económica de relevancia que no contenga brechas con otras subespecies, impidiendo que alguien acceda y confinando a otros a sus precios y condiciones. De nada sirven los promedios cuando hablamos de jubilaciones, salarios, productividad o ingreso. A cada cual, un mercado y un precio.

La estrella de la semana, una vez más, fue el dólar. ¿Pero cuál de todos? Sí, porque hay para todos los gustos, una vieja costumbre de los regímenes que se resisten a ver las consecuencias no deseadas de las políticas que impulsan. En el último medio siglo la divisa norteamericana se convirtió en una referencia a medida que la moneda nacional se desnaturalizaba. La principal causa de esta elección es la inflación que fue impidiendo el cálculo económico de mediano y largo plazo. Es decir, las magnitudes de consumo e inversión con horizontes de tiempo más prolongados se dificultan realizar sin una unidad de cuenta real.

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En algún momento este rol lo ocuparon los activos ajustados por algún índice: los VANA, los CER o los UVA. Ninguno sirvió por la sencilla razón que, al desmadrarse la inflación, también saltó por los aires el indicador y se encontró una solución política para tantos deudores perjudicados. Ante este descarte continuo de indicadores, el único que fue quedando en pie es el dólar. Esto explica la demanda del “dólar ahorro”: casi cinco millones de personas que pujaban por llevarse hasta 200 unidades de la moneda norteamericana como una forma de resguardar su pequeño capital.

Este esquema fue perdiendo sostenibilidad, un pecado mortal para el ministro Martín Guzmán, porque no había reposición a ese mismo precio. Al endurecer el cepo, la señal adicional fue que quedaban menos reservas para abastecer una demanda cada vez más restringida. No ingresan más divisas: no hay préstamos salvadores ni los habrá, nadie liquida exportaciones más de lo estrictamente indispensable. Se tratan de obtener los últimos tickets al dólar “barato” hasta un final inexorable. Si esta política de segmentar el mercado y darle precios diferentes a cada uno tiene un final abrupto es porque la escasez terminó imponiendo su ley.

El supuesto dilema de ampliar la oferta de divisas unificando más el mercado de cambios, pero a cambio tener más inflación generada es el mismo que en las épocas electorales todos los gobiernos eligieron: anclar el dólar como forma de domar los precios internos y vender una imagen de estabilidad que resultó ser siempre ficticia. El verdadero problema es que un dólar “comercial” sólo 30% más caro que al inicio de la pandemia, siete meses atrás, no refleja en absoluto el tsunami de pesos que tuvo que emitir el Tesoro por la inactividad obligada. Lo que sobrevendría con otro tipo de cambio de equilibrio no es más que un sinceramiento de las variables que acentuarán más los malos indicadores que se vislumbraron el mes pasado en la foto de la economía del primer semestre: más desocupación, inactividad y pobreza récord.

El villano de turno resultará ser la devaluación forzada, con los perjudicados y los beneficiados de manual. Pero en realidad será el fracaso de la utopía de solucionar los problemas reales emitiendo papel moneda sin las espaldas que otros países supieron construir. Más que un control de cambios, lo que vendrá será un control de daños, porque el desequilibrio ya está presente.

*Sociólogo.