Meta nació en 2021 y nadie puede asegurar que todavía exista. Facebook, que también está a punto de jubilarse, hizo una operación rápida de liftting para sobrevivir y se convirtió en Meta presentando el metaverso, un universo paralelo donde hubo apresurados que llegaron a comprar parcelas y, sorprendentemente, otros se dieron golpes para optar por las más sugerentes como puede llegar a serlo el holograma de un piso, de un barrio o de una ciudad.
Existe aún; por lo menos en la web sigue activa una plataforma en el metaverso llamada Decentraland, cuyos programadores son argentinos y comercializan espacios virtuales que se pueden comprar como un NFT con una moneda virtual llamada MANA y que compañías como Coca-Cola o bancos como JP Morgan invirtieron durante la eclosión del proyecto. Allí hay parcelas en venta en un vecindario al que se le permite agruparse como un distrito o una comunidad y elegir la forma de gobierno que le parezca. El éxito relativo indica que, todavía, es más estimulante intervenir de este otro lado de las cosas.
Second Life apareció en 2003 y sirvió para que muchos nerds se crearan un avatar para seguir socializando consigo mismos a través de un álter ego. Second Life tuvo una inesperada exposición mediática en España porque el entonces líder de Izquierda Unida, Gaspar Llamazares, un tranquilo médico asturiano, vio alterada su vida porque el avatar de Osama bin Laden que lanzó la plataforma era un clon suyo. Si hubieran presentado un avatar de Llamazares no habrían alcanzado tal mímesis. El líder de la izquierda española de entonces, apenas comenzado el siglo, presentó una demanda y de ese modo todos los telediarios dieron cuenta de la existencia de Second Life. Fue la última vez que se habló de aquel invento. El metaverso de Mark Zuckerberg no parece que vaya a sobrevivir mucho más.
Hay una realidad paralela, pero hay que buscarla en esta y no fuera de ella. Es tan potente que no hay modo de superarla o, menos aún, competir con ella.
El terraplanismo, por ejemplo. Es imposible que Meta o, en su día, Second Life triunfen en un entorno en el que prospera una zona de lo real que en lugar de interpretar su hábitat como una forma esférica la lea como una llanura infinita. Si un viaje en coche de Rosario a Mar del Plata, a través de la Pampa Húmeda, es una de las pocas cosas capaces de producir un tedio infinito, abruma pensar un viaje en dirección contraria con destino a Ottawa. El terraplanismo, a diferencia de las tecnológicas, no necesita inversión ni operaciones de marketing. Es una corriente que alcanza voluntades que ya no son capaces de convivir ni de operar en aquello que conocemos como la realidad de una manera básica. Para un terraplanista la realidad que percibimos los demás es equivalente a las sombras platónicas, es una simple proyección de la verdad porque la verdad, en forma plana, la perciben ellos.
Meta o Second Life hacen tangible el otro mundo, el virtual, el terraplanista modifica este que consideramos redondo.
Una de las cosas que más llaman la atención a los chicos son las extensas líneas blancas que dejan los aviones en el cielo, que existen desde que los aviones comenzaron a cruzar el cielo y han sido avistadas por muchas generaciones desde las ciudades. Hoy ya no son simples nubes de condensación o, al menos, no se las considera así por un amplio grupo que tanto en Europa como en Estados Unidos no deja de subir imágenes a las redes de nubes de condensación, claro está, pero que ellos definen como chemtrails, una contracción de dos voces inglesas (chemical y trail) que significa “estela química”. Es decir, estos activistas sostienen que nos están fumigando para modificar el clima y justificar políticamente el cambio climático, controlar la natalidad, provocar enfermedades o, la tesis más radical, acabar con la humanidad.
Hay un momento en la vida, en los comienzos, en el que el proyecto es cambiar el mundo. Los más voluntariosos concentran el esfuerzo, según pasan los años, en cambiar pequeñas cosas empezando por ellos mismos. Alternativamente, existe un ejército que opera de otra manera. Al sentirse excluidos del mundo, han decidido crear otro que funciona en su propia órbita. En algunas partes están en expansión.
*Escritor y periodista.