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Bob Dylan

Gracias por el fuego

Bob Dylan
Bob Dylan | Télam

La única vez que asistí a un concierto de Bob Dylan fue hace veinte años en Madrid. Andrés Calamaro era el número previo y rompiendo su habitual verborragia, no dijo una palabra y nunca se supo si la razón fue por el pavor de anteceder a Dylan o imitar su parquedad. Da igual, todo da igual ante Dylan. El gran editor Robert Gottlieb, que descubrió Trampa 22 de Joseph Heller, publicó la obra de John Cheever, la de Doris Lessing y al mismo Dylan, sostuvo hasta el fin (hace solo unas semanas) que el poeta mereció el Nobel. También da igual: no son todos los que están ni están todos los que son.

El recuerdo de aquel Dylan surge porque ha vuelto a pasar por aquí, por Madrid, y esta vez pareció una despedida. Leo las críticas de varios conciertos que ha dado en la península y lamento no haber asistido. Han sido encuentros íntimos, en los que tocó todas las canciones de Rough and Rowdy Ways y algún tema más, cerrando siempre los conciertos con uno de Grateful Dead. La noche en la que yo lo vi, la primera canción, para asombro de todos, también fue de los Grateful. Cantó Friend of de devil. Un tema que cuenta los infortunios de alguien que se va cruzando con el diablo, que le presta dinero y después se lo quita y que nunca puede llegar a casa. Los fans de Grateful, en su tiempo, los seguían de concierto en concierto por todo Estados Unidos, durante años. Parecía que tampoco ellos llegarían nunca a casa. O que su casa era donde estaban los Grateful. ¿Es la nuestra aquella donde, como en la canción, se encuentra el diablo? A veces da esa impresión, porque, como canta el poeta, los tiempos están cambiando (y está empeorando). Hace poco, José Luis Pardo, un filósofo español, publicó un largo artículo en El País en el que recordaba el concierto en el que Dylan no rompió ninguna guitarra como solía hacer Pete Townshend de los Who. Hizo algo mucho más poderoso. Fue en el festival de Newport en 1965 y también se simbolizó con una guitarra, pero esa vez solo se trató de empuñar una Fender en lugar de la acústica. Los religiosos del folk que allí se habían congregado abuchearon a Dylan y el legendario Pete Seeger (otro Pete), cuentan que intentó desconectar los cables de alimentación eléctrica para interrumpir la ejecución de Like a Rolling Stone.

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Ese último domingo de agosto de 1965 cambió para siempre la dirección del tiempo musical. Pardo reflexiona que la actuación de Dylan estaba perfectamente planificada para defraudar a una audiencia que había ido a escuchar al profeta, “a un heraldo de la voz de Dios o a un guía que les conduciría a la salvación, y que se encontró con un músico desenfadadamente vestido que los dejaba solos ante el peligro de un tiempo vacío e infinito del que había desaparecido todo vestigio de divinidad”.

Pardo sigue adelante y recupera el documental de Scorsese sobre Dylan, No direction home (como los fans de Grateful Dead), y señala el final de la película. Allí Scorsese reproduce las imágenes tomadas un año después de Newport, en 1966, en un teatro de Manchester, en Inglaterra. Dylan y su banda repiten la misma interpretación eléctrica y alguien, fuera de sí, le grita: “¡Judas!”. ¿Por qué acabar la biografía de Dylan con 25 años? Pardo considera que esa es la madurez de Dylan, todo lo que vino después fue importante, pero ese esfuerzo para la música popular y su proyección en el campo cívico puso a una generación a la altura de un tiempo que tenía que asumir. Suena rimbombante, pero Dylan dio un corte de manga a la historia de la música. Después Pardo menciona a Godard y creo que también tiene razón, pero prefiero pensar en Nanni Moretti que, al igual que Dylan, está vivo.

Moretti acaba de filmar Hacia un futuro radiante, una película a contracorriente, como Abril o Caro Diario, donde se interroga sobre el Partido Comunista italiano de los años cincuenta, el de Palmiro Togliatti. Dice Moretti que contar la historia frena la depresión. Hacia un futuro radiante... de un fuego que se apagó.

Dylan prohíbe los celulares en los conciertos. Se guardan en una bolsa hermética apagados. No se pueden sacar fotos. No están las luces de las pantallas que ahora reemplazan los mecheros de los viejos conciertos; miles de llamas oscilando en la noche. Una vez le preguntaron a Jean Cocteau qué salvaría del Louvre si se incendiara. “El fuego”, respondió.

*Escritor y periodista.