En pocos días tendremos un nuevo presidente. Si bien se presenta como un choque entre continuidad o cambio, en el plano económico ya no existe margen para mantener la política económica actual. Desde hace tiempo sostengo que incluso el candidato oficialista se vería forzado a corregir sensiblemente el rumbo para evitar una crisis. En última instancia las diferencias fundamentales no radican en el qué se debería hacer sino en el quién, el cuándo y el cómo ejecuta los cambios. Nada más y nada menos.
En perspectiva los equipos de Macri y Scioli comparten los principales vectores a desplegar a partir del 11 de diciembre. Conseguir dólares frescos, recomponer el balance del Banco Central, ordenar la política fiscal, bajar la inflación, oxigenar las economías regionales, impulsar al agro, legitimar al Indec son lugares comunes en la hoja de ruta de ambos candidatos.
El punto de partida necesariamente pasa por ordenar el frente cambiario y precisamente en este aspecto es donde se presentan las principales diferencias. Scioli dice que no quiere un shock cambiario; en consecuencia debería mantener el cepo por algún tiempo hasta que logre mayor fortaleza en las reservas y frenar el ritmo de emisión. Esto implica, entre otras cosas, un ajuste fiscal. Este desafío para Scioli es múltiple. En primer lugar, fortalecer las reservas sin una unificación del mercado cambiario requiere acuerdos con organismos multilaterales de crédito y emisión de deuda en dólares, que no sabemos si el gobierno entrante estará en condiciones de conseguir en el corto plazo. El segundo problema es mantener una brecha cambiaria elevada. Además, está el riesgo de delivery de un programa que supone una sintonía fina en todos los planos. Por último, y más importante aún, este camino puede ser insuficiente para generar un cambio de expectativa en los inversores, empresas y familias. Puede ser visto como más continuidad que cambio.
El programa Macri se resume en una promesa: “sacar el cepo cambiario el primer día de gobierno”. Una promesa tan simple, esconde mucha decisiones de política económica. Significa que todo aquel que quiera comprar dólares va a poder hacerlo; ahorristas, inversores, empresas se volcarán a demandar los dólares “baratos” del Banco Central. Como las reservas son escasas, el BCRA no podrá intervenir y el dólar va a ajustar. ¿Cuánto? nadie puede precisarlo aún. En la historia cambiaria argentina siempre que se liberó un tipo de cambio intervenido, el precio oficial converge al libre. ¿Cuál es el precio libre relevante? Siendo optimista, el que se negocia en la Bolsa, dólar MEP o Contado contra Liquidación que cotiza alrededor de $ 13,50. Probablemente incluso un valor superior si se considera que siempre hay una sobrerreacción hasta que el sector privado decide que es tiempo de cambiar sus dólares por pesos.
Para que esto suceda, además, el Banco Central deberá tentarlos con tasas de interés en pesos que excedan largamente las expectativa de devaluación (entre 35 y 40%). Entonces en paralelo a la devaluación deberíamos observar una significativa suba en las tasas de interés. Además, el Tesoro deberá frenar la maquinita de emisión, haciendo que el gasto crezca menos que los ingresos. En una economía excesivamente líquida como la actual, esta estrategia supone secar el mercado vía política monetaria y fiscal.
Además, de bajar la liquidez en pesos este paquete debería contener asistencia financiera por un mínimo de US$ 15 mil millones que permitan ubicar las reservas cerca de los US$ 40 mil rápidamente. ¿Es factible? Un plan alineado a la agenda de mercado puede resultar atractivo a los inversores financieros. Además es factible que se complemente con otras medidas como la baja de retenciones para estimular la liquidación la cosecha. Se estima que hay al menos US$ 5 mil millones retenidos. En este sentido, será clave cerrar estos acuerdos antes de la liberación del cepo.
Pero me voy a detener en dos aspectos que hoy se minimizan en el discurso macrista, bajo supuestos –a mi criterio– erróneos. El primero, es que gran parte de los precios ya tienen incorporado el tipo de cambio paralelo y no oficial. El segundo, y ligado a lo anterior, es que el pasaje a precios de la devaluación va a ser bajo. Mi visión es diferente. Creo que la mayor parte de los precios de la economía están formados sobre la base del tipo de cambio oficial y que el pasaje a precios de la devaluación va a ser muy rápido. En otros términos, devaluar implica acelerar la inflación que ya se ubica en torno del 30%.
Este es el talón de Aquiles del plan macrista. Administrar los costos políticos de un shock que implica en una primera etapa aceleración inflacionaria, caída del salario real y baja del consumo. En rigor, y más allá del discurso que se busca instalar, éste también terminaría siendo el desafío de Scioli si resultara electo.
Con el resultado del 25 de octubre el consenso pasó de “Scioli gana en primera vuelta” a “Macri ya ganó”. Lógicamente el mercado, los inversores y las empresas, comenzaron a anticiparse al más probable escenario de shock. La sangría de dólares del BCRA es cada vez más profusa, no sólo de reservas sino también a través de posiciones abiertas en el mercado de futuros que implican importantes pérdidas si el tipo de cambio salta abruptamente en el inicio del nuevo gobierno. Las empresas, por su parte, han comenzado a ajustar los precios para generar un colchón de rentabilidad de cara a la devaluación. Además, al no haber solución de continuidad para algunas políticas como el control de precios, las empresas no ven riesgos en la suba de precios preventiva buscando sentarse a negociar con el próximo gobierno con un colchón.
Con esta dinámica en marcha, aun si el sciolismo resultara electo no tendría margen para desplegar una política gradual. Con la expectativa de shock instalada, se perdieron todos los beneficios potenciales y ya se están devengando parte de los costos. La inflación está acelerando, el deterioro del balance del Banco Central es notorio y no se podrá generar confianza con políticas que se ubiquen lejos de las expectativas ya instaladas.
El camino se ha cerrado y las opciones abiertas hace un par de meses ya no son tales. La política económica vendió shock y el mercado compró. La pregunta es si la sociedad es lo suficientemente madura para administrar de manera razonable los costos de una década de correcciones pospuestas. Habrá que pasar la tormenta para poder comenzar a capitalizar las oportunidades que tiene la Argentina.