Un aire de bronca y fastidio es lo que devuelven desde el fondo de sus gargantas los hinchas de fútbol. La helada brisa de la noche serpentea, se enrosca en los cuerpos por debajo de las camperas, entra por las mangas y los cuellos y se mete en el incendio de los pechos de una fanaticada rabiosa, que tiene razón y no tiene. Cuando vuelve, tras un paseo por las venas ardientes, ya es otra. La química y la rabia hacen que ese viento bebido sea el resoplido de un dragón. Pobres hinchas, ¡qué patéticos son! ¡Qué ridículos se recortan en el fuego de las bengalas sus rostros ofendidos! ¡Qué melodramáticos se han vuelto aquellos que antes aplaudían lo mismo que ahora denuestan y pisotean en cada salto! Cada hincha es, al fin de cuentas, una expresión más de la protesta tardía. A los seguidores del fútbol les pasa de todo, no sólo la derrota en un partido. Les pasa Grondona, les pasa la televisión que estafa al fútbol y a sus propios abonados, los clubes, que venden a través de grupos inversores y contratistas nada más que para que alguno robe sin asco; les pasa que piden pan y les dan hueso. Piden fútbol de Primera y les dan una B Nacional reforzada de juveniles y repatriados. Y todo lo sobrellevan. La bronca estalla sólo en función del resultado. Es la tabla de posiciones la medida de dignidad que encuentran los sufridos hinchas. Ahí anda River, esperando llegar al primer puesto y quedarse unas semanas para calmar a las fieras. Con unos pocos lunes en lo más alto de las tablas de los diarios, podrían hacer alguna otra venta, y si pudieran ganar este campeonato, todas las ventas del pasado se olvidarían. De Racing se fue Marín, más herido por la posibilidad de un escupitajo en un ojo, que por el miedo a una bala. Ahora es De Tomaso, que viene a ser lo mismo. Lo que les sirvió en la hora de la victoria sólo pierde valor en la seguidilla de frustraciones. De cómo es que tan pocos dominan a tantos, de cómo Grondona puede con todos, de cómo la televisión dueña del fútbol les roba a cara descubierta, deberían responder los hinchas. ¿Dónde están los de River, que pararon el tránsito en Figueroa Alcorta cuando una orden ministerial les cerró las canchas de bochas y de padel, pero para nada les inquietan los otros dramas del club? Ahora, andan diciendo por los pasillos que el hombre del poncho se va. Que si le aseguran impunidad, manda todo allá mismo y, como herido por un sable sin remache, hace mutis por el foro hacia el paraíso suizo de los jubilados con plata y deja a sus herederos un trono que ya tiene alguna espina; o le parece, porque el seleccionado no gana y a veces se manda un papelón, y entonces sí, el hincha y algún gobierno se preocupan y envían mensajes. Hasta la plata del bolsillo chico les roban a sus clubes. En la primera fecha del torneo no se veía demasiado bien la publicidad estática. No era un problema técnico. El concesionario pagaba poco dinero a la televisión. Entonces, le aplicaron los códigos mafiosos de protección o castigo. Le pidieron más plata, o las cámaras ignorarían los carteles, y tuvo que poner siete veces más -por este año- de lo que le costaba antes el servicio. ¿Y por qué no le vendés a Santa Mónica?, le preguntaron. Santa Mónica es la que compró Puntogol. ¿Ese dinero de la estática lo pidieron para los clubes? Nooo, ¡qué va! También para ellos, es decir para la tele, y los que estén asociados al carro de los victoriosos piratas del asfalto. A los clubes, las mismas migajas de antes. Pero allí están, en las frías noches en las que les toca jugar a sus derrotados clubes, casi nunca en domingo, perdiendo en sus recaudaciones una buena parte de la limosna de la televisión; molestos e insultantes con el DT, con el arquero, el árbitro o con algunos de los lobbistas de la tele que los miran sobradores desde las cabinas. Atrapados por la anécdota, vencidos antes de salir a la cancha.