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Comieron perdices

Griselda Galleguillos
Griselda Galleguillos juró a su banca por el Frente Avancemos | NA

Es mucho. Muchísimo. Griselda Galleguillos vendió unas paltas para financiarse la campaña. Dice que tuvo que hacerlo porque no pertenece al oficialismo. Su pequeño partido, en Rosario de Lerma, desapareció después de que ella ganó. Como hizo campaña para Olmedo, se sumó a las huestes erráticas que juntó el viento de Milei en Salta. También sorteó un show con un stripper para el día de la mujer, sugiriendo que esa es una forma de hacer política que puede gustar o no. Que guste o no es una cosa; que sea una forma de hacer política es parte de una profunda confusión que los medios, a la caza de lo singular, han instalado como algo posible y pintoresco, como si en ello no hubiera riesgo para la democracia.

Asumió vestida de novia para representar que –al jurar– se casaba con el pueblo. Llevó también un anillo de bodas. Uno solo. Porque su novio, el pueblo, no presentó anillo alguno.

Otra vez la confusión. Es el persistente sincretismo pegajoso entre creencia, religión, voluntarismo y –como un manto mágico y misterioso que hace un bolsón con todo lo que cubre– la política.

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Para ambas cosas, para la política y la gestión, hay que estar mínimamente preparado

Pero esto no puede ser la política. De ningún modo. Tampoco es forma de entender todo lo que se juega en la gestión. Para ambas cosas, para la política y para la gestión, hay que estar mínimamente preparado. Estudiar algo más concreto para la función pública que aquello que se mama en el colegio de monjas. La responsabilidad de un diputado es enorme y no puede quedar librada a la opinión voluntariosa o al azar del pensamiento mágico, que liga compromiso político u honestidad funcionarial con ceremonia nupcial y vestido blanco. 

Escuché sus razones en la radio y no me gustaron nada. El partido por el cual milita está casado con las privatizaciones, la apertura del mercado, el sufrimiento de la clase trabajadora, el fin de derechos adquiridos. Me parece que será un matrimonio horrible, confundido, con maltratos varios, donde ambas partes van a terminar sufriendo.

Pero en estos nuevos paradigmas antipolíticos que instalaron a un presidente que habla con su perro muerto no será nada improbable que la escalada de Griselda la ponga, en cuatro u ocho años, en la mismísima Casa Rosada, el palacio soñado por las princesas de los cuentos.