Sin un peso partido al medio, imposibilitado de ir al cine, teatro o lo que sea, deambulo por las calles buscando eventos, vernissages o fiestas en las que pueda colarme, comer algo gratis y conocer gente. Así, la otra noche, mientras caminaba como un zombi por la avenida Scalabrini Ortiz, registré una terraza en la que había gente que parecía estar pasándola bien, confraternizando y charlando sobre temas diversos. Subir las escaleras y tomar una copa fue todo uno, y raudamente me encontré en medio de conversaciones por demás interesantes. Reparé en una entre un traductor –y gran lector– argentino y un escritor y periodista mexicano residente en Buenos Aires. El mexicano, con cierta ironía, cuestionaba la megalomanía argentina, y el traductor, con precisión casi quirúrgica, le explicaba las razones: “El problema es que aquí todos quieren hacer teoría”, para luego pasar al elogio de la modestia de la crónica histórica o incluso de los registros bibliográficos. Hay en esa sentencia el eco de un gusto anglosajón muy presente entre los escritores argentinos, pero tal vez menos notable entre los intelectuales, ya desde el siglo XIX, marcados por la influencia francesa para la que pensar es teorizar, antes que hipotetizar o describir (por supuesto que los franceses –y también los alemanes a lo Nietzsche– nos enseñan que describir no es una operación trivial, cercana al sentido común, sino una actividad altamente cargada de teoría y toda clase de preconstruidos).
Pensaba en todo esto mientras esperaba el 140 en la avenida Córdoba –ya casi de madrugada–, y al regresar a mi casa, no sé por qué, me dieron ganas de leer un libro que había llegado a mis manos días antes: Neoliberalism and Contemporary Literary Culture, compilación a cargo de Mitchum Huehls y Rachel Greenwald Smith (Johns Hopkins University Press, Baltimore, EE.UU., 2017). Habitualmente no me gusta el término “neoliberalismo”, muchas veces se lo usa como una etiqueta, como fórmula vacía que funciona como una tarjeta de presentación facilista: ellos son neoliberales, nosotros no (¿pero estamos tan seguros de que quienes tanto dijeron combatir el neoliberalismo en la última década no han llevado a cabo muchas políticas que bien ingresarían en esa categoría?). Sin embargo, Neoliberalism…, pese al estilo general de paper académico, pese a cierto exceso de teorización que bien podría pasar por argentino, pese al ombliguismo norteamericano que no logra ver más allá de sus fronteras, es un libro interesante, que permite pensar críticamente nuestra época.
Dividido en cuatro ejes (la influencia del neoliberalismo en la teoría literaria, en las formas de la ficción, en la representación literaria y en las instituciones culturales), tiene el mérito de historizar un fenómeno que surge teóricamente en la posguerra y políticamente en los 80. Particularmente destacado es el artículo de Michael Szalay “The Author as an Executive Producer” (“El autor como productor ejecutivo”), en el que analiza la tensión entre la literatura y el ensayo literario moderno y las nuevas series de televisión tan de moda hoy, donde el guión es el resultado de un equipo de “emprendedores narrativos” que logran productos de una eficiencia comparable “con la atención a los clientes en un banco o en una empresa de servicios”. Szalay defiende una literatura que se sustraiga a la eficiencia.