Lejos de esconder la realidad imposible de disimular, desde el mismo Presidente siguiendo por los ministros del equipo económico y los legisladores oficialistas, bajó el guión que contextualiza y hasta justifica la actual coyuntura económica: el frente de tormenta.
Eso volvió a repetir Mauricio Macri esta semana en el seminario de la Asociación Empresaria Argentina (AEA) frente a la élite empresarial local. Todos, los más visibilizados como los grandes inversores que casi en el anonimato buscaban señales ante la coyuntura singular en la historia económica argentina. Pero Macri agregó un matiz más a la gravedad de la situación: la tormenta anunciada y que explicaría la crisis actual no solo está, sino que viene de frente y la actitud a tomar era la de encararla para enfrentarla. Atravesarla, en el espíritu macrista, es encontrar finalmente la pax cambiaria y un nuevo piso en la caída de la actividad, que marcó un año que pintaba para fortalecer el “modelo” gradualista y transita un desafío tras otro.
Si las expectativas eran otras más ambiciosas, ahora el establishment se conforma con que nada se salga de su cauce. Que no desbarranque el precario equilibrio conseguido, y la promesa del Gobierno de cambiar la matriz productiva podrá posponerse. Porque la alternativa, anunciada por propios y ajenos, es asomarse al abismo del default y la hiperrecesión. La escapada del dólar está asumida como un baño de realismo a la política económica “naïf”, como etiquetó un empresario nacional, de los preocupados y ausentes en el Cuadernogate. Más que un valor de $ 30 (que algunos industriales consideran aún 10% inferior a lo que calculan es la paridad técnica de equilibrio), lo que realmente preocupa a los empresarios es la brecha financiera de los bonos argentinos (lo que se denomina “riesgo país”). En voz baja reconocen que la prioridad es calmar los ánimos para que los inversores que habían apostado a la nueva estrella del antipopulismo en momentos de liquidez no salgan espantados. El freno lo puso más el miedo a un desplome que la creencia en las promesas de revertir la situación adversa que hilvana el Gobierno. También, el propio diseño de su organigrama ministerial, pensado para evitar el “efecto Bianchi”, dificulta la trasmisión de un mensaje claro que calme los ánimos de los “espíritus animales”, a los que aludía Keynes. Y si ello ocurre, lo más elocuente son los hechos: en particular el monitoreo que los técnicos del FMI hacen sobre el rojo de las cuentas públicas.
La crisis turca, agravada por su ubicación estratégica, amenaza hacer tabla rasa con las demás economías “emergentes” que han vivido de prestado en los últimos tiempos. El esfuerzo por diferenciarse será muy grande. Tanto como el que deben hacer el resto de los empresarios para no quedar bajo la sospecha de pertenecer al “club de la obra pública”, que va desnudando, a fuerza de los testimonios de ejecutivos arrepentidos, el entramado de corrupción sobre el que se edificó la participación público-privada del último medio siglo al menos. Para ellos, el “que se vayan todos” significa ocuparse de lo suyo, que ya es bastante.