En ocasiones, las grandes bendiciones llegan sacudiendo los cimientos; a veces, hasta nos dejan a la intemperie. “Donde abunda el peligro crece lo que salva”, decía Hölderlin. Así, las crisis, el peligro de perder algo o a alguien, nos colocan frente a una encrucijada, dos caminos posibles: interpretar ese peligro como algo terrible que viene a arruinarnos la vida, preguntándonos “por qué a mí”, o como una posibilidad de dar a luz lo nuevo, de máxima creación, de nacimiento, preguntándonos “para qué a mí”. Los seres humanos no nacemos para siempre el día que nuestras madres nos alumbran, la vida nos obliga a parirnos a nosotros mismos una y otra vez.
Las dificultades son maestras. Y a mayor dificultad, mayor enseñanza. No hay preparación ni conocimiento que pueda salvarnos de la ansiedad de enfrentar la amenaza y promesa de lo desconocido, el miedo al dolor, el riesgo de las decisiones o de tener que morir nuestra propia muerte. No nos sanamos “estando preparados”, nos sanamos enfrentando. De eso tratan las Nuevas historias que sanan y merecen ser contadas, son relatos de seres que, al enfrentar situaciones límite, se aventuraron a parirse a sí mismos, trascendiendo las fronteras de la mentalidad ordinaria, tornándose extraordinarios al dibujar nuevos caminos de pensar, percibir la realidad, gestionar las emociones y encarar los desafíos que les presentó la vida.
A eso apuntamos en la Fundación Salud, en especial, en el Programa Avanzado de Recuperación y Apoyo (PARA), del cual surgen la mayoría de las historias que encontrarás en este libro. El PARA es un abordaje terapéutico integral a través del cual se brinda un plan de salud personalizado elaborado por un equipo interdisciplinario. (...) Todos los seres humanos contamos con un grandioso potencial para sanar nuestras heridas del cuerpo y del alma.
El propósito del PARA es que cada paciente y sus acompañantes (familiares, amigos, etc.) sean conscientes de ese poder intrínseco y puedan poner en práctica las herramientas y los recursos necesarios para activarlo. Todos los pesares pueden sobrellevarse si los pones en un cuento o relatas una historia sobre ellos. En este mundo aturdido, donde somos capaces de conocer a través de la inteligencia sin contacto con la ternura y podemos constatar a través de los sentidos que han sido disciplinados para excluir el éxtasis, no hay trascendencia. (...)
En mi experiencia acompañando a enfermos terminales en el tránsito de la despedida, ayudándolos a partir en un estado de gracia en vez de narcotizados o enajenados, he aprendido que quien está a punto de dar el gran salto hacia el misterio puede, en ese instante sagrado, liberarse del pasado al expresar genuinamente sus sentimientos, dejando atrás lo sucedido y sanando de una manera única y muy personal las emociones sin resolver, como la culpa, el resentimiento, el remordimiento por no haber vivido con más intensidad, por haber gastado su tiempo en las cosas urgentes y no en las importantes. Nuevas historias que sanan y merecen ser contadas pretende ser un despertador que nos sacuda de la somnolencia y nos ayude a darnos cuenta de que no hace falta esperar a ese instante final para sanarnos: es ahora, con lo que somos, con las circunstancias que nos han tocado vivir. Muchos de sus protagonistas demuestran que es posible superar la adversidad y salir de ella fortalecidos, incluso hasta regresar a la salud a pesar de haber recibido un diagnóstico condenatorio para el cual la medicina ya no les brindaba esperanzas. Toda crisis es a la vez una experiencia penosa y una magnífica oportunidad de cambio. Si hemos de despertar algún día, ¿por qué no hoy? (...)
Los estudios más recientes señalan la importancia de las emociones como un componente esencial del conocimiento, la memoria y el bienestar humano. Los fisiólogos y neurocientíficos han conseguido ampliar de manera asombrosa los conocimientos sobre las bases neuronales del comportamiento emocional. La investigación del cerebro ha demostrado de forma irrefutable que los procesos emocionales, al igual que los cognitivos, pueden explicarse por el funcionamiento combinado de hormonas y neuronas. Sin embargo, los resultados de estas investigaciones tuvieron escasa repercusión en la práctica terapéutica.
Hasta no hace mucho tiempo, la psicología se había interesado en estos avances de modo marginal. Se había dedicado a estudiar ante todo el comportamiento que puede observarse externamente y no tanto a establecer cómo y en qué medida los procesos anímicos son atribuibles a procesos físicos o bioquímicos. A partir de las nuevas corrientes psicológicas y pedagógicas de principios del siglo pasado, el entorno y la educación, las experiencias de la primera infancia y la socialización cultural se han considerado los factores decisivos para la formación de la personalidad y del carácter, relegando la neurobiología de las emociones y de las creencias a un papel secundario.
Dicho de otro modo: mientras la medicina y los experimentos neurocientíficos se ocupaban del cerebro humano, la psicología se dedicaba fundamentalmente a la observación, medición, clasificación y terapia del comportamiento humano. Los psicólogos y los biólogos parecían ser habitantes de mundos distintos. Afortunadamente, esto parece estar cambiando lentamente. (...)
El universo de estímulos capaces de modificar el curso de nuestra biología recién está siendo reconocido en el ámbito científico, y gracias a esta concientización es posible decir que muchas enfermedades tendrán una evolución distinta si empleamos más recursos propios.
*Autora de El laboratorio interior, Editorial Planeta (fragmento).