El cierre de listas de las diferentes fuerzas políticas muestra un creciente número de candidatos que resultan conocidos por su aparición en medios de comunicación. Algunas opiniones hablan de un aporte de “caras nuevas” que vienen a renovar la política. Sin contradecirlas conviene acompañarlas con una reflexión acerca de las exigencias propias de una función tan compleja como es la de conducir los destinos de una nación y del conjunto de sus ciudadanos (reflexión válida para el conjunto de los candidatos).
En relación a la complejidad de la función de gobernar, destacan dos dimensiones centrales: una estructural, que consiste en crear las condiciones económicas para producir los bienes y servicios esenciales para satisfacer las necesidades materiales de todos los ciudadanos, sin exclusiones; y otra superestructural, como es la de dictar las normas y crear las instituciones necesarias para garantizar la libertad y los derechos de todos.
La preocupación por esta última dimensión ha estado en el centro del discurso y la acción de las fuerzas políticas más ligadas al liberalismo, la socialdemocracia y otros progresismos, mientras el peronismo la ha inclinado hacia los derechos sociales, sin la contrapartida productiva necesaria para hacerlos genuinamente viables. Dimensión institucional que hace a la esencia de la convivencia democrática y que se hace efectiva a través de leyes e instituciones que se sirve de insumos derivados de la ética y los principios republicanos.
En cambio, crear las condiciones necesarias para satisfacer las demandas materiales de los ciudadanos plantea un cúmulo de exigencias que podrían resumirse en la compleja tarea de alcanzar el desarrollo económico; la que para atraer las inversiones productivas necesarias debe: dominar la inflación, modernizar las relaciones laborales, racionalizar las cargas impositivas y el gasto público, reestructurar un Estado desbordado de funciones y funcionarios que deben ser reemplazados por una burocracia técnicamente eficiente a la que se accede por concursos y no por amiguismos. Rompiendo, además, una inercia que viene sustituyendo la creación de riquezas y de empleos genuinos por el asistencialismo de un Estado sin recursos que ha llevado a la pobreza a la mitad de los argentinos.
Proceso en el cual la presencia del Estado es de vital importancia; pero no para distribuir lo que no se produce, ni para perseguir a los empresarios, sino para alentar las inversiones productivas que crean el empleo genuino que escasea y aportan vía impuestos todo lo que necesita para atender a las enormes falencias en lo social; sin descuidar la supervisión de las relaciones laborales y el pago de salarios dignos, buscando sacar a los ciudadanos de la pobreza y no creando nuevos pobres.
Frente a estos desafíos económicos y sociales resulta imprescindible que todos los candidatos muestren tener un buen diagnóstico de la situación y digan qué piensan hacer al respecto. No alcanza con hacer gala de una “gran sensibilidad social”; ni eslóganes que hablan de “poner dinero en el bolsillo de la gente” sin aclarar de dónde saldrá ese dinero, ya que la solución no pasa por una mayor emisión que solo alimenta una inflación que anula cualquier incremento de ingresos apenas ha sido conseguido.
Explicitar ese diagnóstico y exponer sus propuestas de políticas al respecto es un requisito básico, cualquiera sea la función a la que postulen los candidatos, ya que el éxito o fracaso de las mismas, influirá necesariamente en las posibilidades de dotar de recursos a las distintas áreas del Estado.
*Sociólogo.