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Dejarlo todo

De manera que todo puede pensarse no desde la observación de partículas, sino en la interrelación que proclaman.

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Dejarlo todo. | marta toledo

La tarde se presenta esplendorosa. Las escasas nubes matinales desperdigadas en lo bajo se han esfumado ya, expulsadas por esporádicos aunque vigorosos soplidos del sureste. Para acceder al cogollo peatonal en el centro histórico de Paraty hay que sortear un sistema de circulación tartamudo, alimentado con puentes, pasos a nivel, también calles cortadas, de tierra, de asfalto, de grama, de piedra; calles diagonales, rectas, circulares, calles imposibles. Sin embargo, en este enjambre alucinado todo funciona, fluye; el gentío ocioso avanza, sin una lógica aparente, alimentando a cada paso la expectativa latente por el próximo tramo.

A escasos metros de la iglesia principal, junto al pequeño restaurante prefabricado (el rechinar del cuero asado expone una viva relente de ajo, atenuada por el olor nauseabundo del agua estancada), anida una simpática librería atendida por un alemán cincuentón (cabello ensortijado, lentes de marco grueso) que ahora sonríe debajo de un atrapasueños de feria suspendido sobre el cable que atraviesa el espacio central. Con su derecha se aferra a la endeble banqueta que lo sostiene (una de las patas descoladas). Abstraído el ritmo, amansado por los brotes del cielo que ahora parece ajedrezado, damos inicio a la charla que se prolongará por más de dos horas. 

Desde que arribó a Río de Janeiro primero, luego a Paraty hace ya más de veinte años con el fin de dejarlo todo, de verdad dejarlo todo (Resumo: se recibió de físico; pensaba casarse, era un hecho; su padre, depositado por la familia en un geriátrico años antes, finalmente había fallecido, de manera que cargaba con una suculenta herencia), mantiene una atención preciosista por el detalle en sus cuadernos, que exhibe con orgullo. Diecisiete cuadernos tapa dura de 43 centímetros de alto por 32 de ancho; 120 páginas lisas, sin renglones. Pasajes en inglés, portugués, español; nunca alemán. Decidido a descubrirlo todo, ostenta entradas así: Mirás una mariposa y ves el color de sus alas. Lo que sucede con respecto a mí es el establecimiento de una correlación entre yo y la mariposa: ambos estamos ahora en un estado entrelazado. Las palabras nunca son precisas; la borrosa nube de significados que llevan consigo es su fuerza expresiva (cause you know sometimes words have two meanings.). ¿Es posible que algo sea real para vos y no lo sea para mí?

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O así:

La idea de que el conocimiento se fundamenta en la experiencia y la observación no es original: es la tradición del empirismo clásico que se remonta a Locke y Hume, si no a Aristóteles. La atención a la relación entre sujeto y objeto del conocimiento y la duda sobre la posibilidad de conocer el mundo como realmente es habían conducido, en el gran idealismo clásico alemán, a la centralidad filosófica del sujeto que conoce. La experiencia como sensación, o dicho mejor aún: sensaciones. No se trata de ver el conocimiento como la deducción o la conjetura de una realidad hipotética, sino como una forma luminosa de ordenar la ristra de sensaciones que se alimentan de fenómenos manifiestos en el universo. De manera que todo puede pensarse no desde la observación de partículas, sino en la interrelación que proclaman.

Afuera, disímiles estructuras escupen los reflejos del disco multicolor que lentamente rueda hacia el milagro de la transformación en la hoguera del tiempo, develando el cielo un avance minúsculo de las estrellas que se escurren en ese momento del día en que se produce la última reserva de luz diurna, la fuga acelerada del friso. A lo lejos se oyen los primeros motores del ocaso ensuciando el silencio que, en un punto infinitesimal de la totalidad del momento, desean con toda su alma apagar la claridad del día en ese rincón del barrio Patrimonio de la Humanidad.

La charla se desvanece, Bastian regresa los cuadernos al estante. Me despido con la satisfacción de la charla, y la compra: una edición estupenda de A alma encantadora das ruas (Companhia de bolso), de João do Rio, uno de los cronista más sofisticados paridos en Brasil.