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Desde Madrid

Diario de la peste: el impuesto a la pobreza

Si bien va extinguiéndose el rastro de Trump, no ocurre lo mismo con la covid-19, cuya expansión en esta ola es parte del temblor que sacude al gobierno británico.

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MADRID. Según Sánchez, las medidas que son necesarias ahora son las que plantea el decreto, porque la situación es "extrema", con una incidencia acumulada de 378 casos por cada 100.000 habitantes y más de 650 muertos por coronavirus en la última semana. | AFP

¿A quién venderán Rabia el libro de Bob Woodward sobre la presidencia de Donald Trump? Al menos en Europa, ya nadie habla de Trump. Angela Merkel y Emmanuel Macron ya han felicitado a Joe Biden; Ursula von der Leyen, la presidenta de la Unión Europea, le ha pedido un «liderazgo conjunto» para pasar página y, como si todos estos gestos fueran pocos, Boris Johnson no solo fue el primero en reconocer el triunfo del candidato demócrata, sino que, según informa hoy The Guardian, antes de que acabe el año, Dominic Cummings, el jefe de gabinete de Downing Street dejará el gobierno antes de fin de año. Cummins es el arquitecto digital del Brexit y del triunfo de Johnson, el Steve Bannon del primer ministro británico, un personaje absolutamente distópico a quien Benedict Cumbertbatch interpreta en Brexit, una producción de Netflix que vale la pena ver.

Si bien va extinguiéndose el rastro de Trump no ocurre lo mismo con la covid-19, cuya expansión en esta ola es parte del temblor que sacude al gobierno británico: las cifras de Gran Bretaña ayer registraron 33.470 casos diarios y los pacientes hospitalizados se triplicaron en un mes llegando a 12.700 casos.

Aquí, en Madrid, todos nos preguntamos por la caída de los casos en la región que llegó a ser, hace un mes, la tasa más alta en las estadísticas europeas. En julio había una incidencia acumulada de 9 casos por cada 100.00 habitantes; en septiembre llegamos a 700 casos en una semana, alcanzando la máxima marca continental y ahora ha caído hasta los 339 contagios que se registraron ayer. El quid de la cuestión está en el cambio de estrategia sanitaria: se fue sustituyendo progresivamente el uso de PCR por test rápidos, cuyo resultado algunos científicos ponen en duda ya que, aseguran, la detección de casos es menor y creen que por eso la curva ha caído abruptamente.

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Moderar el entusiasmo

La cuestión es que, a ciencia cierta, no se sabe realmente la razón por la caída de casos. Sí se puede constatar, en cambio, que se mantienen proporcionalmente las
cifras más altas en los barrios más pobres frente al resto, ya que sus habitantes se ven obligados a salir de casa todos los días, utilizar el transporte público y estar expuestos a contactos de riesgo cotidianamente.

Y ya que hablamos de pobreza, hay que destacar en todas partes se habla hoy del spot de la lotería de Navidad, hecho que cada año en España despierta tanta expectación como la misma lotería. ¿Qué relato contarían en este año de infortunio y tragedia? En plena crisis económica, con más de diez millones de  desempleados, el spot de la Navidad de 2014 mostraba a un trabajador que se había quedado sin empleo y llegaba al bar del barrio en el que todos estaban festejando que les había tocado el gordo. A él, no, ya que su situación le había impedido comprar una participación, pero en el desenlace de la historia, buscando al Dickens del frío y el hambre, el dueño del bar le entrega un billete que le había guardado. La idea no es solo ganar, es compartir, decía el mensaje.

Este año se recurre a personajes que parten, en la España del primer franquismo, hacia el exilio económico, y se ve a un padre regalando a un hijo un billete en la despedida; después a un español trabajando en una fábrica alemana que recibe otro que le llega de la península y así, se avanza en la historia entre estrecheces y alegrías modestas, hasta llegar a hoy en el que una anciana le entrega una participación a su joven vecina que le ha hecho más leve el confinamiento. Compartir. Un aliciente para la pobreza; nunca sale nadie de los barrios altos en estos spots, aunque también compran, más por ilusión que por necesidad. En ese sentido, los ricos tampoco pagan un impuesto: veinte euros, el precio de la participación, es muy poco para quien no viaja en subterráneo o colectivo en la hora punta.