Los Simpson nunca llegan a ser noticia porque están allí como el aire que respiramos. Son desde siempre. Siguen como siempre. Y lo saben todo, siempre. Sin embargo, esta semana han pasado a estar en los celulares pidiendo algo de innecesaria atención: Matt Groening decidió que papá Homero ya no estrangulará más a Bart porque “los tiempos han cambiado”.
Me decepciona el coqueteo con la corrección. No hace falta que un dibujito amarillo deje de estrangular a otro para que sepamos que estrangular a un hijo está mal. Ya estaba mal de antes.
¿Dejará también de emborracharse? ¿De comer comida chatarra? ¿De pensar en sí mismo antes que en los miembros de su familia?
En estos tiempos atroces de pérdidas de derechos (simbólicas y reales) donde se usa cualquier espacio que haya para vociferar lo obvio (lo obvio está en peligro) hay alarmas puestas sobre los modos de referir al mundo (y al no mundo) en la ficción pura.
En las últimas películas que he actuado siempre se llega al momento en que hay que corregir escenas porque lo que está escrito es demasiado. ¿Demasiado qué? Los actores que improvisan en los talleres de actuación piden permiso si tienen que tocarse, como si solo pudieran referir a la sociedad con los términos que la sociedad impone como buenas costumbres. Antes, creo, la improvisación no gozaba de consentimiento. Eran ganchos lanzados a la pesca, a ciegas.
Noto que así es imposible la denuncia. Cuando se desplaza al energúmeno del plano de lo imaginable (y ojo que esto no garantiza para nada que desaparezca del plano de la realidad) es difícil mostrar por la negativa. Y cuando solo queda afirmar, el pensamiento (igual que la matemática) es imposible.
