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¿Dónde está Argentina?

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Argentina | Unsplash | Angelica Reyes

Por trabajo o placer, viajo seguido por el país con una pretensión que me cuesta resumir, pero que va por el lado de captar algo así como la quintaesencia de lo argentino. Tras un razonamiento que pareció lógico en su momento, se me ocurrió que, en un territorio tan poco poblado como el nuestro, la clave pasaría por lo geográfico: en algún lugar específico de los 2.780.400 kilómetros cuadrados que ocupamos, estaría la condensación de todo.

Creo que primero evalué en la zona pampeana, descartada luego porque esos horizontes bajos a lo Molina Campos no logran compendiar todo lo que acumulamos en tanta extensión. Linda, sí, pero excluyente por su uniformidad paisajística, la llanura es una cara de algo mucho más complejo, como escribió Ezequiel Martínez Estrada: “El paisaje del llano, si lo es, toma la forma de nuestros propios sueños, la forma de una quimera”. Amo Mendoza, donde viví un tiempo, por lo que también quise que fuese allí, pero, por más cruce sanmartiniano y bandera del ejército de Los Andes, la sonoridad chilena que vuela por el habla de algunas personas me llevó a dejar de lado Cuyo.

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Con el Litoral jamás tuve esperanza: demasiado colorido, vibrante y paraguayo, especialmente a la altura de Corrientes y, al Norte, demasiado brasileño. Lo mismo el NOA, tan boliviano y deslumbrante. De CABA o del Gran Buenos Aires Buenos Aires, ni hablar. ¿Y de Córdoba? ¡Qué decir! Sus habitantes no se parecen a nada…

En el último viaje a la Patagonia, enorme como para contener en sí varias Patagonias diferentes, me autoconvencí de que es la zona que mejor expresa esa cosa tan inexplicable y atractiva que es (para mí) la argentinidad. Con estepas eternas, ciudades de un viento imposible, centros de ski que atraen a deportistas y tilingos, paisanos que recelan de esos tilingos, polos petroleros y científicos, lagos y montañas de postal, playas marcianas, altares al Gauchito Gil, tributos a Malvinas, aventureros que caen ahí buscando el nirvana, movilizaciones, activismos y quilombos, más recursos naturales en manos de millonarios trasnacionales, el Sur nos expresa con justicia. Es como si la singularidad de emplazarse en el culo del mundo lo condenara a ser más argentino que el resto. Pero tengo claro que esto no pasa del capricho. Se me puede acusar de malos argumentos. O al menos eso hizo una amiga extranjera, quien, habiendo recorrido Argentina de punta a punta con “ojos imparciales”, concluyó en que su quintaesencia no es la pesadez de una región, sino algo más etéreo que está presente en todas: el olor a asado.