Esta semana, en una estación del subte de Madrid, mientras leía distraídamente un libro, me robaron la mochila. Cuando caí en la cuenta, ya era tarde. Después del desconcierto, con un poco de calma, me
di cuenta de que a través del celular podía seguir la peripecia del ladrón mediante la señal que emitía la tableta conectada a la red que estaba guardada en la mochila. En el momento en el que yo entraba en una comisaría para realizar la correspondiente denuncia, el ladrón llegaba a un sitio en Aranjuez, una población cercana a Madrid, porque el mapa de mi celular me lo advertía con un parpadeo.
La tableta sigue yendo de un sitio a otro. Me hace llamados constantes, pero su materialidad ya se ha desvanecido. Sé que no la volveré a ver. Ya es solo una señal, no puede ser un objeto para mí.
Lo mismo ocurría con las bombas que caían en la guerra de Irak: aquellos destellos sobre una pantalla líquida, verde, casi fosforescente que veíamos, eran señales lumínicas que eludían su razón letal.
Galileo fue el primero en interesarse no por la caída de los objetos sino por el tiempo que tardaban en caer y el camino que recorrían. Descartes, el primero en escribir el relato. Dibujó un eje horizontal y otro vertical; uno representaba el tiempo y el otro el recorrido. Una curva dibujada a partir de los dos ejes permitía ver el desplazamiento de un proyectil y su duración. Ya no había que contemplarlo, simplemente bastaba con calcularlo. El diseñador gráfico alemán Otl Aicher cifra en ese momento el comienzo de la época digital y con ella su relato. Tanto es así que Pascal, contemporáneo de Descartes, participó en la constru-cción de las primeras calculadoras. Desapareció el fenómeno, se esfumó la manzana y su caída porque en su lugar quedó un cálculo. Este relato de lo exacto desplaza oficialmente al sujeto que tiene un punto de vista diferente, es decir a cada uno de nosotros con nuestra carga de subjetividad pero también de verdad propia.
El relato de lo exacto es el de la estadística y la economía, y así llegamos a la verdad del mercado que, hoy por hoy, es un dogma impermeable a cualquier opinión.
Es decir, leemos la cifra de desempleo pero si tenemos trabajo no lo sentimos, solo asistimos pasivamente a su cálculo y no a su verdad. Otra tanto se podría decir de la política digital: ver como unos y otros cambian cruces en las redes sociales mientras el tiempo desvanece las expectativas.
En 1999, Manuel Vázquez Montalbán escribió bajo el título “10 años” una columna en El País. Era el final de la primera legislatura del conservador José María Aznar y los desencuentros de los socialistas entre sí hacían presagiar un nuevo capítulo de los populares, un segundo mandato y de allí la referencia a lo que Vázquez Montalbán llamaba la mitad de nada, es decir diez años, aludiendo al tango. Diez años de la derecha. Escribía entonces el autor de Pepe Carvalho: “Cuando gobernaba el PSOE teníamos la esperanza de que Felipe González supiera quién era Bertolt Brecht y de que en su fuero interno reconociera que el capitalismo a veces se pasa. Diez años. Casi toda mi esperanza de vida. Toda mi esperanza de historia”.
La deriva económica del gobierno de Mauricio Macri, quien posiblemente ignore quién fue Bertolt Brecht y puede que haya retenido de alguna conversación el nombre de John Maynard Keynes, no parece despertar en la oposición el menor sentido cívico. Esta administración ansiaba acabar con el peronismo pero aniquilará antes a buena parte de la población.
Sería bueno que se intente una articulación mínima de una contestación seria porque en ello va la esperanza de historia de mucha gente en este país. De lo contrario, tal como ocurre con mi tableta que se mueve por las calles del mapa de Google sin que yo la pueda volver a operar, nuestra vida se seguirá confundiendo con la realidad virtual. Y el voto al igual que mi denuncia de robo, seguirá siendo un mero trámite.
*Escritor y periodista.