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El día después de hoy

Se abre una fase nueva en el sistema político argentino, que deberá evitar la hiperpolarización.

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El día después. | Pablo Temes

Llevará años descifrar los códigos característicos de la campaña presidencial que concluye hoy. Fue algo totalmente diferente de lo que señalan los manuales, pero la percepción generalizada tras las primarias es que algo muy importante se ponía en juego.

Rupturas. Identificar la contienda electoral entre continuidad o cambio parece ser un ejercicio empobrecedor ya que pareciera que se trata más bien de un cambio completo de fase en el modelo de acumulación (inevitable en el nuevo contexto mundial) y la discusión se puede traducir en sobre qué bases se va a transitar la nueva etapa. Históricamente cada cambio de etapa en los modos acumulación fue traumático en términos políticos, sociales e institucionales y el “producto” final, impredecible.

Se puede decir que históricamente el primer cambio abrupto se vivió entre 1860 y 1880 cuando Argentina se organiza políticamente tras una cruenta guerra civil entre 1826 y 1852 con la derrota de Juan Manuel de Rosas y los caudillos federales. El puerto de la Ciudad de Buenos Aires (recién federalizada en 1880 durante la presidencia de Nicolás Avellaneda) organiza el sistema productivo ya que por diferentes causas el país decide desarrollarse en base a un modelo agroexportador en función de la potencia de la época Gran Bretaña.

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En esta etapa se reorganizarán todas las expresiones políticas

La siguiente etapa se inicia en 1930, luego de la crisis del 29. Allí con la crisis mundial y el ascenso del fascismo en Europa se dio la abrupta detención del comercio mundial, por lo cual Argentina da un vuelco hacia la industrialización fruto de la sustitución de importaciones, que tiene en particular la formación de una nueva clase obrera y la irrupción del peronismo.

Este doble patrón productivo no integrado –industria/agro– implicaría el empate hegemónico con un nuevo actor a partir de 1958, la industria multinacional hija del desarrollismo de Arturo Frondizi. De esta forma se sella la inestabilidad secular del siglo XX que se termina a partir de 1973: la salida del patrón oro por parte de Estados Unidos y la crisis del petróleo significan un cimbronazo para Argentina cuyo modelo dual sería insostenible. La inflación en alza y la fuerte puja por la distribución del ingreso son marcas de los tiempos. La dictadura militar que venía a desempatar solo logra multiplicar la inflación, la desindustrialización e inducir el crack bancario de 1980.

Muros que caen. La caída del bloque soviético impulsaría la nueva etapa con el predominio de Estados Unidos como única superpotencia y el desarrollo de economías de mercado en toda la región. La transformación llevaría el sello de Carlos Menem con la instauración de programas de reformas estructurales: desregulación, descentralización y privatizaciones de acuerdo con las sugerencias del Consenso de Washington –término acuñado por el economista John Williamson–. Argentina dio un paso más allá de las demandas del Consenso con la convertibilidad de peso-dólar. Sin dudas como hoy se recuerda con asiduidad la hiperinflación de 1989 fue el dispositivo que habilitó este particular sistema cambiario.

En busca de un futuro imperfecto

Curiosamente la siguiente etapa a partir de 2002-2003 no fue producto de una ruptura mundial sino el ascenso de China como potencia mundial haciendo volar el precio de las commodities que impactó en toda la Latinoamérica con el ascenso de los regímenes populistas de izquierda. Es un proceso breve que entra en corto con la crisis de las subprimes en 2008 y la caída de la Lehman Brothers. En estos años los países centrales comenzaron a funcionar sobre otras bases, la digitalización total de la economía o lo que Eric Sadin denomina “la siliconización del mundo”. La vieja industria “real”, ya sea metalúrgica o automotriz, va dejando su lugar a Amazon, Microsoft o Apple, que son a su vez globales y virtuales. Como dice Deleuze, la empresa reemplaza a la fábrica.

Llora por mí, Argentina. En esta nueva etapa que se está delineando frente a nuevos ojos, donde la inteligencia artificial parece ser la nueva máquina de vapor, Argentina parece atrapada por discusiones de coyuntura que parecen ser las explicaciones acientíficas del estancamiento secular que comienza en 2015, a partir de cuando el PBI sube y baja en forma de serrucho, para quedar en el mismo nivel. La promesa más firme que sostiene al país de cara al futuro es convertirse en un exportador neto de minerales con un perfil parecido al que sustenta a Chile donde casi el 60% de sus exportaciones se basa en el cobre, el litio y otros minerales, siendo un país que importa gran parte de los productos industriales que se consumen como autos o indumentaria.

La pregunta que no se ha realizado en esta campaña electoral –o al menos con el énfasis necesario– es si existe un perfil productivo deseable para un país que vive en medio de una gran pobreza estructural pero que aún sueña con ser de clase media. Si la respuesta es que no hay ningún perfil productivo más favorable que otro –si da lo mismo que se produzcan caramelos, acero o sal de litio–, el lugar de la Argentina será decidido por el mercado mundial. Si, en cambio, la respuesta fuera positiva, cabe preguntar quién o quiénes toman las decisiones al respecto, en tiempos en que la idea de la planificación estatal parece haber caído con la Unión Soviética. Pero también parece claro que las políticas mercado-internistas han fracasado en un país donde los controles de capitales permitieron la obtención de rentas extraordinarias a quienes pudieron arbitrar entre los diferentes tipos de cambio, lejos de la intención manifiesta de esa política de cuidar las reservas.

Los peligros. Se abre una fase nueva en el sistema político argentino. En esta etapa seguramente se reorganizarán todas las expresiones políticas, situación que se debe acelerar por el riesgo latente de caer en una hiperpolarización, una situación probablemente mucho más explosiva de la que se transitó en las dos décadas precedentes. La forma de evitarla requiere además de las respuestas de coyuntura un ojo puesto en un porvenir que parece esquivo.

Sociólogo @cfdeangelis