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El día que cayó el muro

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Primero lo primero. Parece una obviedad recordarlo frente a pibes que han nacido en democracia, pero votar sigue siendo un acto de fe, un derecho sagrado que en el instante de elegir nos hace iguales. Nos recuerda humanos, personas, ciudadanos, pares que comparten un territorio, una patria, una cultura hecha de dolores, tragedias, alegrías, con sus héroes, traidores, asesinos, pasados pesados de los que hay que hacerse cargo de frente a la verdad y con justicia, sin reescrituras ni relatos de fanáticos, de vencedores o vencidos.
Ante cada elección, la demanda se remitirá siempre a mejorar la calidad de los servicios, de salud, trabajo, educación y demás. Pero es, al fin, un reclamo que, en síntesis, bien podría leerse también como una pintada en la pared del barrio cerrado en el que habita el poder: “no sean miserables, ayuden a vivir”.
Cada voto conlleva el deseo de lo que soñamos ser. Esta vez creo que la mayoría terminamos votando lo mismo con caras distintas porque estábamos un poco hartos de nosotros y de los otros. Pero una vez tendidos los puentes sobre la necesidad común de dejar atrás las discusiones inútiles, en una segunda vuelta habrá que decidir algo más que eso. Ahora se trata de saber y de decir, claramente, qué queremos para todos, en conjunto. Y los dos candidatos, Scioli y Macri tendrán por fin que definir su propuesta y formar el equipo completo. Ya no caben los discursos ambiguos.
Desde hace días tengo una imagen recurrente sobre cómo sería la mañana de hoy, lunes. Millones de personas se levantan temprano y, a solas, se disponen a preparar el desayuno para sí o para la familia. En un momento dado,  todos coinciden en abrir un paquete de café o de yerba envasado al vacío y, de pronto, el país entero se infla con el aire que entra al espacio cerrado. El día se llena de aromas que nos estimulan y nos hacen murmurar aquella canción de Serrat... “hoy puede ser un gran día”.
Aún no lo percibimos, pero se derrumbó el muro que nos separaba. Era invisible. Un cuento contado por idiotas astutos, ladrones, mercenarios y fanáticos que necesitaban dividir para reinar. Un muro ladino, artero, solapado, que no vimos levantarse y ahora no lo vemos caer, pero que estaba ahí, pesando sobre nuestros actos y espaldas, que nos agobiaba y del que todavía no somos muy conscientes de hasta dónde nos jodió las relaciones y nos partió al medio.
¿Cuánto tiempo más llevará? ¿Cuánto, hasta que hablar de “kirchnerismo” sea como hoy hablar de “menemismo”? Probaremos primero con un pie, luego con el otro, y al fin avanzaremos. Ya no hay muro.   
Detalles que deberían ser irrelevantes serán tratados como noticias de portada: “¡El presidente se reunió con líderes de la oposición!” “¡Consulta!”. “¡El presidente y sus ministros se presentan en conferencias de prensa y aceptan preguntas, de todos los medios y sobre todos los temas!” “¡No usa la cadena nacional para criticar a los opositores y a los medios!” Se debate, se discute, “¡los legisladores hablan, se escuchan, llegan a acuerdos!”
 Las promesas de campaña están ahí. Las redes sociales se van a ocupar de recordarlas una y otra vez. Todo indica que la única forma de cumplirlas es que se unan las fuerzas políticas decentes, sin especular con sacar ventaja en el conflicto de intereses que pueden provocar delicadas situaciones sociales . El enemigo común es la corrupción de lo que se da en llamar “El sistema”: te doy  para que hagas alguna obrita algo, y vos de ahí me devolvés un muchito para que yo pueda pagar todo lo que me cuesta seguir acá, de intendente, de gobernador, de secretario, de ministro, de presidente de algo, de asesor, de legislador, de lo que sea, y así la vamos llevando. Perdón. Y así se la van llevando.
 “La cosa es así”, decía una canción de Charly García. El control que sigue depende de nosotros, de lo que hagamos cada día, de las organizaciones sociales, de la oposición, de los medios, de la justicia, de las Ongs. Porque el voto es sólo lo que soñamos ser.

*Periodista