Cristina Kirchner está convencida de que Néstor Kirchner es como Barack Obama, pero con mucho a su favor para el primero: lo que está haciendo el presidente de los Estados Unidos empezó a hacerlo hace casi seis años el santacruceño. En una declaración inolvidable, la Presidenta postuló que “un joven desgarbado” (su marido) inventó lo que ahora intenta hacer el primer negro que llega a la Casa Blanca.
Es fácil tomar las incontables grageas de creatividad presidencial para consumo del circo criollo. Lo de Cristina, sin embargo, es serio: el Gobierno vive una verdadera emergencia de autoimportancia desde siempre, y eso se le hace muy evidente en la dura arena internacional.
Los Kirchner quisieron quedarse con el trofeo de la franco-colombiana Ingrid Betancourt y les fue mal. Durante algunos meses aspiraron a poner en libertad circulatoria a la confinada Hilda Molina, la médica cubana a quien los hermanos Castro no le permiten salir de la isla. Hasta el cierre de esta edición de Perfil, la oficina cubana de migraciones permanece cerrada para esa mujer.
Ahora, la pasión es Obama, aunque la realidad fehaciente le viene jugando malas pasadas al actual poder político argentino.
El nuevo presidente norteamericano, como no podía ser de otra manera, eligió a su colega Lula como uno de los dos mandatarios latinoamericanos con los que Washington se manejará en condición de primacía. El primero fue Felipe Calderón, el presidente de México, que fue recibido por Obama aun antes que éste asumiera.
La llamada telefónica de Obama a Lula fue clara: Brasil es clave y Luiz Inácio da Silva, un estadista estratégico. La pena que embargó a la residencia de Olivos es que los Kirchner estaban embriagados de orgullo con la visita de Cristina a Fidel Castro, pese a que el episodio de la foto fue truculento y de clara matriz soviética. Sólo los rusos de la era bolchevique manejaban con tanto celo el registro documental de la historia, convertido en razón de estado.
Por empezar, el 22 de diciembre, cuando se concretó la cumbre entre Brasil y la Unión Europea, se formalizó una sociedad estratégica entre ambos colosos. El 23 de diciembre, Le Monde de París lo dijo, negro sobre blanco: “Por su tamaño, su peso demográfico (un sudamericano sobre dos) por su condición de líder regional y el vigor de su democracia, Brasil se ha convertido en actor esencial en la arena internacional. Diplomacia, comercio, energía, medio ambiente, inmigración, espacio, drogas, terrorismo; todo le interesa y todo le preocupa”.
Un dato es demoledor: la Unión Europea recibe el 25 por ciento de las exportaciones brasileñas e invierte en Brasil más que en las tres mayores naciones llamadas “emergentes”, Rusia, India y China.
La actitud argentina en su pueril y primitiva pretensión de intermediar entre la Cuba en transición al post socialismo y los Estados Unidos suena, así, de una ramplonería conmovedora.
Obama llamó por teléfono a Lula el 26 de enero y le dijo que cuando visite Brasil “nadie se dará cuenta de que no es brasileño”.
“Sé que si camino por las calles de su país nadie va a percibir que no soy brasileño, sólo cuando abra la boca”, le dijo al llamar a Lula para invitarlo a una reunión de trabajo en Washington en marzo, cuando el brasileño debe estar en Nueva York participando de un seminario internacional sobre biocombustibles, asunto decisivo para Brasil.
Lula replicó invitando a Obama para que visite Brasil en abril, aunque tal viaje sólo podrá hacerse, ya le confirmó Obama, entre julio y septiembre. La charla Obama-Lula duró 25 minutos y se habló de las relaciones entre los EE.UU. y América latina, las políticas de ambas potencias en Africa y la necesidad de fortalecer al Grupo de los 20 (G-20). El 15 por ciento de las exportaciones brasileñas va a los Estados Unidos, el mayor socio comercial de Brasil.
La Argentina mira, la ñata contra el vidrio, al G-20, que debe reunirse en Londres en abril y que sería una de las dos ocasiones para que Cristina Kirchner le dé la mano. La otra es en Puerto España, la capital de la caribeña Trinidad Tobago, donde se reúne la próxima cumbre iberoamericana. Salvo estos dos episodios, que al ser multilaterales sólo permiten ocasiones globales y no encuentros personales, la Argentina debe asumir que, en la perspectiva de Washington, y como no podría de ser otro manera, ocupa un rango secundario.
Por eso, asombra la mezcla de ingenuidad y provincianismo con que manejan estos temas quienes conducen al país hace ya casi seis años. Gran parte de lo que se piensa y ejecuta pivotea sobre las oportunidades fotográficas (la imagen de Cristina “manifestando” en París con boina en la cabeza por la liberación de Betancourt es insuperable) y ocasiones puntuales que siempre se construyen sobre lo excepcional, lo fugaz y el azar, todo lo contrario de una estrategia internacional edificada sobre la frugalidad retórica y la solidez conceptual.
Las aspiraciones de jugar en primera división mundial, encima, se vienen arruinando con rachas de mala suerte. La Presidenta pensaba viajar a la India en febrero, un destino verdaderamente importante y trascendente, pero desde Nueva Delhi cancelaron el viaje, alegando que el primer ministro Manmohan Singh debió hacerse un by pass cardíaco. Sin embargo, el jefe de gobierno de la enorme nación asiática, que fue operado en una intervención delicada pero sin riesgos esta semana, será dado de alta hoy sábado y, de acuerdo con lo informado por The Times of India, estará de vuelta trabajando en jornada completa el 22 de febrero.
Pero es indudable un hecho incontrovertible, especialmente en América del Sur: la existencia de un denominador común en varios gobiernos que, al margen de sus particularidades históricas, manifiestan una clara tendencia. Esa tendencia no es hegemónica ni excluyente, pero la Argentina no puede dejar de tomarla en cuenta. Se corporiza en los gobiernos de Bolivia, Ecuador y Venezuela, que comparten entre ellos al menos dos de las siguientes características:
a) Expresan un deliberado propósito de marchar hacia formas de socialismo explícito y nacionalizan, estatizan y/o confiscan empresas.
b) Se consideran representantes o emisarios directos de pueblos indígenas preexistentes a la llegada española al hemisferio y reivindican derechos y reclamos ancestrales.
c) Desarrollan estrategias invariablemente fundacionales y modifican las Constituciones políticas y los sistemas institucionales con que se encontraron al llegar al poder.
d) Desarrollan las mejores relaciones posibles con Cuba, Irán, China y Rusia.
e) Sus máximos caudillos (Morales, Correa, Chávez) se postulan claramente para perpetuarse en el poder, de manera de poder “asegurar” esos cambios.
Pero sería engañoso tomar esta parcialidad por el todo. En la misma región se advierten proyectos y políticas muy diferentes.
Sin incluir a una Colombia resueltamente decidida a privilegiar sus relaciones con los Estados Unidos y Europa, gobiernos de origen progresista, como los de Brasil, Chile, Paraguay, Perú y Uruguay apuestan, en mayor o menor medida, a la seriedad, el rigor, la mesura y el esfuerzo hacia adentro. Algo vincula a los presidentes Lula, Bachelet, Lugo, García y Vázquez: casi todos ellos suelen ser formidablemente cautos en su retórica y preservan unos modos públicos especialmente cuidadosos y discretos.
Así, la Argentina se encuentra en un contexto donde se le presentan dos posibilidades bastante bien delineadas.
Hay una America latina vociferante, pendenciera, muy seducida por los modos semi o antidemocráticos y resuelta a asociarse con el diablo si ello les da valor agregado a los regímenes en el poder.
Hay otra, pragmática, moderna y poco afecta a las exteriorizaciones emocionales, para la cual los furibundos años 60 y 70 no pasaron en vano, del mismo modo que han aprendido de las frustraciones de los 80 y los 90.
En muchos sentidos, parece prevalecer en el sistema kirchnerista de poder una tendencia casi innata a encolumnarse con aquellos gobiernos que evocan los experimentos de “nacionalismo revolucionario” de los años 70. Es allí donde los peronismos se sienten más en casa. Pero la realidad los coloca, racionalmente, ante la obligación de preservar y mejorar las relaciones con centros de poder poco afectos a las cercanías con las exuberancias.
Además, las elecciones presidenciales de Uruguay y Chile en 2009 pueden deparar sorpresas amargas al progresismo. Los uruguayos eligen al sucesor de Tabaré Vázquez el 25 de octubre, con casi segura segunda vuelta el 29 de noviembre, mientras que Chile reemplaza a Michelle Bachelet en los comicios del 11 de diciembre. En ambos casos, hay chances reales de que los oficialismos (Frente Amplio, Concertación Democrática) pierdan ante fuerzas de centro y centroderecha. Se trata de dos países fronterizos de importancia crucial para la Argentina.
Tampoco está todo dicho en Bolivia, pese al triunfo del plebiscito constitucional armado por el presidente Morales para refundar al país. Los números son ostensibles y marcan que la mayoría demográfica del país lo apoya, pero 40 por ciento de bolivianos no sólo discrepan con el indigenismo socialista de La Paz, sino que, desde los más desarrollados departamentos de la llamada “media luna”, expresan un peso específico económico que sería suicida para Morales ignorar, al riesgo cierto y posible de una secesión lamentable para todos.
Por eso, asombra y desconcierta cierto zigzagueo y una falta de convicción en los pasos internacionales que da el Gobierno argentino, muy evidentemente pautados por la frivolidad o, al menos, la improvisación, siendo la llamada “política de derechos humanos” un caso elocuente.
La misma presidenta que en 2008 humilló públicamente en la Casa Rosada al presidente de la africana república de Guinea Ecuatorial (única nación hispano hablante de ese continente), acusándolo de que su gobierno viola derechos humanos, luego visita países donde ese panorama, al menos, no es mejor, como Túnez, Argelia, Libia, China, Venezuela y la propia Cuba, y nada dice de ese tema. ¿Se condena a unos y no a otros, o se condena selectivamente a los más débiles e ignotos, en exhibición de grosero oportunismo?
Si algo revelan estas derivaciones bruscas de un gobierno que no atina a elegir de manera clara y jerarquizada a sus socios principales, es que en la Argentina es muy habitual que temas de esta trascendencia se manejen con improvisación de aficionados e, igualmente grave, usando cuestiones que conectan la país con el mundo sólo en función de muy sórdidas necesidades domésticas de urgencia. Esto se demostró en el desgraciado disparate de haber primero alentado y luego tolerado el bloqueo piquetero de la frontera internacional con Uruguay.
Las confusiones, cambios bruscos y manipulaciones en política exterior se revelan en la impune duplicidad con que se adoptan criterios. ¿Es admisible que el canciller Jorge Taiana reciba en la Cancillería a una delegación parlamentaria de los dos partidos políticos norteamericanos, oficialistas demócratas y opositores republicanos, cuando en seis años de kirchnerismo jamás se convocó, se pidió opinión ni se incluyó en una gira oficial a expresiones de la oposición argentina?
Estas dañinas ambigüedades alcanzan expresión sublime con la saga de episodios referidos al Medio Oriente y a los escraches antisemitas de la última semana, que asustaron a los Kirchner. Sin embargo, no emitieron ni una sola señal de excomunión para quien encarna el destacamento pro Irán, pro Hamas y pro Hezbollah del kirchnerismo, Luis D’Elía, levemente desautorizado, pero nunca excomulgado y siempre stand by, por si Néstor lo necesita como fuerza de tareas.
Por eso, el paralelismo oficial entre el “joven desgarbado” de Santa Cruz y el afroamericano de Chicago llegado a la Casa Blanca es desopilante, además de vergonzoso. La Presidenta y su marido creen ser lo que no son.