Alguna vez hablé en esta columna de mi inexplicable obsesión con la ciudad de Trieste. El otro día, vi en una librería un libro llamado Trieste o el sentido de ninguna parte. En la solapa averigüé que la autora, Jan Morris, nació en 1926 y vive en Gales, “entre las montañas y el mar”. En la contratapa leí que Morris siente a Trieste como “una utopía, ajena al concepto de nación o nacionalismo, un híbrido de razas, lenguas y culturas, una ciudad espejismo”. La frase me resultó irresistible y compré el libro.
Días más tarde, lo abrí. Encontré una dedicatoria: “Para Elizabeth y en recuerdo de Otto, del Regimiento Nº 9 de Dragones”. Dos páginas después hay un título: “Una explicación necesaria” y debajo dos líneas: “Jan Morris vivió y escribió como James Morris hasta que completó un cambio de sexo en 1972”. Luego, hay dos versos de Wallace Stevens. Hice ¡plop! Cuando me recuperé, fui a la Wikipedia y alrededores. Averigüé que, efectivamente, James Morris decidió convertirse en Jan Morris mediante una operación en Marruecos, después de tomar hormonas femeninas durante un par de años. En ese momento estaba casado y tenía cinco hijos. También estaba escribiendo una trilogía sobre el imperio británico que empezó firmando como hombre y terminó como mujer. Después se divorció, pero años más tarde se volvió a unir legalmente con su esposa: es la Elizabeth de la dedicatoria.
Es curiosa la escritura transexual en castellano: “Me siento transportada hacia allí [...] desde la primera vez que la visité siendo un joven soldado”, dice Morris. Las dos veces se refiere a Trieste, pero el idioma hace que los enunciados correspondan a personas distintas. En inglés eso no ocurre. Pero tal vez sea mejor en español, más transparente, ya que Morris no intenta ocultar su transformación aunque no hable explícitamente de ella en este libro (lo hace en otro, titulado Conundrum). Morris fue periodista, corresponsal de guerra, escribió ficción y libros de viajes. Trieste es el resultado de un depurado manejo del género, una combinación de historia y geografía administrada con estilo distanciado y sereno, aunque comprometido con su amor por la ciudad.
Trieste fue muchas cosas desde los tiempos romanos hasta el globalizado siglo XXI, pero sobre todo una: el mayor puerto del Imperio Austrohúngaro. Enclavada entre Italia y Eslovenia, Trieste no fue en su esplendor una ciudad militar ni religiosa ni chauvinista, sino comercial, financiera y cosmopolita (como Hong Kong, a la que Morris dedicó otro libro). Tras la derrota austríaca en la Primera Guerra, perdió su razón de ser, se hizo menos abierta y hospitalaria. Desde su anexión a Italia al final de la Primera Guerra, atravesó el período mussoliniano, la ocupación nazi y la partición entre ingleses, americanos y yugoslavos, hasta que volvió a ser parte de Italia en una versión decadente de sí misma.
Morris hace una apología encantadora de la amabilidad y la melancolía triestinas, esas que sintieron escritores como Joyce y Svevo, participa de una nostalgia a la Joseph Roth por el Imperio y, al declarar que éste será su último libro, construye una metáfora sobre la transformación y el desarraigo que también le atañe: la de alguien que exploró las mutaciones del espacio, del tiempo y hasta de la identidad.