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El mundo en peligro

Desde que las redes sociales se convirtieron en la principal forma de comunicación, las élites han perdido poder y credibilidad.

16-4-2023-Logo Perfil
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Cuando uno de los personajes con los que intercambié insultos en Twitter esta semana me dijo que la China de Xi Jinping no era una dictadura porque para los orientales las cosas eran distintas, me pareció que había llegado al límite en mi capacidad para escuchar cretinadas. 

Busqué entonces consuelo en un libro que mencioné aquí la semana pasada y que tardaba en arrancar, pero me dispuse a seguirle la corriente a Martin Gurri y terminé las quinientas páginas de La rebelión del público, que lleva como subtítulo La crisis de la autoridad en el nuevo milenio. Es un libro raro, porque se propone explicar todo lo que ocurre en estos años en materia política, pero no solamente: la tesis de Gurri es que desde que las redes sociales se convirtieron en la principal forma de comunicación entre los ciudadanos, las élites han perdido poder, autoridad y, sobre todo, credibilidad. No solo los gobiernos, sino instituciones tan veneradas otrora como la prensa, la empresa o la comunidad científica, están en decadencia. No es una idea muy sofisticada, pero sí bastante productiva, y Gurri da muchos ejemplos, desde la caída del régimen del egipcio Mubarak en la Primavera Árabe de 2011, hasta la llegada al poder de Trump contra el establishment. Gurri habla de la rebelión de lo que en la versión castellana se tradujo como “público” que, en realidad, se refiere a quienes desde la periferia y una condición de no profesionales han desafiado la sacralidad de las élites, las han puesto nerviosas y, en algunos casos, las han derrotado. Que el cómico Beppe Grillo haya llegado al poder en Italia en nombre de una coalición que mezclaba zapallos con calefones es una prueba evidente del cambio de los tiempos, lo mismo que la aprobación del Brexit: ambos son ejemplos de hartazgo frente a las formas tradicionales de organizar la sociedad, hartazgo que conduce al nihilismo y tiene manifestaciones mucho más peligrosas, como el ISIS o las masacres espontáneas que proliferan en el mundo. 

Gurri sostiene que los gobiernos actuales se manejan de acuerdo a pautas de la era industrial y del alto modernismo, lo que los lleva a prometer grandes cambios utópicos que no pueden cumplir y, por lo tanto, a fracasar para ser sustituidos por otro gobierno igualmente paleolítico e igualmente fracasado. Claro que esto es así mientras las elecciones no lleven a la instalación de una dictadura como la rusa o la venezolana, a las que poco les importa ser aprobadas porque tienen las herramientas para hacerse obedecer. Esta situación a escala planetaria llevaría a la licuación de la democracia liberal frente a las hordas de descontentos interconectados digitalmente que la erosionan desde distintos ángulos, tan parciales como sectarias.

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El destino del mundo, según Gurri, es oscuro, a menos que triunfe una vieja idea de Ortega y Gasset: que aparezcan nuevas élites que no estén basadas en una distancia creciente con los ciudadanos y en la creencia en su propia infalibilidad. Los integrantes de esas élites deberían ser honestos, humildes y valientes. La idea es tremendamente ingenua, pero me hizo sentir especialmente mal el darme cuenta de que, en las elecciones recientes, había votado a una candidata con esas virtudes que había quedado detrás de las fuerzas del autoritarismo y del nihilismo.