En septiembre, aquí mismo, preguntábamos: “¿Sin una Brasilia, una Tour Eiffel ni un delta artificial como el de la próspera Qatar, qué mostrarán en la celebración del Bicentenario?”. Seguro que a las comitivas les harán una gala en el Colón a medio terminar, pero a la sociedad argentina, el Gobierno nacional y el de la Ciudad de Buenos Aires sólo le mostrarán su inepcia. Es que los gobernantes tienen tan poco que decir sobre los pasados doscientos años como sobre el próximo bienio. Como se dijo a propósito de la Flor Motorizada que estropeó la Plaza Naciones Unidas, todo es irreversible en nuestra gestión pública. Ahora, en Libertador y Godoy Cruz emplazaron un monumento portátil. Tiene forma de stand: es una de esas jaulas de aluminio y telas de bajo costo que se arman para las exposiciones bajo techo. Llamado Pabellón Nacional del Bicentenario, parecería otro engendro del Gobierno nacional y hasta el policía privado empleado que lo custodia está convencido de eso. Pero los cartelitos color amarillo PRO que lo rodean indican que es fruto de la imaginación y la pereza mental del Gobierno porteño. El engendro tuvo la picardía de hacerse pasar por otra cosa bajo el nombre de Punto de Encuentro. Pero, ¿quién va a querer “encontrarse” con alguien bajo un techo semicubierto y entre unas tiras de lona sucia que imitan las viejas cortinas que en las verdulerías dificultaban la entrada de las moscas? Nadie va, molesta el sol, molesta el viento, molesta la lluvia. El vigilante se aburre solitario en un sillón con propaganda de Coca Cola y el enorme generador –alquilado– está a la intemperie funcionando toda la noche para iluminar la ausencia de público. Diseño de los arquitectos Frangella, Sardin, Del Puerto y Berson, el stand fue premiado por la Sociedad Central de Arquitectos. Sospecho que los profesionales ignoraban que se emplazaría usurpando el espacio público, cegando la visión del monumento a Avellaneda tallado en noble piedra por José Fioravanti y descalabrando la armonía paisajística de Palermo. También sospecho que los diseñadores previeron que sus tiras de tela tuvieran la nobleza de las que usó su probable inspirador, el venezolano Soto con su Penetrable, que exhibió durante meses en el MALBA. En tal caso, la intención sucumbió al hábito municipal de bajar costos. Adentro (entiéndase que para esta carpa de lona y aluminio “adentro” significa “también a la intemperie”), han dispuesto veinte cubos del tamaño de una mesa ratona, sobre los que han escrito una lista de eventos de cada década. Se trata de un folleto tridimensional encubierto que a nadie –ni al vigilante ocioso– le interesa leer.