El sol quema a más no poder sobre la arena. Aquí y allá, familias abducidas por la reiteración del rap se aglomeran para que la superposición haga discurrir el ritmo como armonía involuntaria. Los celulares hacen arder su brillo que hipnotiza a los que antaño eran lectores. Hace unos días hubo una manifestación de turistas que reclamaron contra toda restricción al uso de cuatriciclos, destinados básicamente a que se desnuquen o sean atropellados los hijos propios y ajenos. Entretanto, el intendente del partido cerró por presunta falta de fondos la única sala de guardia nocturna, que atiende a los locales y a los visitantes veraniegos. El sol arde. A medida que los veraneantes van bajando a la playa, los límites instintivos (el famoso espacio vital) se van achicando y el diálogo ajeno cae en tus oídos.
—Marta, te dije que dejaras esa porquería en la arena, no toques nada que te podés infectar. Te veo agarrando algo y te mato, te parto la cabeza en cuatro…
—Me dijo que yo era una negra y yo le dije negra no soy, tengo la piel oscura como papá, que dios lo tenga en la salta gloria, no soy blancuzca chirle como vos. ¿Sabés lo que me dice? Que tengo el culo grande y que me entran cuatro tangas. Mamá, le digo, yo tengo menos de cuarenta, un mes de spinning y tengo un culo perfecto. Amo mi culo. No como vos, que te lo olvidaste en el colectivo y estás llena de cirugías e igual para que quedes estirada hay que ponerte un broche en la espalda y quedás tirante.
—Yo estoy de acuerdo con la pena de muerte, pero habría que hacerla como en Roma, que agarraban a los delincuentes, como en la película Gladiador, y los ponían a pelear en la arena. Entonces los negros se mataban entre ellos.
—El problema es si se rebelan y te quieren tomar el gobierno, como ese gladiador, ¿Espartano se llamaba?, que liberó a los gladiadores y mató a Cristo.
Etcétera. El paraíso no está en la playa.