COLUMNISTAS

Entre allá y acá

La figura de Ernesto Laclau, promotor intelectual del kirchnerismo.

El filósofo sufrió un infarto en Sevilla. En 2010, Kirchner viajó a San Juan para distinguir a Laclau tras disertar en la provincia.
| Cedoc

Buenos Aires, 14 de abril de 2014 - Hay ocasiones en las que las notas necrológicas son, sencillamente, un episodio más del ceremonial, estampas del protocolo con el que se cumple, pero sin demasiada convicción de que tiene un sentido. Pero la muerte de Ernesto Laclau inexorablemente ha tenido un relieve en la agenda periodística por la sencilla razón de que, con él, se aleja de la escena -de la que formaba parte de manera un poco virtual- el individuo cuyos textos sirvieron de armadura intelectual a la peripecia kirchnerista. Laclau, que murió en España, a donde había ido a dar una conferencia patrocinada por el gobierno argentino, fue el hombre que puso negro sobre blanco en sus libros y ensayos, la argumentación que le habría querido dar sentido a lo que inicialmente fue una sucesión de hechos improvisados: el gobierno de Néstor y Cristina Kirchner.

Era un hombre que postuló, entre muchas otras ideas en defensa de lo que él asumía gozosamente como populismo, una razón primordial para explicar el modo de ser de estos gobiernos. El populismo, diría, atiende los intereses populares que, en la mayor parte de las ocasiones nada tiene que ver con el esqueleto institucional de las repúblicas democráticas.

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Como escribe Santiago Kovadloff, “con Néstor Kirchner desapareció la actitud política que daba sustento a un liderazgo personalista, capaz de transformar a un candidato anémico en un líder tan rotundo como implacable en la reducción del Estado a su concepción del Poder Ejecutivo y que, por lo demás concebía a la nación como una dilatada Santa Cruz”. A continuación, explica el pensador argentino: “con Laclau, se extingue el más refinado intelectual orgánico que encontró el populismo vernáculo para enmascarar, en el orden conceptual, sus desaciertos administrativos y el desenfreno oportunista que lo impulsó a transformar el padecimiento social en un capital político”.

El pragmatismo kirchnerista fue encontrando su propia explicación intelectual con el andar de los años. No fue sino en 2007/2008, cuando comenzó lentamente a organizarse lo que podríamos denominar “el paquete conceptual” que daría cuenta de lo que estaban haciendo e iban a seguir haciendo Néstor y Cristina Kirchner.

Pero una paradoja muy fuerte de la historia, es que el kirchnerismo, como movimiento que se proclama portador de un modelo nacional y popular, encuentra en Inglaterra a la persona que puede, de alguna manera más o menos inteligible, explicitar en palabras la razón de ser de ese movimiento, ese Gobierno, esa corriente. Pero Ernesto Laclau no estaba de paso por Inglaterra. Vivió la mitad de su vida, no solo en la vieja Europa, sino –precisamente- en el Reino Unido, que ha sido durante décadas la bestia negra del nacionalismo argentino, un Reino Unido que (por cierto, otra gran paradoja argentina), habrá de dar refugio a Juan Manuel de Rosas, que muere precisamente en tierra británica. En el caso de Laclau, él no muere en tierra británica, sino en tierra española, pero cumpliendo servicios para el gobierno argentino. Estaba por brindar, o había brindado, una conferencia en Sevilla, por cuenta de la embajada argentina en Madrid.

No es una pequeña paradoja, algo mezquino o minúsculo, mencionar este hecho. Radicado en Europa desde 1969, Laclau conceptualizaba desde Londres los argumentos del pensamiento nacional y popular. No se había radicado en Quito, en Caracas, en San Salvador, en Ciudad de México o en La Paz. No. Era profesor de universidades británicas, y desde esas universidades británicas es de donde emanaba su pensamiento “nacional y popular” y su defensa cerril del populismo, parábola cruel que expresa un paquete de slogans que se ha ido inventando y buscando razones para su existencia.

También es cierto que Laclau formó parte, en sus iniciales años argentinos, de una experiencia llamada “izquierda nacional”, producto de un extraño connubio ideológico que se va pergeñando a fines de los años ‘40, cuando de las filas del trotskismo argentino surge una corriente que considera a Juan Perón como la expresión más acabada y formidable de la irrupción de las masas en nuestra sociedad. Habrá diferentes formas de incorporarse a esa experiencia. Algunos lo llamarán “entrismo”, o sea, entrar al peronismo. Jorge Abelardo Ramos, que firmaría durante años una columna en los diarios del gobierno de Perón con el seudónimo de Víctor Almagro, es uno de los traductores fieles de esa concepción, según la cual el peronismo es la izquierda real de la Argentina, corporiza la izquierda nacional. En su larga lucha contra el stalinismo soviético, Ramos, que era de matríz ideológica claramente trotskista, encuentra en el peronismo su consumación política. A tal punto que, ya décadas más tarde, habrá de ser embajador de Carlos Menem en el México donde es asesinado Trotsky en 1940, en Coyoacán, a manos de la policía política soviética. A esa izquierda nacional pertenecía Laclau, hasta que se diferencia, separa de Ramos y finalmente termina yéndose del país, en 1969, para hacerse ciudadano británico.

Nunca se supo nada de Laclau en los años de la dictadura. No hay mayor documentación que acredite que fue un fervoroso defensor de los derechos humanos y que denunció los atropellos de aquella época. Pero a partir de 2003/2004, empieza a advertir que en la Argentina se inicia una etapa huérfana de intelectuales y se convierte, en pocos meses, en el hombre reconocido por la Casa Rosada, recibido por la presidente Cristina Kirchner, siempre ávida de tener intelectuales a su lado.

Esta es la persona fallecida, reconocida por todos los medios como el intelectual orgánico más importante que tuvo el kirchnerismo.

Fue un hombre cuyo pensamiento no necesita ser desvirtuado porque es claro y rotundo, abiertamente enrolado en las corrientes populistas para las que las masas necesitan líderes providenciales. Ésta es, en definitiva, la razón última del hallazgo de Laclau a la que se adhieren los intelectuales de Carta Abierta. Para ellos, la historia discurre por senderos ignotos, enigmáticos e intrigantes, que de pronto hacen recaer en una persona, poco menos que iluminada por el destino, la misión de encabezar las luchas del pueblo. Esa persona fue, para Laclau, primero Néstor Kirchner y después Cristina Kirchner. Consumación clara del personalismo que intoxicó a América Latina durante la época de los caudillos. Este neo caudillismo moderno llamado populismo, se manifiesta y actúa en términos despectivos para con el armazón institucional, al que considera un invento de la burguesía liberal para explotar al pueblo.

Esta es la persona que formaba parte del sancta sanctorum del pensamiento kirchnerista, un hombre al que fueron a buscar a Londres, donde vivió prácticamente la mayor parte de su vida, pero al que habrán de enterrar aquí, en la Argentina.

(*) Emitido en Radio Mitre, el lunes 14 de abril de 2014.