Luego de dos meses en los que el nuevo gobierno de Mauricio Macri buscó mostrarle a la sociedad (y al peronismo) que no será un gobierno débil como el de Fernando de la Rúa, se empieza a transitar una nueva etapa, que requerirá otros atributos además de la demostración de fuerza.
Ensayo-error. Sin embargo, el nuevo gobierno parece atado a una de las prácticas más perjudiciales del kirchnerismo: el ensayo-error. Sin mostrar planes para el mediano plazo, el macrismo va actuando sobre la coyuntura y rectificando en la marcha. La cuestión del Indec, la lógica de los despidos, los aumentos de tarifas, las paritarias docentes, el protocolo antipiquetes y hasta los cambios en el impuesto a las ganancias resultan situaciones confusas de cara a la sociedad. El apuro para mostrar a un gobierno en acción, impulsado por la necesidad de comunicar, colisiona con las dificultades para la implementación de las políticas. Es cierto que la formulación de planes lleva tiempo, pero resultan fundamentales para establecer un rumbo y salir del día a día.
Gran parte de la sociedad mantiene su confianza en que el Gobierno encarrile la situación sin un gran costo social, e incluso está dispuesta a realizar algunos sacrificios en pos de estos objetivos. Sin embargo, la principal preocupación del argentino medio ya es la inflación, superando por primera vez en mucho tiempo a la inseguridad. El Gobierno parece desorientado frente a la aceleración de los aumentos de precios. Obviamente, se trata de un problema crónico de la Argentina, pero no puede omitirse que la devaluación de la moneda y la eliminación de las retenciones empujaron los precios de los alimentos hacia su alza. A esta preocupación se suma la ausencia de herramientas para evaluar las resultantes de las decisiones económicas –que se busca recuperar en el corto plazo– que también implicó la minicrisis del Indec y la salida de Graciela Bevacqua. Las estadísticas, que surgen en el siglo XVIIIcomo “ciencias del Estado”, son vitales para conocer la salud del país, en particular los datos sobre pobreza, que, lejos de estigmatizar, deben orientar las políticas sociales.
El debate sobre la herencia recibida. Viendo las idas y venidas de los últimos días, parte del macrismo, motorizado por un sector del periodismo cercano al Gobierno, viene insistiendo en la necesidad de presentar con detalle el (presunto) desastre que habría dejado el kirchnerismo. La explicación de este grupo es simple: se vienen momentos duros, no descartan que se deba profundizar el ajuste y que la economía entre en recesión. Explicitar “el infierno heredado” le daría al Gobierno más aire para transitar esos momentos, minimizando su costo político. La última oportunidad para mostrar la herencia sería el martes 1º de marzo, durante la apertura de las sesiones del Congreso, buscando homologar ese acto con el norteamericano “State of the Union”, donde el presidente le comunica a la Nación el estado del país.
Como contraparte, un poderoso sector del PRO, racionalizado por el consultor Jaime Duran Barba, sostiene que hacer pivotar la acción de gobierno en el relato sobre el pasado reciente sólo le interesa a un pequeño porcentaje de la población bien informado. Para este argumento, al resto de la sociedad no le importa la herencia recibida, lo único que le interesa es que las cosas vayan bien, que el país crezca y que sus familias puedan vivir mejor.
Pronto se sabrá qué posición prevalece.
El debate sobre los beneficios de ampararse en la herencia dejada por la gestión kirchnerista abre otro que irá cobrando envergadura en torno al Gobierno, y en particular si los motores de la economía no arrancan. La pregunta es si el marketing político, notablemente eficiente para ganar una elección, también es útil para gobernar.
En una muy apretada síntesis, el marketing plantea que un buen producto no alcanza para que se venda en mercados competitivos, y determinadas herramientas (en especial la comunicación) pueden mejorar su performance. Incluso su imagen (la marca) puede reemplazar al objeto material, pero ¿puede pasar lo propio cuando el “producto” es la política? El PRO, en su corta existencia, ha hecho un uso intenso e inteligente de las herramientas mediáticas, suplantando la estructura partidaria. El relanzamiento de la “marca PRO” buscará probablemente vincular las ilusiones generadas en la campaña con la gestión cotidiana, con un ojo puesto en las elecciones de 2017. Sin embargo, se abre una fuerte disputa sobre el control de la comunicación, cuyo dominio es una fuente de poder que desplaza a factores tradicionales como el manejo de caja o del territorio.
Sin embargo, cuando el marketing se empieza a imponer sobre la política, se generan escenas curiosas, como que convenga que el Presidente hable poco y oficie de “presentador” de sus ministros, como sucedió esta semana en la exposición del plan de modernización del Estado. Esta situación, común en las presentaciones empresariales, donde el número uno deja a su staff tecnocrático discutiendo el día a día, no suele suceder en la política, donde el dominio de la palabra es una herramienta irrenunciable.
Relaciones exteriores. Mauricio Macri comienza a sentirse especialmente cómodo en las relaciones internacionales. Su participación en el Foro de Davos, y la presencia en el país del primer ministro italiano, Matteo Renzi, el presidente francés, François Hollande, y la próxima visita del estadounidense Barack Obama se traducen en un reconocimiento personal que internamente demora en llegar. Habrá que esperar para saber si los elogios se convierten en las inversiones directas que el país necesita. La coincidencia de la visita del presidente norteamericano con el 40º aniversario del golpe militar encabezado por Videla no parece ser casualidad, sino una estrategia que apunta a no abandonar el centro de la escena en esos sensibles días. Finalmente, la visita de Macri al papa Francisco busca con lógica recuperar una relación que por obvias razones se debe mantener aceitada.
*Sociólogo, analista político. (@cfdeangelis)