Todos los años, John Brockman, editor de Edge.org, convoca a expertos con una pregunta disparadora y luego compila sus respuestas en un libro. El de este año se titula Esta idea debe morir. En él, referentes como Jared Diamond o Frank Wilczek proponen ideas que estarían inhibiendo el avance de la ciencia y deberían pasar a retiro. Este ejercicio es útil para el debate del desarrollo en Argentina, donde hay ideas que envejecieron mal y se cuelgan de nosotros y nos retrasan.
Una idea que convendría jubilar es el industrialismo, es decir, el desarrollo como industrialización. En la práctica, el desarrollo económico desplaza la actividad y el empleo primero del campo a la industria, luego de la industria a los servicios. Esta “desindustrialización” (que viene ocurriendo en Argentina hace décadas; sí, también en los datos oficiales) no es el síntoma de un fracaso sino un proceso más general que obedece a razones concretas: el aumento de la productividad que reduce la demanda de trabajo y el precio relativo de las manufacturas; el mayor consumo de servicios a medida que sube el ingreso; la tercerización de actividades como diseño o distribución que antes se computaban como industria y hoy se subcontratan y suman a los servicios. La antigua clasificación por sectores desconoce que la producción es multisectorial. ¿Cuánto hay de campo en un malbec argentino en una tienda americana, cuánto de elaboración industrial, cuánto de marketing y distribución? ¿En qué sector lo anotamos?
Una segunda idea que merece un sabático es la del modelo (único) de desarrollo. El modelo “industrialista” de los tigres asiáticos no es el de esta Corea desarrollada sino el de las Coreas en gestación como Bangladesh o Filipinas, con condiciones laborales similares a las de los talleres clandestinos de Flores (o a las de Corea hace cincuenta años). El modelo australiano (¿los canguros?), que diversifica sus exportaciones primarias con servicios de alto valor, es más prometedor pero no perfectamente replicable: aun si redujéramos la brecha de productividad y accediéramos al flujo de financiamiento de los canguros, no tendríamos sus recursos naturales por habitante, ni su vecindario (Brasil no es China). Y para el modelo israelí (¿las gacelas?), de startup nation sin recursos naturales, incubadora de emprendedores tecnológicos, también nos faltan ingredientes: la altísima formación técnica, las redes naturales (el largo servicio militar), el gobierno emprendedor; sin hablar de nuestra dificultad, como país pequeño con frágiles derechos de propiedad, para eludir la fuga de cerebros y empresas, para pasar del “pensado en Argentina” al “hecho en Argentina”. Hay más modelos, todos útiles, y ninguno ajusta del todo. Por suerte, no hay necesidad de elegir. Si el problema es complejo y el terreno inexplorado, como en el caso del desarrollo, hay que intentarlo todo. Desterremos el modelo único y asumamos la complejidad.
(Es esta complejidad la que dificulta mapear el desarrollo en la política pública: las políticas de desarrollo involucran, al menos, a los ministerios de Ciencia y Tecnología, Economía, Educación, Exterior, Infraestructura, Producción y Trabajo, cada uno con su presupuesto y agenda. La tarea del desarrollo es multidisciplinaria: precisa un nivel de cooperación y acuerdos al que no estamos acostumbrados.)
Otra idea para el retiro es la reconversión laboral: como aprendimos en los 90, cuando la producción se desplaza de golpe de una actividad a otra queda el tendal del desempleo, la sobrecalificación y el desaliento. Sebastián Campanario cuenta que un experimentado surfista que pescaba en un lago de los Himalayas, al ver llegar una ola de 500 metros, salvó su vida navegando hacia ella para tomarla antes de que se elevara y rompiera. Campanario usa la historia para ilustrar con su habitual lucidez que, frente al cambio tecnológico, frente al futuro, no hay que huir; hay que abrazarlo. Pero no todos sabemos surfear la ola gigante. Muchos correremos en sentido contrario, o la veremos llegar perplejos con la fascinación de lo irremediable, y nos hundiremos en ella. El desarrollo es flujos y stocks. La innovación, la nueva educación, la economía del conocimiento son el flujo, lo que viene llegando. Pero en cada momento del tiempo la economía y el empleo es el stock acumulado de presentes pasados. El desarrollo es viable cuando sabe cuidar este stock.
El desarrollo es cambio, no recambio; construye con lo que hay. Por eso ninguna idea muere del todo, sólo se hace a un lado, para sumarse a otras nuevas. El desarrollo es innovador y polifónico como el nuevo ciclo que comienza.
(*) Economista y escritor.