Mi amigo el músico Nicolás Varchausky viene a Buenos Aires por una semana. Vuelve de Seattle para hacer un concierto en la ex Biblioteca Nacional con intérpretes ciegos, rayos de luz y unos discos calados que, según entiendo, contienen la información seudoelectrónica para que los ciegos “interpreten la luz”. Pero las cosas nunca salen tan redondas. El techo de la ex Biblioteca de la calle México se cayó, tal vez –como le explican– debido al terremoto en Japón. Lo que no le explican es por qué, si ya llevaba una semana derrumbado, nadie le avisó que el sitio estaba impresentable y que además nadie pagará su pasaje desde Seattle.
¿Qué hacemos con los discos calados? Resignación criolla. Y de vuelta al norte. Lo bueno es que –como mañana cumplo años– me regala el último disco de Einstürzende Neubauten. Antes, cuando eran aquella banda anarco-punk-culta-industrial, se los conseguía acá. Ahora hay que esperar a que alguien viaje a Alemania o al mundo en general. Está bien. ¿Por qué esperar que toda la música crezca en todas partes? Los souvenirs del extranjero tienen un gusto especial. No tiene sentido bajarlos de Internet, porque el envase del CD es absolutamente necesario para saber qué estamos escuchando.
Yo, que me ufano de no coleccionar nada, ya debo confesarme un fan más. La banda produce sin sello comercial, financiada por sus fans. Los conocí a través de Nick Cave en los 80 (Blixa Bargeld era su guitarra) y la descripción literaria de Nick de “animal sediento”, donde soplan unos caños oxidados, fue suficiente para ganar mi confianza. La convivencia –el choque– con la chatarra es su declaración de principios antropológicos: el hombre siempre ha hecho música con los elementos naturales a su alrededor (huesos, cueros, palitos), y si nuestra naturaleza es ahora la industria, la chatarra, el fuego, el cable y los detritos, lo más natural y ético es organizar todo eso en música. Y bailarla desaforadamente. Blixa sigue sin querer tocar la guitarra (un instrumento demasiado enfermo de connotaciones) pero la banda ha virado de esa rabia de chirridos a un pop amenazante e irónico, con instrumentos semicaseros, golpeables, y unas letras misteriosas, poéticas hasta el pasmo y pegadizas hasta el jingle. Cada ocho o diez años la banda ofrece sus Estrategias contra la Arquitectura, que es como titulan las recopilaciones de claves, lados B y anomalías de toda una década, y no una ironía sobre la ex Biblioteca.
No puedo creer que ya lleve cuatro en mi colección. Es la única música que no me ha envejecido. Bah, la única con la que envejezco sin darme cuenta.