En los últimos dos años la economía internacional transitó el camino de una paradoja. Por un lado, la opinión pública se convencía del fin de la globalización y apoyaba el lanzamiento de una etapa de nuevas fronteras nacionales para limitar el comercio mundial. En sus inicios ese punto de vista se basó en hechos objetivos, pero también se alimentó de los discursos políticos en países centrales como los Estados Unidos y el Reino Unido. Esos discursos aprovecharon la fatiga de sus votantes frente a los desafíos competitivos y las disrupciones económicas internacionales. Ambos fueron factores determinantes del estancamiento salarial de los países más industrializados en los 2000. En el otro extremo del mundo, esos mismos desafíos sacaban de la pobreza a más de mil millones de personas en países emergentes, que se convertían en consumidores globales.
Por el otro lado de la paradoja, los pronósticos internacionales hasta 2021 no corroboran la visión globalizadora pesimista e indican que el mundo vuelve a un crecimiento moderado, la globalización ya no estaría en descenso y el comercio internacional se prepara para algunos cambios importantes en términos de sus actores. Los países asiáticos seguirán liderando el crecimiento del comercio, pero esta vez serán los países de Europa y Latinoamérica los que intensificarán su actividad comercial por encima del crecimiento de su producto, es decir, se convertirán en economías más abiertas. Todo ello, según se pronostica, ocurriría sin cambios importantes en los precios relativos internacionales. Las mayores exportaciones provendrán, entonces, de una mayor productividad, desarrollo de nuevos productos y mercados, y cambios en las demandas internacionales. Puro esfuerzo de producción.
Este pronóstico alentador no significa desconocer la complejidad de la situación. El mundo está abandonando un escenario benevolente en el que los países tendían a las concesiones mutuas en un marco de reconocimiento de sus “obligaciones soberanas” (ejemplos de ello fueron los acuerdos de Cambio Climático, el Acuerdo de Facilitación del Comercio de la Organización Mundial del Comercio o las intervenciones humanitarias, con los esperables matices de resultados). En ese escenario había crecido el interés por la gobernanza internacional, justo a tiempo para administrar los recursos compartidos, en una situación donde la población de los países emergentes no está dispuesta a resignar su aspiración al desarrollo. Los megaacuerdos de comercio fueron un claro ejercicio de lo expuesto, al intentar el abatimiento de fronteras económicas nacionales en un amplio espectro de temas.
Nuevo proteccionismo. A la vez, los líderes mundiales más responsables miran con preocupación el regreso al proteccionismo y a los nacionalismos como “puertos seguros” que pregonan algunos de sus colegas y, en cambio, reflexionan sobre la inevitabilidad de los cambios que deberán administrarse en los próximos dos decenios. En efecto, el perfil del mundo se modificó drásticamente en los 25 años pasados y volverá a hacerlo en los próximos 25 años.
Por ejemplo, la maduración del “bono demográfico” en los países en desarrollo aumentará el número de personas que intentarán incorporarse al mercado de trabajo. Habrá que crear puestos para 1,7 millones de personas al mes. Ese valor supera en un 50% al promedio de afluencia de trabajadores chinos al mercado entre 1978 y 2011. Para absorber esa mano de obra se requerirá capital que deberá trasladarse a esos países, que seguramente crearán las condiciones para que ello ocurra. Así, por ejemplo, India está camino a reemplazar a China en el liderazgo del crecimiento mundial y es uno de los principales escenarios de esas nuevas inversiones. La industria automotriz será uno de los capítulos relevantes en ese país según anticipan las fuentes sectoriales, por el crecimiento de la demanda interna. El cambio tecnológico que se perfila será nuevamente amplio y disruptivo. Entre los progresos más conocidos se encuentra el desarrollo de la inteligencia artificial, la ampliación de los usos de la impresión 3D, la ingeniería biológica, nuevas formas de energía, automatización del transporte, administración de cantidades masivas de información para usos prácticos (data science), uso de robots en tareas cotidianas, nuevo avance en las comunicaciones. Ese cambio tecnológico llevará a su vez a cambios organizacionales. Las empresas ampliarán su inversión en investigación y desarrollo, el e-commerce se extenderá reemplazando parcialmente a la distribución tradicional, la realidad virtual se desarrollará para el entretenimiento pero también para los negocios, etc. Esos cambios ocurrirán aun cuando haya resistencias proteccionistas.
Redefinición. En este escenario mundial aún en transición, la Argentina está redefiniendo su política comercial externa y ha acertado al elegir una estrategia multifocal, manteniendo canales abiertos con los principales países/nodos comerciales del mundo. Si bien analizar los intereses de la Argentina en este campo es una tarea compleja, vale la pena intentar dar un ejemplo de los cambios en juego. Un buen caso es el de la distancia que viajan nuestras exportaciones. Esa distancia ha ido aumentando con el tiempo. En 2001 la distancia promedio recorrida por una tonelada exportada desde la Argentina hacia su destino final era de 7.500 km, en la actualidad esa distancia a los mercados de destino es de 9.850 km.
El correlato del aumento de la distancia recorrida es el cambio en la composición de los mercados de destino. En 2001, los mercados más distantes de China, India y los países del Asean representaban el 10% del total exportado mientras que en 2016 su participación se había elevado a más del doble: 21,5%. Otro cambio importante fue que los envíos al resto del mundo, excluyendo a nuestros clientes tradicionales del Mercosur, Unión Europea, Nafta y América Latina, pasaron del 16% al 24%.
Este fenómeno de alargamiento de las distancias se aceleró a partir de 2012, lo que en parte puede explicarse por el menor dinamismo de los mercados tradicionales de la Argentina, en particular, el Brasil y la Unión Europea. Sin embargo, un punto para prestar atención es que, todavía, aproximadamente el 40% de las exportaciones recorre menos de 2.500 km para llegar a destino. En el otro extremo, entre el 5 y 10% del valor “viaja” más lejos y recorre unos 18 mil km.
Si el mundo del comercio internacional se desarrolla, al menos en parte, como lo anticipamos aquí, retomando dinamismo pero exigiendo mayor productividad, nuestro indicador de distancia de las exportaciones argentinas sugiere oportunidades que podrían aprovecharse siguiendo un viejo comercial aeronáutico de los 70: “El mundo nos espera y es hora de poner nuestros productos a viajar”.