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Fórmula cruzada Cristina-Bullrich

Una fue presidenta, y algunos creen que el viernes empezó su campaña para volver a serlo. La otra está en campaña desde hace tiempo. Si ambas candidaturas ocurrieran y se llegaran a imponer en sus respectivas internas, significaría que una mayoría social habrá decidido que es tiempo de más halcones y menos palomas.

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ELLAS. Una se mostró como potencial candidata. La otra ya lo es. Las formas que comparten hablan del fondo. | SERGIO PIEMONTE / CEDOC

Las dos políticas que marcaron la semana con sus apariciones y se muestran antagónicas quizá no sean tan distintas.

Una fue presidenta, y algunos creen que el viernes empezó su campaña para volver a serlo. La otra está en campaña desde hace tiempo. Si ambas candidaturas ocurrieran y se llegaran a imponer en sus respectivas internas, significaría que una mayoría social habrá decidido que es tiempo de más halcones y menos palomas.

En ese caso, el próximo jefe de Estado sería un halcón mujer.

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Sin embargo, si la historia empezara de cero, incluso se podría fantasear con una amistad entre Cristina Kirchner y Patricia Bullrich. Se llevan solo tres años de diferencia, vienen culturalmente del peronismo setentista, comparten la misma pasión por la política, tienen personalidades fuertes, se sienten a gusto en la confrontación y son muy celosas de su vida privada y familiar. 

Fuera de contexto histórico, hasta pueden resultar más naturales las coincidencias entre ellas que las que existen entre Bullrich y Larreta o entre Cristina y Alberto Fernández.

Esta semana, después de conocido el exabrupto de Bullrich con Felipe Miguel, el tradicional asesor del macrismo Jaime Duran Barba sostuvo que los gestos de la dirigente le hacen acordar a la vicepresidenta.

Son dos legítimas exponentes de la razón extrema que representa el corazón de la grieta

No se sabe si Cristina alguna vez le dijo a un colega de su espacio “no me cruces más por la tele porque la próxima te rompo la cara; conmigo no se jode, te lo aviso”. Lo que sí se sabe es que puede insultar y enfrentar a cualquiera con el mismo temperamento, como se la escuchó en las filtraciones de sus conversaciones con Oscar Parrilli y se la percibe cada vez que se enoja en público.

También son similares en sus formas de actuar la política. 

Ambas se muestran ejecutivas, enérgicas y asertivas. Sus discursos remiten a duelos míticos entre el Bien y el Mal en donde cada una se ubica del lado del primero y demoniza al de enfrente. Pero no es un dogmatismo ciego que les haya impedido relaciones más pragmáticas, como las que las dos tuvieron con Menem, como la de Cristina con el radicalismo de Cobos, o la de Bullrich con el de De la Rúa. 

Es el pragmatismo que llevó a Cristina a elegir a Alberto Fernández después de todo lo que se habían dicho, y a Bullrich a convivir con Larreta, pese a creer que son el agua y el aceite. 

Pero como la historia nunca empieza de cero, es probable que esa amistad jamás exista. De hecho, la expresidenta viene de insinuar que su colega es borracha, y la presidenta del PRO de responderle que es estúpida y corrupta. 

Lo que las une las separa: ser fieles expresiones de la razón pura kantiana en modo extremo. Construyeron un universo de hechos y personajes polarizados con los que conviven y combaten. Un universo inmune a cualquier tipo de cuestionamientos. 

Ellas son constructoras y también son construidas. Son dos legítimas exponentes de la razón extrema que representa el corazón de la grieta. 

La razón polarizada no solo las une a ellas desde el punto de vista filosófico. Une a dirigentes que, aun estando en partidos distintos, comparten formas de actuar, de decir y de ver el mundo. 

Une a Cristina con Sergio Berni. Que es el mismo Berni y la misma Bullrich que en un reportaje juntos en PERFIL evidenciaron simpatías mutuas. Es el Berni capaz de decir: “El que trajo al borracho que se lo lleve”, en irrespetuosa mención al presidente de la Nación y a la propia vicepresidenta. (Borracha había sido la acusación encubierta de Cristina contra Bullrich).

A Patricia Bullrich nunca le interesó demasiado la corrección política y, a medida que se acelere la confrontación interna con el jefe porteño, tendrá menos filtro en ese sentido. Por eso aparece una atracción natural hacia el mayor exponente actual de la incorrección, Javier Milei. Una atracción que es mutua. 

Es el Milei que trató a Larreta de “zurdo de mierda, sorete, gusano arrastrado y pelado asqueroso”. Y que después de eso fue elogiado por ella y por Macri como una opción de alianza electoral que los halcones del PRO no descartan.

Juan Grabois es parte de esa extremidad. Hace dos semanas acusó a Bullrich de vivir siempre del Estado, que es lo mismo que ella le critica a él. En agosto, ambos fueron escrachados con diferencia de 24 horas, con la violencia verbal y física típica de los sectores más extremos.

Jonathan Morel, el líder de Revolución Federal, se ve espejado en el referente social pese a aparecer en sus antípodas. “Quiero ser el Grabois de la derecha”, acaba de decir. Morel es quien lamentó que no saliera el disparo contra Cristina, un atentado que Bullrich evitó repudiar por sospechar de lo ocurrido.

La grieta, cada vez más, deja de ser una entidad bipolar para convertirse en un sujeto histórico único con una misma razón extrema. Los representados y representantes de sus distintos bordes pueden mantener posiciones ideológicas enfrentadas, pero coinciden en las formas. Y las formas suelen expresar bien al fondo, con la misma similitud aristotélica que une forma y esencia.

Si la grieta tuviera sus PASO, ambas podrían integrar una fórmula cruzada muy competitiva

Cristina, Bullrich, Berni, Macri, Milei, Grabois y Morel no son ellos. Ellos son la expresión de un malestar social extremo que encuentra su mejor forma de expresión en cierta agresividad. Si ellos no existieran, la grieta generaría otros como ellos. 

Con ellos o con otros, las formas seguirán siendo iguales mientras no haya una resolución del malestar de fondo.    
Por eso, lo que subyace detrás del cotidiano espectáculo político y mediático de la grieta es cómo se resuelve esa cuestión de fondo. Cómo se cierra la herida lacerante que produce en el ego de una sociedad el hecho de autopercibirse dueña de un país rico y ser pobre. 

La razón moderada genera dirigentes de distintos partidos que suponen que para que algo cambie habrá que hacer algo diferente. Lo diferente sería dejar la confrontación permanente y alcanzar acuerdos mínimos y sustentables.
La razón extrema plantea soluciones radicales, entendiendo genuinamente que el dilema se resuelve profundizando el enfrentamiento hasta derrotar al otro, con la agresividad necesaria para llevar adelante un modelo económico exitoso. 

Esta semana ya se conocieron encuestas que miden un eventual duelo electoral entre Cristina Kirchner y Patricia Bullrich, quien aparece arriba. 

Si la grieta tuviera sus PASO, ambas podrían integrar una fórmula cruzada muy competitiva.